Hace unos días, cuando se anunció el triunfo de Piñera en Chile, un grupo de jóvenes en las afueras de la sede del partido comunista celebraban la victoria. Mirando hacia arriba, hacia una ventana en donde la única repuesta que tenían era una flameante bandera anaranjada con la imagen de un Che Guevara que parecía no prestarles o no querer prestarles mucha atención, gritaban entre saltos y puños en alto: “Comunistas, maricones, les mataron los parientes por huevones” (1).
Los gritos suenan como ecos que traspasan la noche celebratoria y nos emplazan a buscar explicaciones sobre por qué tanta gente joven es capaz en estos tiempos de celebrar la muerte de esa forma, en un país que se supone, luego de tantos años y esfuerzos por descubrir la verdad y reparar, tendría que haber terminado con la impunidad, pues es la impunidad que subyace en esta alegría alardeada de los convocados esa noche.
Hijos e hijas de la globalización y del individualismo desbordado en el cual el éxito personal es lo prioritario por encima de cualquier proyecto colectivo, estos jóvenes no expresaban sino el marco interpretativo del mundo que nos impone la época, en el cual no cabe la lucha por la justicia para todos y todas, el compromiso hacia los otros y las otras, la entrega desinteresada que genera el amor a la humanidad, y quienes piensan o pensaron así por tanto serían huevones.
Exculpan de esa forma a los asesinos, atribuyéndoles la responsabilidad de la muerte y desapariciones a las víctimas, a las hijas y esposas que quedaron solas reclamándolos en travesías que parecieron siglos. Por otro lado, al gritar que “les mataron los parientes” reconocen que sí hubo asesinatos de comunistas, cosa que las derechas en nuestros países, acostumbradas a la negación de los sucesos y a su justificación muy pocas veces aceptan, o si las aceptan realizan una serie de argumentaciones justificatorias más fuertes que la simplicidad alardeada esa noche.
La lucha por el sentido del pasado, dice Elizabeth Jelín (2) “se da en función de la lucha política presente y los proyectos de futuro” y esto hay que tomarlo en cuenta en el futuro que se avecina en la hermana República, pues este hecho es un claro reflejo de cómo se está reconstruyendo las memorias de la represión, intentando recolocar a ésta como el factor primordial del “desarrollo” del que disfruta Chile, desarrollo que tendría su génesis en la dictadura pinochetista, y que seguirá disfrutando con el nuevo gobierno, en el entender de los jóvenes que coreaban frente al local comunista: “General Pinochet, este triunfo es para usted.” Seguían los gritos, entre salto y salto que nos recuerdan los partidos de futbol y los estadios, y en Chile el estadio nos recuerda la muerte, y nos trae a la memoria a Víctor Jara que no quería una patria dividida.
Como señala Jelín, en las luchas por las memorias y sus diversas interpretaciones “hay quienes están dispuestos a visitar el pasado para aplaudir y glorificar el ‘orden y progreso’ de las dictaduras”, y he aquí un ejemplo claro de ello. En esta glorificación está la banalización de la muerte y las desapariciones, la justificación de los hechos y la abierta posibilidad de reprimir, de desactivar las memorias liberadoras, de excluir esas otras memorias que reclaman aún la justicia, de imponer la visión de que las causas justas, las causas colectivas no tienen más cabida en este mundo globalizado, en donde lo que importa es lo que consumes, si es que consumes, siendo esto la medida de tu éxito.
Mientras tanto, de este lado de la frontera, un triunfo también enorgullecía a peruanos y peruanas, que si bien no salieron a las calles a los festejos, llenan los muros de Facebook con sus grupos de apoyo a que “La teta asustada”, una de las películas extranjeras nominadas al Oscar, se haga con la presea. La película de la cineasta peruana Claudia Llosa, ya había sido galardonada con el Oso de oro en Berlín, lo cual da una idea de la calidad cinematográfica de la obra, pese a las discusiones que pueden darse alrededor de la misma en algunos espacios.
