Las vías del tren albergan las manecillas de un reloj detenido en el tiempo tras unas sombras que buscan guarecerse del profundo calor que resquebraja la tierra. Un niño atragantado por la indiferencia social ameniza las horas dibujando círculos con un viejo neumático, mientras una madre con un cubo de agua intenta eliminar la suciedad indeleble que reviste a su pequeño hijo.Los paños tendidos decoran unos vagones ahora inertes que recuerdan, a sus temporales propietarios, los escondites más codiciados para protegerse de las agresiones (alrededor de 2.000 personas mueren anónimas en las calles de Delhi) y para recolectar los restos que vomitan los expresos de lujo. El ritmo de los trenes determina las jornadas de trabajo de los frágiles exiliados conminados al ostracismo.Varias decenas de niños de la calle se amontonan buscando cobijo en una frágil sombra que proyecta un árbol consumido por la contaminación que observa inerte los vastos territorios que conforman el entramado oxidado de los hierros. Los lavaderos de los andenes sirven de improvisados aseos a las familias, una partida de cartas está en marcha mientras a lo lejos unos ojos esperan hambrientos la llegada de nuevos niños. Según Naciones Unidas Delhi alberga entre 100.000 y 500.000 niños abandonados en el olvido mientras el ritmo frenético de la ciudad se pierde entre una densa nube de polvo, edificios carcomidos por el tiempo y un manto de suciedad que recubre las esquivas sombras teñidas de un profunda mezcla de orina, jazmín y desamparo. A escasos metros, un interminable río de maletas refleja en las caras el cansancio acumulado de las largas esperas
La República de India, a pesar de ser el décimo país más industrializado del mundo, alberga la sexta parte de la humanidad y la mayor tasa de pobreza del planeta. El sistema tradicional de castas, efímeramente abolido por la Constitución en 1950, conforma y alimenta la matriz social del país que evoca en el imaginario colectivo la imagen de Sísifo revestido de suciedad en un país milenario sacudido por la tecnificación. El crecimiento insostenible de la producción, la implantación del voraz capitalismo industrial y la consecuente desnaturalización con la tierra alimentan las interminables bolsas de pobreza que se reproducen incansablemente en cada esquina del país.