Viernes estresante
La última aventura tinerfeña no comenzó precisamente bien. En la T-4 de Barajas, los de Iberia se encargan de recordarme por qué les odiamos tanto y retrasan el vuelo media horita. Aunque, a decir verdad, esto para Iberia es puntualidad suiza…
Mi vuelo debía finalizar en Tenerife Norte (Los Rodeos), situado a sólo 10 minutos de Santa Cruz, mi destino. En éstas, se escucha la voz del piloto por megafonía: "Hay mucha niebla, haremos una incursión y, si no podemos aterrizar, nos vamos al Aeropuerto del Sur".
Una joven madre sentada a mi lado me dice que la hable, que si no se pondrá histérica, mientras yo empiezo a concienciarme de que tocará recorrer en bus (o mejor dicho, en guagua) los 60 km. que van del Aeropuerto Sur a Santa Cruz. También pienso en los históricos mega-accidentes ocurridos en Los Rodeos y, resignado, prefiero que el piloto se deje de incursiones. Cuatro horas después, por fin estoy en mi destino.
Sábado de relax
Tras dormir 12 horas, el sábado comemos en una chula (y cara) tasca de Santa Cruz y dedicamos la tarde a disfrutar de las rebajas tinerfeñas, que no sé si serán mejores o peores que las de Madrid, y la verdad tampoco me interesa. Simplemente es más agradable pasear por las calles con 25 grados de temperatura que con 5. Pasada la tarde, una película y a dormir que el domingo se presenta ajetreado.
Domingo de excursión
A las 10.30, Vanessa, una simpática compañera de trabajo de Auro, oriunda de Tenerife –concretamente de Tegueste- nos recoge en Santa Cruz y nos lleva de excursión. El soleado día acompaña a disfrutar de los bellos y verdes parajes que nos enseña –haciendo las veces de magnífica guía turística-.
Uno de los pueblos que atravesamos –aparte del propio Tegueste- es Pedro Álvarez, tal y como ella nos recuerda, "el pueblo de los bobos"; y es que, al parecer, los Palacios Reales no son los únicos lugares en los que familias enteras se dan al sexo, el incesto y a la lujuria…
En estas continuamos para Valle Guerra, un pequeño pueblo situado cerca del mar, en el que recogemos a Emiliano, el novio de Vanessa. Él nos recibe un poco adormilado, pero rápidamente se despierta para recoger el testigo de guía turístico que amablemente le cede su pareja. Durante buena parte del periplo ambos nos deleitan con unas divertidas "Escenas de Matrimonio tinerfeñas", que nos amenizan todavía más el recorrido.
Tras recorrer kilómetros y kilómetros de invernaderos y plataneras, disfrutar de increíbles costas y magníficos miradores, decidimos que ha llegado la hora de comer. En esto hay unanimidad: vayamos a un 'guachinche'. Estos locales, de los que yo sólo había oído hablar, consisten en garajes de viviendas reconvertidos en restaurantes, con comida casera y precios asequibles. La verdad es que nos ponemos hasta el culo de Carne Fiesta y Ropa Vieja, entre otros sabrosos platos.
Por la tarde, visitamos Punta Hidalgo y otros lugares costeros en los que el mar sacude con fuerza, paisajes que adquieren su máximo esplendor observándolos sentados en una terraza y con un licor de hierbas en la mesa.
Nuestro periplo concluye en una pequeña ermita situada frente a la playa, junto a la que los hippys fuman porros y tocan batucadas, un atardecer que más de uno quisiera en pleno mes de enero. Para agrandar su fama de inmejorables anfitriones, Emiliano y Vanessa nos dejan en la puerta de nuestra casa, tras un fantástico y agotador día.
Lunes malvado
El lunes en Los Rodeos vuelvo a darme un golpe de bruces con la malvada realidad. Tras llegar al aeropuerto en taxi para no ir muy apretado de tiempo (18 euros la broma), el vuelo se retrasa porque hay niebla en Barajas (¿qué pasa? ¿La niebla siempre se instala en los aeropuertos a los que yo me dirijo?)
La espera va de las 7.15 a las 11.15, nada menos que 3 horitas. Pero es lunes y, tras un fin de semana tan placentero, no quiero estresarme, ya habrá tiempo de eso durante el día a día madrileño.