Revista Política

Enterremos ya el franquismo de una vez

Publicado el 12 junio 2016 por Vicente Jiménez @Parnasillo

El edificio gemía resquebrajándose indefectiblemente bajo el peso de los años y su historia interminable. Capas superpuestas de orín sostenían como titanes unas vigas realizando el milagro de sostener el enorme peso de techos y paredes. Los moradores intentaban curar como podían aquellas cicatrices tapándolas laboriosamente con cartones, pegotes de cemento o latas. Así se mantenía en pie aquella vetusta construcción, que con cada nuevo crujido revelaba su eterna agonía. Cierto día, a alguien se le ocurrió: vamos a limpiar toda la herrumbre y que reluzcan las vigas y paredes como soles. Desgraciadamente, esa acción ocasionó el derrumbe estrepitoso de la construcción, que se llevó de paso por delante a sus ignorantes moradores siendo la herrumbre lo que verdaderamente mantenía en pie al edificio.
Este cuento nos plantea una cuestión; y no se trata de lo que ocurre cuando un Estado se mantiene por y gracias a la corrupción, ya que el resultado es evidente: en ese caso se obtiene más corrupción y el sistema se retroalimenta. La verdadera pregunta sobreviene cuando nos planteamos si es posible salir del círculo vicioso de orín o corrupción. Los moradores de nuestro edificio, que dentro su ignorancia optaron por dar brillo y deshacerse de la herrumbre de las vigas fueron fagocitados por el monstruo. No cabe duda que soluciones para salir del paso dentro de la corrupción no hacen más que aumentar la agonía. Para salir del problema hay que optar por derrumbar el edificio y crear otro distinto donde la corrupción pueda ser contenida eficirntemente. Solo un proceso libre constituyente, que desembocase directamente en la libertad colectiva traducida en forma de un representantes por distrito electoral, perteneciente a distritos pequeños (unos cien mil habitantes), con mandato imperativo surgido del sistema de mayorías y minorías y presentadas directamente a esos distritos. En el viejo edificio teníamos listas de partidos hechas por los jefes de partido por y para los partidos; y para más inri, repartos proporcionales para que maleantes o traidores puedan hacer de bisagra. En contraste, en el nuevo edificio tendríamos la doble vuelta, en caso de que no se hubiese obtenido la mayoría absoluta: una doble vuelta que garantiza que el representante represente a su distrito y el presidente del gobierno tenga poder para que la unidad de la nación no pueda ser cuestionada y evite guerras civiles como pasó en el 36. Si los ciudadanos se despojaran de su ignorancia y fueran conscientes de ello no aguantarían la partidocracia que nos ahoga con sus comunidades autónomas y reyezuelos junto a sus cortesanos incluidos, porque cuando se es consciente de la cura, un enfermo ya no soporta el dolor por más tiempo y busca desesperadamente dicha cura. Por lo tanto, el eslogan “por el cambio” es una verdadera imbecilidad, porque sin duda seguimos habitando el mismo viejo edificio; y otras perlas como “conseguir más democracia” carecen de ningún sentido porque o es democracia o no lo es. No hay gradaciones en eso. O cambiamos el franquismo por una democracia o los políticos siguen viviendo del franquismo.
Vicente Jiménez

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