Revista Cultura y Ocio

Enseñar teatro 4: con los más pequeños

Por Fuensanta

4. Recursos para los más pequeños

El teatro con niños entre los tres y los ocho años no precisa de grandes recursos.
Los objetos son versátiles para la imaginación de niños y niñas de esas edades. En la educación infantil y en los primeros cursos de Primaria, si se trabaja con ellos por rincones, puede habilitarse un rincón de teatro con un teatrillo de guiñol, muñecos, disfraces y máscara, marionetas, cintas, telas y papeles de colores. La maestra

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estimulará el juego con estos elementos y contará cuentos sirviéndose de un kamishibai, un pequeño teatro japonés de cartón o madera; realizará juegos de corro dramatizados, dramatizaciones de pequeños poemas, juegos de expresión
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corporal basados en la transformación, imitaciones de animales y objetos, canciones con ritmos de palmadas, bailes sencillos, etc. Conforme sus alumnos sean mayores, podrá complicar los juegos mediante improvisaciones y pequeñas escenas cotidianas, dramatizaciones de cuentos y poemas. Música, ritmo y expresión corporal serán siempre la base fundamental de sus prácticas dramáticas.
En estas edades es fundamental la colaboración de madres y abuelas, que siempre es interesante por establecer una relación estrecha entre la escuela y la familia; ellas aportarán recursos adicionales, como ropa en desuso y complementos (sombreros, bolsos, etc.), objetos cotidianos, telas y cintas, y se prestarán gustosas la mayoría de las veces a realizar disfraces para su niño o niña. Todo conviene guardarlo, limpio y ordenado, en cajas de cartón o plástico, y todo debe estar a disposición de los niños cuando jueguen al teatro. Es imprescindible disponer de este material adicional en el caso de querer realizar juegos dramáticos con las niñas y niños de más edad.
Se pueden realizar máscaras sencillas con cartulina, goma y algo de pintura o
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ceras. Las deben realizar siempre los mismos niños que las vayan a usar y para un personaje concreto; su interpretación plástica del personaje elegido para representarlo mediante una máscara debe ser sugerida y guiada en ciertos casos, pero nunca criticada ni puesta en cuestión.
Aprender un papel, ensayarlo y representarlo no puede ser la finalidad de la práctica del teatro en estas edades, pero si así se desea, se puede mostrar a las familias y al resto de la comunidad educativa el resultado de todo un proceso de aprendizaje. Eso no parece inconveniente a partir de los cinco o seis años, con pequeños textos adaptados, poemas sencillos, canciones dramatizadas, bailes y pequeños cuentos. No sólo les encanta a los padres y madres y a los abuelos y abuelas, sino que los pequeños “actores” disfrutan con exhibir sus habilidades y con ello aumentan su seguridad y autoestima. También la maestra que les ha enseñado puede estar orgullosa de su labor cuando los pequeños actores reciben el aplauso. Lo que no parece conveniente es que sea una fiesta de la vanidad, un hecho aislado en el proceso educativo, sino que debería ser el resultado de un trabajo llevado a cabo durante todo un curso o una etapa, donde no importe tanto la brillantez de la pequeña representación, sino más bien los valores y habilidades desarrolladas.


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