Revista Cultura y Ocio

Enseñar teatro: ¿Quién puede aprender?

Por Fuensanta
Enseñar teatro: ¿Quién puede aprender?

"El pésame de la viuda", entremés de Calderón. Grupo de profesores del IES Pedro Guillén. Archena

A quién podemos enseñar y quién puede aprender teatro

El teatro es una manifestación cultural que apareció en los albores de la civilización de la mano de los ritos religiosos y el culto a los dioses y a los muertos. Nunca ha sido abandonado ni relegado de la cultura, aunque se haya transformado, elevado y decaído en ciertas épocas. Reduciéndolo a su mínima expresión, la representación directa de otros seres con imitación de sus actitudes, palabras, formas, e incluso sonidos no articulados, lo encontramos aún en los pueblos primitivos y en los juegos de los niños. A los niños y niñas en su primera infancia nadie les enseña qué es representar y, sin embargo, en sus juegos asumen papeles y personajes,  espontáneamente, de animales, personas y cosas, utilizan objetos a los que dan vida y voz, y tienden al disfraz de un modo intuitivo y natural. Así ocurre en el juego libre entre los más pequeños; juegan a la imitación y a la representación, en una especie de ensayo de la vida. Basta con que un ser humano pueda caminar erguido y articular algunas palabras para que pueda entrar en un juego propiciado y estimulado por los adultos, al que ya podemos llamar teatro, o al menos representación. En este momento primero, la representación va unida también al ritmo y a los movimientos, a las canciones infantiles y a los juegos de corro, y cae en una globalidad que comprende lo poético, lo musical, lo corporal y lo narrativo; sin embargo, ahí está el germen de la teatralidad. A partir de los tres años aproximadamente, se puede enseñar a niños y niñas lo que podríamos llamar “teatro-juego”, donde se propiciará el uso del disfraz, la máscara, la animación de objetos y la asunción de personajes cercanos, ligados a la infancia por la afectividad. Los animales pueden ser imitados en sus movimientos y sonidos; las personas pueden ser representadas y los objetos dotados de voz y movimiento. La improvisación y la libre expresión deben ser fomentadas en esta etapa, que podría extenderse hasta los siete u ocho años. La progresión hacia otro tipo de actividad de representación no significará, sin embargo, la pérdida de este aspecto lúdico, que siempre conservará el teatro, incluso en el caso de la profesionalización; como en la misma evolución humana, se avanza sobre lo anterior sin llegar a perderlo por completo.

En la etapa escolar, en la infancia avanzada, y en la adolescencia, el teatro tendrá unos valores predominantes distintos; es el momento de la interrelación y de la resolución de conflictos personales y colectivos; también la época de los amigos y del grupo solidario como respaldo y seguridad para el individuo. En estos años el teatro satisface varias necesidades: la de pertenencia a un grupo, con el que sentirse identificado y llevar a cabo una tarea gratificante, la de la exhibición personal para lograr la aprobación social, y la de aumentar la autoestima en un momento en que las trasformaciones físicas y psíquicas ponen en peligro el difícil equilibrio personal. Llamaremos a este tipo de teatro que se realiza con niños y niñas mayores y con adolescentes, una forma mucho más formal y articulada, el teatro-grupo, frente al teatro-juego de la primera infancia, aunque no haya perdido la sólida base lúdica que siempre tendrá cualquier tipo de teatro.

La siguiente fase es mucho más seria e implicaría ya las expectativas de futuro del individuo, puesto que se trataría de jóvenes y de adultos. Aquí encontramos una primera bifurcación: por una parte, tenemos el teatro-profesión, y por otra el teatro-vocación. En esta fase hablamos ya de seres adultos que se preparan para dedicarse profesionalmente al teatro en cualquiera de sus oficios, pero fundamentalmente en el de actores o directores de escena, o de personas que han tomado el teatro como esa actividad paralela al trabajo remunerado que solemos llamar una afición, y que en ocasiones representa la verdadera vocación del individuo, a la que no se ha dedicado profesionalmente por circunstancias particulares o por presión social y miedo a lo incierto de una profesión artística. En la actividad teatral general de una comunidad, los grupos de aficionados o vocacionales representan una fuerte y sólida base de la salud del teatro y de la cultura del colectivo, sea un país, una región o una ciudad El hecho de que no sean profesionales o no se dediquen a ello como trabajo remunerado no les resta valor ni energía creativa; antes bien, con frecuencia sobreviven con escasos recursos e impulsados por su pasión y vocación, y puede darse el caso de que realicen hallazgos artísticos muy interesantes y obras de muy aceptable calidad.