La película, basada en una investigación de la antropóloga estadounidense Kimberly Theidon, nos narra la historia de Fausta, protagonizada por una joven actriz ayacuchana, Magaly Solier, quien ha heredado a través de la leche se su madre un miedo atávico, producto de la violación a la que fue sometida ésta durante el conflicto armado y que se perpetua en ella, manifestándose en la imposibilidad de mantener una relación con un hombre, lo que la lleva a colocarse una papa en la vagina. Esta obra, sin que sea necesariamente su objetivo, nos interpela la memoria sobre lo que le pasó y sigue pasando a las mujeres en las guerras, y de lo que poco suele hablarse en una especie de pacto de silencio social, ya sea por lo que puede significarles a las mujeres en su futuro o porque entre las violaciones a los derechos humanos, las violaciones sexuales suelen ser las menos consideradas, expresando de esta forma las jerarquizaciones del dolor.
Sin embargo, para las mujeres que han vivido esas experiencias, pese a la insistencia del olvido, las secuelas no desaparecen, permaneciendo latentes o expresándose a través de diferentes vías y eso es lo que el personaje ficcionado simboliza, esa realidad cotidiana que viven las mujeres violadas, laceradas en tiempos de guerra. Al respecto, Theidon señala: “Cuando reflexiono sobre las mujeres y su deseo de no recordar y ‘martirizar sus cuerpos’ – cuando recuerdo a las muchas mujeres que temían dar de mamar a sus bebés y pasarles su ‘leche de pena y preocupación’ —, me parece que nos ofrecen un ejemplo elocuente de cómo las memorias dolorosas se acumulan en el cuerpo y cómo una puede, literalmente, sufrir de los síntomas de la historia. Reitero que las memorias no solamente se sedimentan en los edificios, en el paisaje o en otros símbolos diseñados para propiciar el recuerdo. Las memorias también se sedimentan en nuestros cuerpos, convirtiéndolos en procesos y sitios históricos.” (3)
La teta asustada nos llama a una nueva lectura de los sucesos, a hablar de ellos, a darles nuevos sentidos interpelando el silencio y las negociaciones que se hacen sobre las experiencias de las mujeres, al presentarnos las consecuencias de cómo en este tácito pacto de silencio que incita a la desmemoria se va la vida de las mujeres, se perpetúan los traumas, se inhibe la posibilidad de una vida libre de violencia para las nuevas generaciones de mujeres.
En ambas situaciones aquí planteadas, tanto la de los victoriosos jóvenes pinochetistas como en la obra de Claudia Llosa, se expresan formas diferentes de plantearse la memoria, en el primer caso una memoria justificatoria, expropiatoria, que intenta producir un vacío sobre un pasado aún reciente, en el segundo caso, se plantea una memoria liberadora, que interpela y moviliza los silencios, que nos lleva a preguntarnos sobre las razones que llevan a seres humanos a infligir tanto dolor. Y esa es la pregunta que nos queda al ver, desconcertadas, a los jóvenes en Santiago: ¿Qué hace que personas en una sociedad que sufrió tanto se vuelvan justificadoras de la muerte y no tengan vergüenza en gritarlo públicamente?
Resistir las políticas del olvido y las memorias justificadoras de la muerte es la encrucijada de estos tiempos y La teta asustada es un gran aporte para esa resistencia. Nos conmina a seguir planteando mecanismos, espacios, resquicios por donde se filtren las memorias, por donde se infiltren las palabras, las imágenes, los silencios, las historias que pretenden ser desaparecidas con el tiempo. Asimismo, la acción del grupo de personas que celebraban, sus gritos, son un llamado a plantearnos o replantearnos cómo estamos procesando el pasado en nuestros países y cuales son los sentidos que las nuevas generaciones le van imprimiendo a las diversas memorias en disputa y que se expresan también en una contienda electoral.
Por Rosa Montalvo Reinoso
[email protected]
La Ciudad de las Diosas
Notas:
(1) http://www.youtube.com/watch?v=ciLzW7PHVUw
(2) Jelín, Elizabeth. “Exclusión, memorias y luchas políticas”, en Daniel Mato (comp.) Cultura, política y sociedad Perspectivas latinoamericanas, CLACSO, Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina, 2005, pp. 219-239
(3) Kimberly Theidon, “Oso, Llosa y Mariposas”, Revista Ideele, No 196, Lima, 2010
Revista En Femenino
Entre la desmemoria en Chile y una Teta Asustada en Perú
Publicado el 18 febrero 2010 por Daniela @lasdiosasSus últimos artículos
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