Revista Diario
Me considero una persona positiva y, sí, creo que también podría decirse que soy feliz. A pesar de tener altos y bajos, momentos más duros que otros, pienso que soy afortunada y tengo muchas razones para sonreir. Pero también creo que esa felicidad ha sido, en parte, fruto de mi propio esfuerzo.
Es cierto que hay personas que tienen una vida regalada y que a priori parece que su existencia deba ser de lo más maravillosa mientras que otras personas no tienen demasiadas razones para ser felices. Y aun así, se da la paradoja de que muchos de los primeros son desdichados mientras que muchísimos de los segundos son felices. ¿Por qué? Personalmente pienso que porque muchas personas tienen un positivismo innato pero otras han luchado por esa felicidad.
Me ha quedado grabada una frase que mi madre me dijo hace un tiempo, algo así como que para ser feliz también hay que esforzarse. El simple gesto de levantarse por la mañana con ánimos y ganas de comerse el mundo requiere a menudo una lucha interna con uno mismo. Y es curioso que hace poco escuché unas declaraciones de un centro que le llaman el Instituto de la Felicidad, creo recordar, que venían a decir lo mismo que me dijo mi madre, que había que luchar para conseguir ser feliz, que no siempre la felicidad nos venía dada porque sí.
Anoche, mientras dormia a Pequeña Foquita, Bebé Gigante me puso cara de puchero pidiéndome con la mirada que le preguntara ¿que estás triste? La respuesta, evidentemente, fue que sí. Me explicó que estaba triste porque cuando se dormía tenía miedo de soñar con lobos y cosas feas que le hacían llorar. Mi respuesta fue que borrara de su mente esas cosas feas y que pensara en cosas bonitas. Entre los dos empezamos a hacer una lista de cosas que sé que le gustan y poco a poco la expresión de su rostro fue mudando desde el puchero hasta una bonita y sincera sonrisa con la que se fue durmiendo.
A parte de recordarme aquella escena entrañable de Sonrisas y Lágrimas en la que María consuela a los pequeños asustados por la tormenta nocturna (en mi caso sin canción, que no sé distinguir un do de un fa), me sentí bien porque creo que empecé a enseñarle a mi hijo a ser feliz.
No soy psicóloga y desconozco si mi hijo lleva innata una actitud ante la vida positiva o negativa pero en mi humilde opinión de madre creo que puedo influir aunque sea ligeramente en que mi hijo vea la vida de un color más bonito que el negro de un lobo.