El sábado atravesamos por segunda vez, en menos de quince días, la meseta castellana. Llegamos a Llodio, donde bajo un sol que invitaba a quitarse el jersey, recibimos la no menos calurosa bienvenida de la Junta Directiva y de gran parte de los socios del Club Taurino Mazzantini. Una vez hechas las presentaciones, nos dirigimos al restaruante donde se celebraba la comida anual del club, así como la entrega de premios taurinos y literarios. Yo tuve la suerte de compartir mesa y mantel con Txani y Javier, con quienes tuve la oportunidad de hablar de literatura hasta que llegó el momento de la entrega de premios. Desde aquí, quiero dar la enhorabuena al novillero Fernando Rey, aparte de por los premios recibidos (tres en total) por el aplomo y serenidad de un hombre duro, bajo cuya coraza hay un estupendo chaval de diecisiete años. Por parte de Manuela y mía, expresar nuestro más profundo agradecimiento por el trato recibido por todos, Junta Directiva y demás personas que nos acompañaron durante toda la tarde, que hicieron que guardásemos un recuerdo muy especial de ese día tan señalado para nosotros. Gracias a todos.
La anécdota literaria del día, se produjo cuando Txani me presentó a Jon Bilbao, reciente y flamante Premio Euskadi en la sección de literatura en castellano, por su obra Bajo el influjo del cometa, y con el que tuve la ocasión de charlar brevemente sobre la literatura y su mundo.
A petición de mis más allegados, a continuación cuelgo las palabras que pronuncié en el acto de entrega de premios.
¡Hasta la próxima!
"La senda del poder de los sueños avanza solitaria por la infinita estepa que es nuestra vida. Y a veces, sólo a veces, se detiene para recordarnos que merece la pena seguir creyendo en ella. Cuando uno empieza a escribir, nunca piensa que le pueden llegar a ocurrir cosas como ésta, salvo claro está en sus sueños, que como una película infantil disfrazada bajo el traje de un tiovivo multicolor, no paran de mandarte destellos de imágenes entremezcladas con las ilusiones que todos tenemos desde que somos pequeños.
En esta ocasión, la diosa fortuna, caprichosamente se ha detenido sobre mi relato titulado El Niño del Arzobispo, donde las ilusiones juegan un papel muy importante, porque el protagonista, víctima de ellas, expresa al cura que le da catequesis que quiere hacer la primera comunión vestido de torero, y en ese desenlace a primera vista amargo, crece una historia de fantasía. Y así, nuestro joven protagonista, busca sus porqués alejándose de la cicatería aventurera y ensoñadora de sus padres y amigos, para de una forma natural, buscar la cercanía de su abuelo, un ex banderillero de plazas de tercera, junto al que recorre la senda de un toreo que sólo existe en sus cabezas, y lo hacen bajo la atenta mirada de los toros de la Venta del Batán que más adelante se lidiarán en la Feria de San Isidro.
Ese terreno de Fiesta sin luces, es el que nuestro pequeño héroe rememora en una televisión en blanco y negro, y en las faenas que se inventa para sí mismo en la soledad del salón de su casa, en la que sólo se acompaña de un trapo de cocina a modo de muleta y de un cuchillo de sierra simulando a un estoque. En ese toreo de salón de diminutas dimensiones, es donde él dará rienda suelta a su imaginación y a los sentimientos taurinos que lleva dentro, que como un coral bañado por aguas cristalinas, a él se le antojan puros e infinitos. Lo que una vez más, le hará preguntarse qué hay de malo en hacer la comunión vestido de torero, pues para él, no hay un sentimiento más cercano y verdadero.
Pero como en las batallas no todo son derrotas, el insomne ingenio de nuestro pequeño torero, le llevará de nuevo por la senda de la victoria, y lo hará, de la mano de su bienintencionado párroco, que sin saberlo, le dará las claves que le harán abandonar su anonimato a modo de un Cordobés moderno, convirtiéndole así en la próxima estrella del toreo, y todo, gracias al nuevo pase taurino que ha inventado bajo el sobrenombre del Tetramorfo; una entelequia taurina que está pensada con la cabeza de un hombre y que será ejecutada con la destreza de un águila, el poder de un león y la fuerza de un toro. En definitiva, El Niño del Arzobispo tiene dentro de sí, una historia de deseos que sin necesidad de desvelar su desenlace (al que he dotado de una cláusula de cierre en la que el paso del tiempo nos ayuda a entender el relato), en esta ocasión no acaba con la consecución de aquello que el protagonista de la historia había soñado.
Por último, y como he dicho anteriormente, uno nunca piensa que le puedan ocurrir cosas como ésta, aunque sueñe con ellas. Por eso, uno nunca imaginó que pudiera ganar un Certamen Literario, que aparte de una gran solera e importante dotación económica, es uno de los más significados de temática taurina de toda la geografía española, lo que ensalza aún más el espíritu que todo escritor necesita para seguir buscando esa voz propia que le sirva para hacerse un camino en el mundo de las letras. Es por ello, que desde aquí, quiero expresar mi más profundo agradecimiento al jurado del Certamen de Relato Taurino Club Taurino Mazzantini por haber elegido mi relato titulado El Niño del Arzobispo como merecedor de este premio.
Muchas gracias, a todos. "