Mientras hablaba con Erre, no me daba mucha cuenta, pero una vez que regresé a casa, retomando el asunto, me di cuenta que cuando estás en la etapa formativa de diseñador, esa etapa en la que todo es un mejunje amorfo, en la que no sabes hacia donde te lleva la corriente, y en la que ni mucho menos te planteas el futuro (futuro = ese momento en que se te acaba el cuento chino de que estudias para ser algo provechoso), entonces, no sabes lo podrido que está el panorama profesional al que te arroja la escuela de artes de turno. Y es que no se puede llegar de otro modo a un contexto profesional con unos principios éticos tan pobres como el que nos rodea. Y dado que llegas sin acabar de formar, sin criterio, sin experiencia, sin sabiduría, te nutres de lo que hay; sin duda te pone a prueba. Es en ese momento cuando apuntar adecuadamente resulta imprescindible.
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