Sala o Aragón. O sorpresa, sorpresa, vaya usted a saber. Son las diez y media de la mañana cuando escribo este post. A las once, oliendo a cafelito y cruasanes, sus señorías elegirán nuevo presidente del Tribunal Constitucional. O no, claro… ¿Conservador? ¿Progresista? En España, la voz progreso está tan devaluada que no es que diera igual, pero casi, al menos en lo que es objeto del presente artículo: el matrimonio entre personas del mismo sexo, refrendado con la firma del Jefe del Estado y del Presidente del Gobierno de España, el 2 de julio de 2005, en Valencia. De los pocos BOEs que me emocionaron. Conservo dos ejemplares, uno de ellos en su envoltorio.
Poco después –fue casi instantáneo, tanto les picaba- el Partido Popular presento en el Tribunal Constitucional un recurso de inconstitucionalidad contra la ley que abrió el matrimonio a las personas del mismo sexo (me niego a llamarlo “matrimonio gay”, pues no se trata de eso, sino de que está abierta a las personas del mismo sexo la institución que, en el ordenamiento jurídico del Estado Español, se denomina matrimonio).
Desde entonces, hay que decirlo, nadie –salvo agrupaciones gays- ha movido un dedo para dirimir la cuestión de la constitucionalidad –o no- de este matrimonio abierto a todos. Ha habido, sí, grupos que han pedido gentilmente al PP que retire el antedicho recurso de inconstitucionalidad. En Génova creo que todavía se descojonan de la risa. Pero ni Zapatero por ser vos quien sois, ni el demiúrgico Tribunal Constitucional han movido ficha.
El eterno derrotado, ese pobre diablo Mariano Rajoy, declara por activa y por pasiva –con perdón- que, caso hipotético de que él llegue a sentar sus reales en Moncloa, derogará el matrimonio abierto a las personas del mismo sexo (qué cruz, señor). Zapatero, ni sabe ni contesta.
¿Qué ocurrirá? Puede pasar de todo, o casi. Si el Constitucional declara inconstitucional la cosa, el PSOE se lava las manos, sale ganando de todos modos, porque aducirá que él propició la reforma del matrimonio y que esto ha sido una maniobra de oscuras fuerzas ajenas al partido y a sus democráticas y progresistas voluntades. Si, por el contrario, se declara su constitucionalidad, el PSOE también gana, obviamente, y hará –voto a tal, no me cabe la menor duda- uso electoral de ello. Debería, al menos, si muestra mayor inteligencia política que últimamente. Prefiero que gane.
¿Quién es aquí el gran perdedor, digamos, moral? Rajoy, ese dechado de singracias y desgracias. El fautor del chiste de los hilillos de plastilina del Prestige, el pobrecillo del helicóptero, el de la foto con Ratzinger. Perdedor moral, aunque ganara las próximas generales. A mí Rajoy me suena, si llega a sentarse en Moncloa, a Celestino V (Pietro Murrone), aquel papa que duró cinco meses en el pontificado, harto de tanto y tanto.
Atentos al nuevo presidente. Del Constitucional, por supuesto.