Este domingo Puerto Rico elegirá en referéndum si desea seguir como Estado Libre Asociado de EE.UU, convertirse en su Estado 51, o la opción sin posibilidad alguna, ser independiente.
Es el quinto referendo tras los de 1967, 1993, 1998 y 2012. El poder mayoritario de la isla --ostentado generalmente por familias de origen catalán, ahora el gobernador Ricardo Rosselló, hijo de un gobernador anterior--, desea que elijan ser estadounidenses sin saber si Washington querrán aceptarlos; posiblemente los republicanos y Donald Trump los rechazarían.
Un año antes del Desastre del 98 España le había concedido a Puerto Rico la soberanía que no le había dado a Cuba, y ello a pesar de que el independentismo puertorriqueño era poco virulento.
Pero tras la derrota en la guerra con EE.UU., España firmó en 1898 el Tratado de París por el que le entregaba Cuba, mientras que por Filipinas y otras islas del Pacífico, en lugar de salir derrotada pero con honor, aceptaba la deshonrosa propina del presidente McKinley de veinte millones de dólares.
En cuanto al Puerto Rico, ya soberano, EE.UU. no aceptó su estatus y convirtió la isla en colonia, aunque paulatinamente fue concediéndole autonomía y algunos derechos a los puertorriqueños, muchos de los cuales conservaban –y conservan-- buen recuerdo de España.
Las banderas puertorriqueña y cubana, creadas entonces con un una estrella roja sobre un triángulo azul al extremo de las barras horizontales, fueron copiadas por los independentistas catalanes poniendo el triángulo y la estrella sobre la señera aragonesa.
Sus patrocinadores eran comerciantes “en las colonias” –siguen llamándoles así--, a los que aquellas independencias habían dañado o arruinado.
Las reclamaciones independentistas catalanas tienen mucho de herederas del malestar de esos comerciantes de las últimas posesiones españolas en ultramar.
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SALAS