Revista Opinión

Entre el recuerdo y el olvido

Publicado el 19 agosto 2019 por Carlosgu82

Una pregunta que recorre mi cabeza cuando me pongo a leer a Kafka es sobre lo que hubiera ocurrido si, movido por la lealtad de sus palabras a su amigo, Max Brod hubiese llevado a cabo la petición que Kafka le hizo antes de morir. No hubiera quedado olvidado, puesto que de su obra existían cuentos, aforismos y artículos publicados que no permitirían su desaparición de la estela de los artistas conocidos. Pero puede que no existieran autores posteriores, como Borges, Wells o incluso Grass, o al menos no con las influencias que encontraron en él.

Lo mismo con el trabajo de Tolkien. Gran parte de su reconocimiento posterior se debió a la publicación póstuma del Silmarillion, llevada a cabo por su hijo Christopher, y, como en el caso de Kafka, no hubiera desaparecido dado que ya era reconocido por su trabajo anterior que, con el paso de los años fue llevado al cine, con las trilogías de El Hobbit y El señor de los anillos. Pero, lo cierto es que muchos de sus admiradores sienten que todo cobra sentido con la obra que Tolkien no pudo terminar.

Estos son solo unos ejemplos de casos muy parecidos donde, gracias a la publicación de obras posterior a la muerte de los autores, estos cobran un éxito que no alcanzaron en vida, e incluso varios de ellos el merecido reconocimiento que en vida no gozaron.

Aunque eso abre otra interrogante, una que no cuenta con una respuesta fácil ni satisfactoria. Entra el preguntarnos cuántas obras no corrieron con esa suerte, cuántos autores no encontraron ese momento azaroso que les permitió encontrar un espacio dentro de los reconocimientos de la posteridad.

Como dije anteriormente, no es fácil. Frente a la inmensidad de autores publicados y reconocidos durante la existencia de la humanidad, un número aún mayor de autores y obras que no conocieron ese fin existieron y, por algún motivo, ahora pertenecen a ese grupo de lo que no fue.  Entonces un escalofrío recorre el cuerpo al pensar que será de todo aquel- como uno- buscó dejar una huella a través de sus escritos y que, por actos azarosos, quedaron fuera de la memoria de la sociedad. Y es que el olvido abarca más que los recuerdos. Incluso si se rompe la barrera del desconocimiento, y se alcanza la fama en vida, nada asegura que esto marqué su recuerdo en los años posteriores. No necesitamos retroceder a la Edad Antigua, de la cual solo conocemos una minucia de los escritos que existieron gracias a lo que se recupero a lo largo de los siglos, para encontrar ejemplos. Ni siquiera un premio como el Premio Nobel salvó del olvido a varios escritores. Si uno coloca apellidos como Echegaray, Seifert, o Eucken, son pocos los que reconocen a los autores y menos los que han leído sus obras.

Es ahí donde se coloca a uno mismo, y entiende que lo más probable, es que también uno pertenezca a esos autores, que no rebasaran la memoria. Que lo que publique no tendrá más fin que un lector casual.

Frente a esta visión hay otra, más alentadora y desde la cual, me gusta enfocar mi trabajo. El olvido, a pesar de su inminencia, no elimina la capacidad que tiene uno de tratar de esquivarla; el seguir creando obra que, a pesar de la posibilidad de no llegar a más que un pequeño grupo de lectores, permite que uno se exprese y deje, al menos por un momento, una breve sensación de satisfacción por la liberación de lo que la mente exigía escribir. Como este pequeño artículo, por ejemplo.

Y puede que, por alguna casualidad, uno llegue a ser de esos autores que, de alguna manera incierta, sortee el olvido. Al menos, eso es lo que espera uno.

La imagen es de Foundry, extraída de Pixabay


Volver a la Portada de Logo Paperblog