Visto esto, podemos decir que un ser humano puede tener como objeto de su aprendizaje el teatro en todas las fases de su vida, y que, por tanto, enseñar teatro se puede dar de estas tres formas, según la edad y los objetivos que se planteen:

  1. En la primera infancia y en edad escolar temprana, se enseñará o más bien se fomentará y estimulará el teatro-juego, donde el objetivo fundamental sería una formación global e informal en lenguaje y comunicación, en el desarrollo psicomotor y en la asunción de diferentes roles. Las prácticas serán improvisadas y libres, y no andarán muy lejos de los juegos, de la música y de la poesía.
  2. En la segunda infancia y en la adolescencia la importancia recaerá sobre la dinámica de grupo y sobre la expresión individual en difícil pero posible equilibrio. El teatro-grupo cumplirá funciones formativas muy interesantes en estas edades, aparte la iniciación cultural y el trabajo de texto. Contribuirá a un enriquecimiento mayor del lenguaje y a mejorar los procesos de análisis de las relaciones humanas. Proporcionará el apoyo y el respaldo del grupo que el adolescente precisa. Desinhibirá y facilitará la expresión personal y la integración social. Ayudará en la adquisición de habilidades sociales. Educará en el trabajo cooperativo y de grupo. Aumentará la autoestima y el respeto y la tolerancia por los demás. Educará en valores estéticos y en la sensibilidad.
  3. El teatro realizado por adultos es algo más complejo, pero también en ese campo existe un proceso de aprendizaje. Como se ha dicho antes, las fases anteriores, como características del teatro no se perderán, sino que permanecerán como base indispensable sobre la que trabajar en adelante, tanto el aspecto lúdico como el de grupo. Cuando se trata de teatro-profesión, el joven puede iniciarse en la enseñanza secundaria no obligatoria, optando por cursar un bachillerato especializado de la rama artística, que abarca las Artes Escénicas, la Música y la Danza; esta etapa puede desembocar en el seguimiento completo de una de esas carreras hasta su completa profesionalización. Digamos que en este nivel sigue funcionando el teatro-grupo del adolescente, pero que las expectativas son más amplias y formales. No se trata ya sólo de una finalidad lúdica y formativa en lo personal, ni tampoco se trata de la integración en un grupo como finalidad principal, sino que se abre la posibilidad de que el teatro sea para el joven un camino profesional posterior. Si así resulta ser, el joven necesitará, tras su iniciación en la secundaria no obligatoria, una preparación formal y oficial, para lo que acudirá a una Escuela de Arte Dramático, donde recibirá la enseñanza oficial especializada correspondiente, hasta su completa cualificación profesional. Esas mismas enseñanzas podrá seguirlas en Escuelas de Teatro, privadas o concertadas, y perfeccionarlas posteriormente en masters y cursos especiales. Naturalmente, la práctica profesional previa la llevará a cabo con su integración en grupos de aficionados y en los montajes teatrales de su propia Escuela.
  4. En el caso de los grupos de aficionados, el aprendizaje ni es formal ni oficial necesariamente, aunque es frecuente el caso de vocacionales que han realizado estudios de Arte Dramático. La afición y la práctica serán, en la mayoría de los casos, su medio de formación, pero también con frecuencia desde el asociacionismo (clubs, centros universitarios, asociaciones vecinales, etc.) se pueden organizar cursos y actividades formativas. El aficionado lleva a cabo su aprendizaje de manera no formal y no institucional ni sistemática, fuertemente basado en la práctica. A menudo, quien dirige el grupo asume también el papel de formador.

 


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