Revista Coaching

Enseñar a ser responsable

Por Mbbp

ENSEÑAR A SER RESPONSABLE

Si conocen a mi padre, el doctor Stephen R. Covey, y su libro Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva, tal vez recuerden la anécdota de cuando intentó enseñar a su hijo a cuidar el césped. Tituló la historia “Verde y limpio”. Mi padre la utiliza como ejemplo de enseñar a un niño pequeño los principios de la administración y la responsabilidad.

Bueno, pues el hijo de la historia soy yo, ¡y me gustaría contarles mi versión! Es cierto que, con la experiencia, aprendí lo que supone la administración y la responsabilidad, pero también aprendí algo que considero incluso más importante, algo que ha ejercido una profunda influencia en mí durante toda la vida.

Tenía siete años y mi padre quería que cuidara el jardín. Me dijo: Bueno, hijo, ahí tienes el jardín y éste es tu trabajo: “Verde y limpio”. Ahora te enseñaré lo que quiero decir. Se acercó al jardín del vecino, señaló el césped y dijo: Eso es verde. Dijo: Ahora bien, cómo conseguir que quede verde es cosa tuya. Hazlo como quieras, salvo pintándolo. Puedes encender los aspersores; puedes utilizar cubos de agua; incluso puedes escupir en el jardín, no me importa. Lo único que me importa es que quede verde.

Y prosiguió diciendo: Y ahora te explicaré lo que es “limpio”. Tomó dos bolsas y, juntos, limpiamos de papeles, palos y otros desperdicios la mitad del jardín, para que pudiera ver la diferencia. De nuevo, me explicó que yo decidía la manera de cumplir el objetivo, lo importante era que el césped estuviera “limpio”.

Entonces, mi padre me dijo algo muy profundo: Ahora debes saber que, cuando hagas este trabajo, yo dejaré de hacerlo; será tu trabajo. Es lo que se llama un “encargo”. Encargar significa “asignar una tarea con confianza”. Yo te confío la tarea, para que quede hecho. Estableció un sistema para rendir cuentas de los progresos. Me dijo que recorreríamos el jardín dos veces por semana para que le mostrara cómo iba todo. Me garantizó que estaría dispuesto a ayudarme cuando se lo pidiera, pero que la tarea era responsabilidad mía, que yo serie mi propio jefe y que sólo yo iba a juzgar lo bien que lo hacía.

Así que asumí la tarea. Según parece, estuve cuatro o cinco días sin hacer nada. Era la época de calor estival y la hierba se secaba rápido. El césped estaba cubierto por los restos de una barbacoa que celebramos días antes con los vecinos. Todo estaba descuidado y hecho un desastre. Mi padre quería asumir la responsabilidad o regañarme, pero no quiso romper el pacto que habíamos establecido. De modo que, cuando llegó el momento de rendir cuentas, preguntó: Hijo, ¿cómo marcha el jardín? Y yo contesté: Muy bien, papá. Y, luego, me preguntó: ¿Puedo hacer algo para ayudarte? Yo respondí: No, todo va bien. A lo que replicó: Vale, demos la vuelta por el jardín que convinimos.

Al recorrer el jardín, empecé a darme cuenta que no estaba ni verde ni limpio. Estaba amarillento y descuidado. Según mi padre, empezó a temblarme la barbilla, me brotaron lágrimas y empecé a llorar abiertamente: ¡Es tan difícil, papá!.

¿Qué es tan difícil? No has hecho nada, dijo. Tras un momento de silencio, me preguntó: ¿Quieres que te ayude?.

Al recordar que su ofrecimiento de ayuda formaba parte del acuerdo y percibir un rayo de esperanza, contesté de inmediato: Sí. Me preguntó: ¿Qué quieres que haga?. Miré a mi alrededor y le dije: ¿Podrías recoger esos desperdicios de ahí?; me dijo que sí, de modo que entré en casa, regresé con dos bolsas y él me ayudó a recoger los desperdicios como le había pedido que hiciera. A partir de ese día, asumí la responsabilidad del jardín… y lo mantuve “verde” y “limpio”.

Como ya he comentado, mi padre utiliza esta anécdota como ejemplo de delegación de encargos o acuerdos ganar/ganar. Sin embargo, como tenía siete años, era demasiado joven para entender el significado de estas profundas palabras. Lo que más recuerdo de esta experiencia es, sencillamente, lo siguiente: ¡Sentí que confiaban en mí! Era demasiado joven para preocuparme por el dinero o el estatus; no me motivaba ese tipo de cosas. Lo que me motivó fue la confianza de mi padre. No quería decepcionarle; quería demostrarle que era capaz y responsable.

Mi padre había ampliado su confianza hacia mí; eso me inspiró y creó un sentido de la responsabilidad y la integridad que no me ha abandonado en ningún momento de mi vida.

“Pocas cosas pueden ayudar más a un individuo que atribuirle responsabilidad y hacerle saber que confías en él.” BOOKER T. WASHINGTON

CÓMO FUNCIONA LA CONFIANZA

Como aprendí aquel día con mi padre (y como he vuelto a aprender en casi todos los niveles desde entonces), la confianza constituye una de las formas más poderosas de motivación e inspiración. Las personas quieren que confíen en ellas; responden a la confianza; se crecen con la confianza.

Con independencia de la situación, es preciso contar con una buena capacidad de infundir, desarrollar y recuperar la confianza, no sólo como técnica de manipulación, sino porque es la manera más efectiva de relacionarse y trabajar con otras personas y la manera más efectiva de lograr resultados.

“Al ir a trabajar, la principal responsabilidad debería ser generar confianza”. ROBERT ECKERT, director general de Mattel

“El Factor Confianza”, Stephen Covey Jr.

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