Nací en un pueblo marinero, en el que no era rara la noticia de que alguien se había ahogado. Tal vez sea por eso, o tal vez simplemente porque está magníficamente escrita, me ha impresionado el relato de las gentes de mar de Lugar, allá entre los Fiordos de muy al Norte.
Un mar salvaje, capaz de dar alimento y de arrebatar vidas. Un Lugar en el que los muchachos salen desde muy jóvenes a pescar bacalao en débiles botes de seis remos, soportando horas de boga y un frío glacial, bajo el reino del cual tener o no tener un chaquetón puede significar la diferencia entre la vida y la muerte. Un mundo inhóspito en el que la lectura de El paraíso perdido de Milton puede costarte la vida.
Un libro profundo y hermoso, poético en su descripción de la muerte y de la vida. Me repito como el ajo, pero no deja de maravillarme la producción literaria de un pequeño trozo de tierra imposiblemente al Norte como Islandia. Relatos tan apegados a una tierra dura, a una naturaleza extrema que consigue traspasar la historia y llegar como si hubiésemos estado allí.
En el fondo, un relato sobre la vida y las cosas que le dan valor.