Nuevamente una escena cotidiana en Puerto Escondido me hizo recordar otra parte de mi infancia. Mi memoria fue provocada por un grupo de padres que acompañaban a sus hijos durante un entrenamiento de futbol. Los niños vestían uniformes, espinilleras, tenis adecuados, hacían calentamientos, jugaban en posiciones asignadas acorde a sus capacidades y aptitudes, sonreían poco, se hidrataban con bebidas “deportivas”, eran dirigidos por un entrenador. Durante los descansos hablaban de Messi, Cristiano Ronaldo y FIFA 15. Me llamó la atención observar que durante el entrenamiento los niños tenían una disciplina que no me parece propia de la infancia, no al menos a la infancia que viví. Esta imagen tan profesional de padres e hijos deportistas es ajena a mis recuerdos. Mi infancia fue sin duda distinta a esta generación de niños, quizás lo extraño de la escena me generó el recuerdo.
En los 90´s jugábamos futbol en las calles –cuando aún eran de tierra-, utilizábamos dos piedras en cada lado que pasaban por porterías, las cuales eran “milimétricamente” medidas por nuestros imprecisos pasos, corríamos descalzos, con las rodillas raspadas y los pies llenos de ampulas, sin playera y sin calentamiento previo. Todos persiguiendo el balón, con escasas estrategias tácticas y nulas reglas, no había tiempos definidos, ni árbitros; las jugadas dudosas se resolvían gritando más fuerte y adueñándose del balón para cobrar rápidamente. A veces hacíamos cambios de portería, solamente cuando la calle desfavorecía más al propio equipo, los perdedores pagaban los bolis o las paletas de hielo, designábamos a los porteros con el infalible “mete gol, para” o bien poníamos a los gorditos de porteros, nuestra lógica inocente nos decía que ellos cubrían más espacio. No había gambetas espectaculares y mucho menos aditamentos deportivos, no había conversaciones sobre Xbox y FIFA 15, no sabíamos de equipos, jugadores o ligas extranjeras, solo éramos Chivas contra América, o bien, México versus Brasil. A pesar del marcador quien anotaba el último gol ganaba, a veces los encuentros terminaban súbitamente con un grito amenazante de nuestros padres. Sin embargo, a pesar de lo poco profesional y de las muchas cosas desfavorables para jugar futbol, siempre había una gran sonrisa en nosotros, el futbol era magia pura, las retas en la calle unían a los amigos y hacian del ocio un rato agradable.
El futbol no era exclusivo de las retas callejeras, también se extendía a la escuela, recuerdo que en la primaria (López Mateos) nos dejaron ver la final de futbol de México vs E.U.A (1993), la imagen aún es clara para mí. Un gol espectacular de Nacho Ambris, en tiro libre desde muy fuera del área grande, con un efecto impresionante que a todos en el salón nos hizo gritar, la celebración fue ensordecedora, todos arrojamos nuestras mochilas al aire, las libretas se deshojaban lentamente mientras caían y los juegos geométricos crujían al romperse de un solo golpe. En aquel entonces nuestros ídolos del futbol tenían una apariencia distinta a los actuales: Jorge Campos, Ramón Ramírez y Zague eran los mencionados. El futbol callejero en Puerto Escondido durante los 90´s carecia de algun grado de malicia o pretensión, era simplemente su esencia: un juego que divertia, que unia y nos hacía vivir nuestra infancia entre calles de tierra y amigos.
CES #VivePuertoEscondido