Ya son dos los casos de errores sobre usurpación de identidad que han salido a la luz en estos días y los dos porque han terminado con sus protagonistas, entre rejas. El primer caso, el de un médico valenciano, que ya ha sido puesto en libertad tras pasar ocho meses en una cárcel de Italia acusado de narcotráfico por un error de identificación. El segundo, también tiene como protagonista la droga e Italia, y es el caso de otro español que cumple en la actualidad 14 años de condena por un presunto error también de identificación.
Pero qué avatares de la vida son los que permiten que se estén cometiendo estos tristes sucesos, porque si ya tiene que ser duro estar en prisión, cómo tiene que ser estarlo siendo inocente. Quizá no sea la suerte, sino más bien la picaresca de aquellos que, teniendo más causas pendientes con la justicia que un concejal de Urbanismo, buscan una alternativa para poder escapar de la Ley.
Imagínese usted que de repente, hay alguien que le sigue durante largo rato, ya sea por un centro comercial o incluso por un aeropuerto y cuando usted decide darse la vuelta para ver quién es y por qué ese o esa individua hace tal cosa, el parecido entre ustedes es considerable. El siguiente paso de nuestro doble sería intentar quitarnos la cartera de alguna manera que no levantara sospechas como un gran abrazo. Así obtendría nuestra documentación y podría hacerse pasar por nosotros.
De todas maneras no hace casi ni falta que el parecido sea razonable puesto que es muy extraño que quien revise nuestra documentación se fije en nuestra foto. Lo digo porque yo mismo hice un importante trabajo de investigación. Le pedí prestado el D.N.I. a mi buen amigo Mario, y con su documentación pasé por un control de seguridad, fui a Madrid y volví a Gran Canaria e incluso compré con mi tarjeta enseñando su documentación y créanme que nadie se percató de la suplantación de identidad y les aseguro que en nada me parezco a mi amigo, sobre todo porque él es negro y yo no.
Así que, aunque nos creamos muy listos e intentemos con la picaresca cambiarnos por otros por el motivo que sea, esto no garantiza que algún día alguien se de cuenta y terminemos como estos pobres en chirona por un delito que presuntamente no cometieron. Y ahora si me perdonan, les tengo que dejar, es que he visto a alguien que se parece muchísimo a mí y voy a ver si le puedo dar un fuerte abrazo…
Esta es la crónica habitual, de un día como otro cualquiera…