Se despertó esa mañana, con la misma intención de todos los días. Pensó que esta vez lo lograría. Más ¿quién puede cambiar cuando se hace lo mismo? La rutina la atrapó. Era inclemente el destino en demostrarle lo que no tenía. Se ponía a ver televisión, para calmar sus ansiedades; que tonta pasar precisamente por esos canales donde la gente parece feliz viviendo. Todo cuanto veía, le recordaba su anhelo. Ya vendrá el momento. Que excusa tan vacía, pero a la vez consoladora.
Ese día, levantada con la intención de todos los días, trapeaba el piso por tercera vez. En espera quizás de encontrar las huellas de quien ya no vivía con ella. Su suspiro fue intenso. Su gata la miró, como compadeciendo su existencia. Ha de llegar el momento donde experimente lo anhelado, pero debe reconocer la necesidad de abandono para lograrlo. Debe abandonar todo. Nacer nuevamente, muriendo primero ahogada por la monotonía de su existencia.
Se percató de su error. Al exprimir su lampazo, supo que aquello era cuanto haría si mantenía su pensamiento conformista. Pensó en cómo cambiar. Pero la maldita perspectiva de su existencia actual la enredaba. Ese vacío y compasión dada de la comparación con peores existencias la calmaba. Poder estar peor, no debe ser consuelo de la desgracia. Abrió ampliamente sus ojos y el latido del corazón fue intenso, casi insoportable. Sonrió y suspiro, iba a darse por vencida. Pero, en ese momento, juntó sus manos, accionando en su cuerpo una energía incomprendida. Cerró sus ojos, dejando en su mente sólo el retumbar de su deseo.
“Quiero vivir intensamente, entre las más fervientes emociones”
Y de ahí su realidad; vivir intensamente es, en esencia, una perspectiva vaga de quien la valora y peor para ella, desear emociones fervientes sin distinguir las buenas de las malas. Pero esa acción, le hizo creer que todo cambiaría. Así de repente, así por así. Abrió los ojos, retomó el lampazo y sonrió pensando en la estupidez que acababa de hacer.
Siguió limpiando, para notar sin sentido alguno, como la habitación perdió la luz. Pensó que era normal, una nube tapo el sol. Y prendió la luz de la habitación. Ésta se apagó. Nuevamente, se lo asignó a la racionalidad. Algún problema eléctrico, como era común en su ciudad. Empezó a tantear el terreno, todo se había sumergido en la más siniestra noche. Su ánimo era bajo, no dejaba de pensar en lo deseado hace poco. Pero todo dio un giro, cuando dando dos pasos hacia delante notó no estar en la habitación, desplomándose al vacío.
En tanto caía, nada podía hacer. Su voz estaba paralizada y su cuerpo desvanecido, estaba cayendo mientras sentía en silencio un escalofrío atroz. De la nada, en una casi imperceptible voz se escucha “entre las más fervientes emociones”… la voz era tenue, indistinguible. Sus ojos, procuraban ver entre tinieblas, todo era oscuro. El corazón palpitaba rápidamente. Sus manos inmóviles eran frías y sudorosas. Tantas emociones. Le dolía el estómago. Estaba aterrorizada.
“…entre las más fervientes emociones” se escuchó burlona nuevamente la voz, ahora fuerte y varonil, demasiado grave. Y la frase se comenzó a repetir. Ascendiendo el tono de voz, se escucho desafiante. Como quien sabe que cometes un error y en vez de decirte cual es, lo recalca burlonamente. La respiración se elevaba. Las manos comenzaron a responder. Pero aún eran débiles.
Sintió la voz cerca de su oído. La respiración ácida de quien la dijera pasó por su mejilla y movió un mechón de cabello “…entre las más fervientes emociones” dijo secamente y en afirmación. Ella logró adueñarse de su cuerpo. Tomó sus manos, accionando una energía incomprendida. Cerró sus ojos, dejando en su mente sólo el retumbar de su deseo “quiero regresar a la habitación”. No hubo más. Puedo haber pedido tantas cosas, rogar a Dios, pedir perdón, preguntar quién le hablaba. Pero ella, simplemente pidió regresar. Regresó.
Pudo ver como sus ojos cerrados fuertemente limitaban la entrada de luz. Los abrió y allí estaba, en la habitación. Miró a todas partes y a ella misma. Esperaba ver algo distinto. Se negó a creer por un segundo que fue una ilusión. Pero el lampazo estaba ahí, en sus manos. La habitación a medio limpiar no parecía engañarla. Fue falso. Todo lo ocurrido fue un delirio. Sonrió, se sentó por un segundo y pensó en lo extraño de todo aquello. Su corazón aún latía rápidamente.
Vio su reflejo en el espejo. Estaba pálida y algo despeinada. Sonrió nuevamente al pensarlo. “No es nada” se dijo. Volvió a limpiar. Qué extraño. Su estómago aún dolía un poco. Sintió un escalofrío. Miró a la esquina oscura de la habitación. “No es nada” pensó. Pero sus manos comenzaron a temblar. Acaso podía hablar. “No es nada”, suspiró. Pero notó que de su boca no salía ninguna palabra. Empezó a sudar.
Corrió al interruptor y prendió la luz. La habitación se iluminó. Sonrió al ver que todo estaba normal. Dijo en voz alta, casi gritando “No es nada” y soltó una leve carcajada. Era todo aquello una estupidez. Nada había pasado, sólo un delirio. Sin embargo, el dolor de su estómago se mantenía. Decidió tomar algo. Fue a la repisa, pero recordó que metió los medicamentos en el armario. Volvió sobre sí. Pensó en mejorar la iluminación de la casa, mientras veía como la luz poco iluminaba el closet. Y un pensamiento repentino llegó a su mente “No es nada” .
Fue confuso, pero no detuvo su búsqueda. Abrió la puerta izquierda del armario y vio con el rabillo del ojo un movimiento a la derecha. Volvió rápidamente la cabeza. Un ratón. Nuevamente le atacaba la plaga. Fue a buscar la escoba, se acercó a la puerta y la abrió. Su cuerpo paralizado, intentó gritar. Pero fue en vano. La mano de aquella rojiza criatura le sostuvo la boca, acercando sus afilados dientes a su oído comentó con grave voz “…entre las más fervientes emociones”.
FIN.