Normalmente, cuando me gusta lo que escribo, no consigo ponerle un título que me convenza del todo. Se me da fatal esto de pensar título. Supongo que ya lo habréis comprobado con algunas entradas como !, No sé., Ponle tú título a este revoltijo de sentimientos, o los que empiezan por las primeras palabras del texto en sí (Y un sueño…, Y se enamoraron…), Ella, Él (¡qué original soy a veces, en serio que cada día me sorprendo más!).
Esta es la excepción que confirma la regla: me gusta el título; por lo tanto, imagino que no me gustará lo que es propiamente el texto.
Vivimos rodeados de miedos. Todo el mundo. Nadie se salva. Miedo a que no nos acepten, a fallarle a esa persona, a no ser suficiente, a perder, a equivocarnos, a cometer errores irreversibles (¿acaso existen?), a las arañas y a la oscuridad, a la muerte, a los payasos y los fantasmas (en ambos sentidos), a que nos hagan daño, a lo que piensen de nosotros, a no dar una buena impresión, a no vivir, a quedarnos estancados, a no poder volver a enamorarnos, o al revés, a darlo todo demasiado pronto, a morir, a ser felices y también a no llegar a serlo nunca.
Nos da miedo empezar algo nuevo, o que algo termine, nos dan miedo los cambios, nos producen pavor, nos dan miedo los encuentros imprevistos y no deseados. Tememos que nos juzguen, que nos clasifiquen, que nos etiqueten, que un día nos durmamos y no volvamos a despertar nunca más. Existe el miedo al dolor, y a la soledad, a la muerte, al fracaso y al éxito desbordante, a las noches sin luna y a las personas que siempre parecen amables. Nos da miedo lo que nosotros mismos hemos creado, las mentiras, los aviones, el capitalismo, el fuego, las armas. Nos da miedo el poder y la falta de él. Miedo a las alturas, al futuro, a los ratones, a las líneas rectas, al frío. Nos da miedo acostarnos con ese chico por si no nos vuelve a llamar, nos da miedo hacer esa llamada importante, enviar ese email que decidirá nuestra existencia, comprar esos billetes de avión… Miedo a la distancia, al olvido, a pasar por este mundo sin pena ni gloria, sin despertar nada en nadie, al paso del tiempo, a envejecer, a las arrugas, a sentirnos enjaulados, a contraer una enfermedad. Nos tenemos miedo a nosotros mismos. Nos da miedo el miedo.
Pero los ocultamos, tratamos de no mostrar estos miedos, de enterrarlos muy en el fondo, tan en el fondo que hasta nosotros mismos nos creemos que no existen. Pero ahí están, en la penumbra, esperando el mejor momento para resurgir de sus cenizas, como un ave fénix. Y resurgen de la manera menos esperada, la más inverosímil, en forma de sueño, un sueño largo y pesado que no te ha dejado descansar en toda la noche.
Para mí fue el sueño más largo de mi vida y, tras reconstruirlo y desmenuzarlo poco a poco me he dado cuenta de que desvela mis miedos más profundos: miedo a mí misma e inseguridad frente a lo que pensará él, miedo al compromiso y a que me hagan daño, miedo a la muerte cuando casi me atropella un coche, miedo a la pérdida cuando se rompe mi collar favorito, miedo a la opinión de mis padres, miedo a sentirme desplazada y miedo a ser controlada, a ser el juguete de alguien que se divierta moviendo los hilos de mi existencia a su antojo. Me habría gustado explicar aquí mi sueño, pero no he podido, el miedo me lo ha impedido. Me habría sentido desnuda y me da miedo que me juzguen cuando estoy desprotegida.