Dice el artículo de New York Times, del que proviene esta imagen, que “A días del plebiscito, Colombia se debate entre la certeza de la guerra y la incertidumbre de la paz”, y en ese debate yo sólo puedo apostar por la incertidumbre de la paz, con todo lo malo que eso conlleve, orgullo tragado, rendición, desconfianza, …, porque creo que una mala paz se puede corregir en el tiempo y siempre será mejor que la certeza de la guerra.
Lo que ocurre en Colombia estos días es un milagro, pues lo normal es que pase al revés, que a la gente la metan en las guerras los dirigentes malnacidos que sólo miran por sus intereses sin preguntar, y que en esas batallas egocéntricas por cuotas de poder arrastren a cientos de miles de vidas de inocentes, porque no nos engañemos, en las guerras siempre mueren los mismos, los inocentes.
Sin embargo ahora, en Colombia, ocurre lo contrario, a esos cientos de miles de inocentes les van a preguntar si desean seguir siendo carne de cañón o prefieren pasar por el cedazo del perdón, de la rendición, de la bajada de pantalones, de cómo quieran llamarlo, pero por primera vez en toda mi vida, y ya van casi cinco décadas (menos de lo que estos hijoeputas llevan dándose plomo), asisto atónito a una consulta popular para decidir si se explora una vía de paz, imperfecta, por supuesto, o una guerra, y me sorprende que haya quien tenga dudas. Entiendo que hubieran querido más, más compromiso de los asesinos, más castigo, más de todo, pero ese listón nunca estará a una altura que contente a todos, es sencillamente imposible porque cuando mueren personas se genera tanto odio en un lado como en el otro.
Veo a amigos colombianos que se debaten entre el orgullo del que sabe que tiene razón o la visión de un mundo mejor para las generaciones venideras, y dudan porque son muchos años de sangre acumulada.
Hace ahora trece años que mi vida se vio envuelta con la de una colombiana con quien he aprendido a vivir, y desde entonces mi entorno familiar se ha llenado de colombianos, mis hijos, mi familia, amigos, decenas de viajes a tan maravillo país que hacen que sienta este momento con orgullo casi como si fuera mío.
Recuerdo la primera vez que viaje a Colombia, como mis amigos me advertían de que era un país peligroso, de que tuviera mucho cuidado, las miles de bromas, que aún hoy se repiten, sobre si a mi regreso de esos viajes puedo traer una bolsita de coca que nos saque a todos de la miseria, bromas que los colombianos resisten en cada conversación. Películas de Hollywood donde los malo-malísimos son colombianos, escenas de Bogotá como si fuera el mismísimo infierno, el peso y la vergüenza de pedir visado para cada maldito país del mundo como si fueran criminales, y de ser los últimos en salir de la zona aduanal tras soportar mil y un registros en cada puto aeropuerto en el que aterrizan. Pequeños daños colaterales de este conflicto que los colombianos llevan con resignación como un vestido más.
Colombia es un país como cualquier otro, con gentes buenas y malas, muy buenas y muy malas, y regulares, la gran mayoría, pero tiene algo que muchos otros países han perdido, y son las buenas maneras. Es difícil encontrar colombianos maleducados, es difícil encontrar colombianos sin preparación académica, es difícil encontrar colombianos que no respeten el orden de las familias. Ahora todas estas personas, las que han vivido el conflicto por la televisión, las que les han quitado sus tierras, las que han visto como se llevaban a sus hijos secuestrados al monte, las que han visto como la policía metía en sacos a sus familiares para cobrar la cuota que el anterior gobierno ofrecía por cabeza de terrorista, las que opinan sin haber probado nunca unas botas de goma (como yo) han de decidir si desean seguir con eso o ver a los terroristas campando por las calles como ciudadanos de pro. No es una elección fácil, no, pero es una elección y creo firmemente que los pueblos tienen derecho a decidir su futuro en las urnas, no con las armas, ni bajo la fuerza de los poderosos.
Hoy Colombia puede dar un ejemplo brutal al mundo y dejar de ser los parias de los aeropuertos internacionales para convertirse en el país que votó por el perdón en lugar de la venganza. Hoy Colombia puede dejar de un plumazo toda la basura acumulada en décadas bañadas de sangre y ser el puntero mundial de la paz, cambiar el fusil, las botas de goma y la hoja de coca por una paloma y su ramita de olivo, que por jodida y vieja que esté la puta paloma, siempre será la mejor de las alternativas.