Para entender la naturaleza de la enfermedad hay que conocer ciertas verdades fundamentales.
1º) La primera de ellas es que el hombre tiene un Alma que es su ser real; un Ser Divino, Poderoso, Hijo del Creador de todas las cosas, del cual el cuerpo, aunque templo terrenal de esa Alma, no es más que un diminuto reflejo: que nuestra Alma, nuestro Ser Divino que reside en y en torno a nosotros, nos da nuestras vidas como quiere Él que se ordenen y, siempre que nosotros los permitamos, nos guía, protege y anima, vigilante y bondadoso, para llevarnos siempre a lo mejor; que Él, nuestro Ser Superior, al ser una chispa del Todopoderoso, es por tanto invencible e inmortal.
2º) El segundo gran principio es que nosotros, tal y como nos conocemos en el mundo, somos personalidades que estamos aquí para obtener todo el conocimiento y la experiencia que pueda lograrse a lo largo de la existencia terrena, para desarrollar las virtudes que nos falten y para borrar de nosotros todo lo malo que haya, avanzando de ese modo hacia el perfeccionamiento de nuestras naturalezas. El Alma sabe qué entorno y qué circunstancias nos permitirán lograrlo mejor, y por tanto nos sitúa en esa rama de la vida más apropiada para nuestra meta.
3º) En tercer lugar, tenemos que darnos cuenta de que nuestro breve paso por la tierra, que conocemos como vida, no es más que un momento en el cuerpo de nuestra evolución, como un día en el colegio lo es para toda una vida, y aunque por el momento sólo entendamos y veamos ese único día, nuestra intuición nos dice que nuestro nacimiento estaba infinitamente lejos de nuestro principio y que nuestra muerte está infinitamente lejos de nuestro final. Nuestras Almas, que son nuestro auténtico ser, son inmortales, y los cuerpos de que tenemos conciencia son temporales, meramente como caballos que nos llevarán en un viaje o instrumentos que utilizáramos para hacer un trabajo dado.
4º) Sigue entonces un cuarto principio, que mientras nuestra Alma y nuestra personalidad estén en buen armonía, todo es paz y alegría, felicidad y salud. Cuando nuestras personalidades se desvían del camino trazado por el alma, o bien por nuestros deseos mundanos o por la persuasión de otros, surge el conflicto. Ese conflicto es la raíz, causa de enfermedady de infelicidad.
No importa cuál sea nuestro trabajo en el mundo -limpiabotas o monarca, terrateniente o campesino, rico o pobre-, mientras hagamos ese trabajo particular según los dictados del Alma todo está bien; y podemos además descansar seguros de que cualquiera que sea la posición en que nos encontremos, arriba o abajo, contiene esta posición las lecciones y experiencias necesarias para ese momento de nuestra evolución, y nos proporciona las mayores ventajas para el desarrollo de nuestro ser.
5ª) El siguiente gran principio es la comprensión de la Unidad de todas las cosas: el Creador de todas las cosas es Amor, y todo aquello de lo que tenemos conciencia es en su infinito número de formas una manifestación de ese Amor, ya sea un planeta o un guijarro, una estrella o una gota de rocío, un hombre o la forma de vida más inferior.
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Podemos darnos una idea de esta concepción pensando en nuestro Creador como en un sol de amor benéfico y resplandeciente y de cuyo centro irradian infinitos rayos en todas las direcciones, y que nosotros y todos aquellos de los que tenemos conciencia son partículas que se encuentran al final de esos rayos, enviadas para lograr experiencia y conocimiento, pero que en última instancia han de retornar al gran centro.
Y aunque a nosotros cada rayo nos parezca aparte y distinto, forma en realidad parte del gran Sol central. La separación es imposible, pues en cuanto se corta un rayo de su fuente, deja de existir. Así podemos entender un poco la imposibilidad de separación, pues aunque cada rayo pueda tener su individualidad, forma parte sin embargo del gran poder creativo central.
Así cualquier acción contra nosotros mismos o contra otro afecta a la totalidad, pues al causar una imperfección en una parte, ésta se refleja en el todo, cuyas partículas habrán de alcanzar la perfección en última instancia. Así pues, vemos que hay dos errores fundamentales posibles: la disociación entre nuestra alma y nuestra personalidad, y la crueldad o el mal frente a los demás, pues ése es un pecado contra la Unidad.
Cualquiera de estas dos cosas da lugar a un conflicto, que desemboca en la enfermedad. El entender dónde estamos cometiendo el error (cosa que con frecuencia no sabemos ver) y una auténtica voluntad de corregir la falta nos llevará no sólo a una vida de paz y alegría, sino también a la salud.