Francisco Correal
Diego Martínez Barrio, Fernando de los Ríos, Eloy Vaquero, Augusto Barcia y Manuel Blasco Garzón. De los 14 diputados andaluces que en la Segunda República ocuparon carteras ministeriales, estos cinco tuvieron relación con la masonería. Martínez Barrio, sevillano, exiliado en México y París, donde murió, presidió las Cortes y el Gobierno, y fue Gran Maestre del Grande Oriente Español. Blasco Garzón, ministro de Justicia, aparece en la foto de los poetas del 27 como presidente del Ateneo que los acogió para homenajear a Góngora.
No fueron sólo estos ministros. El peso de la masonería en la política andaluza durante la República era tal que un 36% de todos los diputados a Cortes elegidos por Andalucía -aproximadamente un centenar-, uno de cada tres, eran o habían sido masones. Las cifras figuran en la conferencia del historiador Leandro Álvarez Rey que abrió en el Alcázar las jornadas sobre la masonería.
Fue una de las primeras organizaciones obreras, integrada por los canteros, picapedreros, yeseros y albañiles que constituían las antiguas corporaciones y cofradías de constructores que en la Edad Media participaron en la erección de las catedrales. Se reunían en una casa o habitación pequeña que llamaban logia en italiano y taller en español. Álvarez Rey recuerda que tenían prohibido "bajo terribles juramentos divulgar los secretos del oficio".
Con la decadencia de los gremios, se produce la transformación de la masonería de organización operativa en simbólica. Empiezan a nombrar miembros honorarios procedentes de la burguesía y la aristocracia: propietarios, abogados, cirujanos, comerciantes. En Londres surge en 1717 -el mismo año que la Casa de la Contratación se traslada de Sevilla a Cádiz- como una organización de carácter "filantrópico, universalista y especulativo".
De su anterior condición operativa quedan los símbolos. Se sitúan moralmente "entre la escuadra y el compás", es decir, entre la obediencia a los principios de Igualdad, Libertad y Fraternidad, el trinomio de la Revolución Francesa, y una equidistancia "sin inclinarse servilmente ante los poderosos ni menospreciar a los humildes". En España la masonería entra muy tarde, coincidiendo con el final del periodo isabelino y la revolución Gloriosa de 1868. En Gran Bretaña o Suecia la jefatura de las masonerías recaía en un miembro de las Familias Reales y una veintena de presidentes de Estados Unidos fueron masones, además de los promotores de la Cruz Roja o los boy scouts.
En España entró con retraso, pero en Andalucía tuvo muy buena acogida. Entre 1868 y 1898 funcionan en Sevilla 65 órganos masónicos a los que pertenecían casi dos mil masones. El desastre colonial de 1898 desencadena lo que Álvarez Rey llama "crisis masónica finisecular". La recuperación coincide con la dictadura de Primo de Rivera de 1923.
Lo más novedoso de la investigación de este historiador -por problemas familiares, su intervención la leyó Juan Ortiz Villalba, coordinador de las jornadas- es desmentir la teoría de que la Segunda República fue un periodo de "apogeo y esplendor" de la masonería. Hubo masones en muchos cargos públicos. Lo fueron los alcaldes de Sevilla Horacio Hermoso o José Fernández de Labandera, ambos fusilados, o los regidores municipales de Cazalla, Constantina, Lora del Río, Dos Hermanas, Utrera, Alcalá de Guadaíra, Marchena, Morón, Écija, Carmona, La Campana.
La doble militancia política y masónica suscitó desacuerdos. Pese al predicamento de Diego Martínez Barrio como Gran Maestre, muchos masones de su agrupación, el Partido Republicano Radical, no le siguieron cuando en 1934 protagonizó una escisión por la derechización del líder de su partido, Alejandro Lerroux. Álvarez Rey se extiende en la política de exterminio de Franco y los rebeldes con el pretexto del "contubernio judeo-masónico". Tándem que sólo tuvo su lógica macabra en que los masones recibieron en España un trato similar a los judíos en la Alemania nazi.
En un discurso en su exilio mexicano, Martínez Barrio contó que reunió a los masones de los partidos que participaban en el Gobierno de la República bajo los dos símbolos de la "claridad fraterna", el vino y el pan. No fue posible la unión y se cumplió su profecía: "... nuestros enemigos harán que nos reunamos en las cárceles, en el exilio y los de paso más fugaz, en los cementerios". Ahora están en otro sitio. "El callejero de Sevilla está lleno de masones", dice Ortiz Villalba.