A menudo he mencionado en mi blog que viajar nos proporciona aprendizaje y también propicia experiencias de transformación. Ya escribí un post sobre las experiencias transformativas que pueden acontecer como resultado de viajar, y tenía pendiente escribir sobre las enseñanzas que viajar nos puede dar. Aunque uno puede aprender mucho sobre los países que visita y sus respectivas culturas (mucho más que a través de los libros, por cierto), yo aquí me refiero principalmente a las enseñanzas que podemos aplicar a nuestra propia vida y a nuestro desarrollo personal.
Estas son enseñanzas que podemos extraer de las distintas experiencias que tenemos mientras viajamos y las relaciones que surgen con las personas que nos encontramos. Muchas veces siento que todos estos hechos que me acontecen en mis viajes son una sucesión de pruebas o retos, y en ellos salen afuera capacidades y virtudes sorprendentes que yo desconocía, pero también a veces salen otras partes mías que no me gustan tanto como limitaciones y defectos. Sin embargo, después de muchos viajes he aprendido que todo eso que sale de mi, tanto lo que me gusta como lo que no, debo amarlo e integrarlo, si es que quiero evolucionar y transformarme, para así llegar a ser quién yo soy en realidad.
En los viajes hay muchos momentos emocionales altos pero también otros bajos. Es difícil de describir el “subidón” que produce llegar hasta un lugar con el que siempre soñaste y darte cuenta de que estás ahí, ya no a través de una imagen o de un texto, ni de una ensoñación, estás ahí de verdad. Observar una especie animal que siempre quise poder ver en libertad, subir a la cumbre de una montaña que desde hacía años tenía en mente, visitar un país más de mi lista de diez favoritos, conocer de cerca alguna de las etnias sobre la que había leído,… y así podría seguir dando ejemplos de momentos estelares de mis viajes. Sin lugar a dudas, la satisfacción de haber logrado un objetivo viajero o naturalista produce una felicidad indescriptible, y también un inmenso sentimiento de gratitud.
Sin embargo, de lo más valioso que he experimentado en mis viajes, es cuando conecto a un nivel profundo con alguien del país que estoy visitando, algo que me sucede raramente. También aprecio cuando comparto una conversación o una caminata con alguien que acabo de conocer y me siento como si estuviera con un amigo de toda la vida, acompañada y tranquila, en plena confianza. Quizás esa persona se marche de mi vida ese mismo día, al día siguiente o con suerte después de unos días, pero durante esos momentos con ella, era como tener compañero de viaje. Eso es algo que me fascina porque viene sin esperarlo uno y después se va, enseñándonos la vida una vez más la impermanencia que lo impregna todo y la necesidad de aprender a relacionarse con desapego para no sufrir. Pero claro, esto no es tan fácil cuando he conseguido conectar con alguien a nivel más profundo, porque soltar a alquien a quién llegué a amar no es tan fácil, y a veces no hay más remedio que hacerlo.
Y ahora tengo que hablar de la otra cara de la moneda, lo que experimentamos en los viajes que no es tan agradable. Cuántas veces pasa también que uno llega a un lugar que tanto anheló y no le parece para tanto, o simplemente no siente la conexión o el entusiasmo que uno esperaba sentir. O suceden imprevistos que estropean nuestros planes y cuando estamos muy cerca de llegar, no podemos ir hasta allí (condiciones meteorológicas, problemas con el transporte, problemas con el dinero, limitación de tiempo, etc). A veces los imprevistos pueden ser más graves como un robo, una enfermedad, o un problema de cualquier tipo, que impiden que podamos seguir viajando o que tengamos que cambiar los planes. También puede suceder que pasen días en que uno se encuentre viajando sin compañía y no surjan amigos improvisados, y en esos casos la soledad puede llegar a ser difícil de soportar.
En estos momentos malos es cuando de verdad la vida nos está probando. Lo normal es que surjan la frustración, el enfado, la tristeza o la decepción, emociones negativas a las que no es tan agradable enfrentarse. Sin embargo, por mi propia experiencia, casi siempre que algo malo me había pasado en algún viaje, pronto algo bueno sucedía, cumpliéndose así el famoso dicho de “no hay mal que por bien no venga”. En esos momentos es cuando más que nunca uno tiene que saber ver el lado positivo de cada situación, recurrir a nuestro sentido del humor para quitarle peso a lo que sucedió y sobre todo tener fe en uno mismo, en Dios o en lo que cada uno quiera creer para seguir adelante, confiando en que todo saldrá bien. Además, los momentos de soledad nos enseñan que no hay relación más importante en la vida que la que tengamos con nosotros mismos, y quizás podemos aprovechar esa oportunidad para mejorar esa relación y crecer espiritualmente.
De todos mis viajes largos y estancias en el extranjero he sacado siempre grandes enseñanzas que me han ayudado a ver más claro lo que necesito transformar en mi, lo que quiero en mi vida y lo que ya no quiero, y sobre todo me han acercado más a mi verdad, a quién yo soy en realidad. Algo que se me está revelando cada vez con más fuerza, y especialmente en esta larga estancia en Costa Rica, es mi necesidad de volver a mis raíces, honrarlas y amarlas. Lo que quiero decir con esto es que yo siempre quería huir de España, de mi ciudad, de la vida rutinaria que llevaba, de mi agobiante familia que no me dejaba vivir mis sueños, en definitiva, escaparme lejos, renunciando a mis orígenes y tratando de olvidar de donde vengo. Y ahora más que nunca echo de menos mi país, mi familia y las cosas de toda la vida que me llegaron a cansar y a aburrir. Es como si en este momento las viera con otros ojos, o quizás es que esté comprendiendo que ningún viajero estará satisfecho ni feliz en ningún lugar mientras no ame el lugar de donde viene.
Esta revelación que estoy compartiendo con vosotros es muy íntima pero quería compartirla, quizás para que sea más real, para creerla más y que se multiplique a través de todos aquellos que la lean. Sí, debo decir que ya me cansé de la vida nómada, que quiero encontrar ya un lugar donde asentarme, tener mi casita, mi comunidad, mi familia, mis proyectos de vida… Y sí, claro que quiero seguir viajando, descubriendo este mundo fascinante, pero ya no de esta manera, llevando tantas cargas encima y buscando constantemente un lugar donde vivir. Prefiero viajar más ligero la próxima vez y con menos agobios económicos, y también prefiero viajar acompañada. Sé que muchos viajeros aman viajar solos, pero yo ya lo hice durante demasiado tiempo, lo siento, ya me cansé. Ahora prefiero viajar con mis seres amados o al menos con compañeros de viaje que compartan conmigo este entusiasmo por conocer el mundo, porque en verdad la vida compartida es mucho mejor.
Así que definitivamente tengo que decir que una etapa de mi vida llega a su fin y ahora empieza una nueva. Todavía me queda algo más de un mes en Costa Rica para finalizar esta vida nómada y quiero disfrutarla más que nunca para que la despedida sea buena. Siento que pondré fin a un largo ciclo de mi vida que fue necesario para averiguar quién soy yo en realidad, atravesando miedos y cumpliendo sueños, y al final volver al punto de partida pero con más consciencia y transformada. Lo que yo buscaba estaba dentro de mi y estaba en mi lugar de origen, pero tuve que irme lejos para darme cuenta, qué gran aprendizaje y qué gran verdad, pero sin viajar tal vez nunca lo hubiera descubierto.