Entre civismo y legalidad

Se acerca el 15N en la tierra del surrealismo caribeño y (como era de esperarse)  la fecha llega impregnada de pasión, de extremismo, de puritanismo, de intentos por mostrar los avales que certifiquen abnegación y entrega, lo mismo por un bando que por otro. 

Entre tanto ruido mediático se difumina la casi tenue, a veces difusa, línea que separa lo deseado con lo posible, lo añorado con lo obtenido, lo cívico con lo legal

Y es que al parecer se ha olvidado ya distinguir entre aquellos actos, solicitudes, reclamos o simples suposiciones que claramente representan un elevado valor cívico, civilizado, honesto, digno; en contraposición con aquellos que simplemente existen porque están plasmado en un documento legal, jurídico, de fuerza mayor aunque solo hayan sido impuesto “A fortiori” por la simple razón del más fuerte

En el caso de la isla del paraíso caribeño no se cumple la excepción a esa regla, sino que se muestra pujante y en plena concordancia con el carácter típico del antillano, que como bien dijo el generalísimo “Si no llegan, se pasan”, dígase una mezcla de chancleteo ideológico, de neronismo disfrazado aunque sin soltar la lira en una mano mientras en la otra se empuña la tea con la que se incendiaran mutuamente, sin importar si se es griego o troyano.

Las leyes vigente o “lege lata” se deben cumplir hasta tanto no sean modificadas. A nadie le gusta esperar frente a un semáforo en rojo, pero hay que hacerlo. A nadie le gusta pagar impuestos, pero hay que hacerlo. A nadie le gusta ponerse mascarillas, vacunarse, actuar acorde a los códigos penales, procesales o en fin constitucionales, pero hay que hacerlo porque no se puede exigir respetar las leyes, desobedeciéndolas

O la cambias siguiendo los procedimientos plasmados en las mismas leyes o la debes obedecer hasta tanto no se deroguen dichos artículos y se aprueben otros más acordes a tus reclamos

Porque como ya se decía desde los tiempos de la antigua Roma “Dura lex, sed lex” ( La ley es dura, pero es la ley)

Raudelis