Nadie ni nada puede confinar la imaginación.
De ella brotan las ideas científicas, las artísticas y los sueños. En ella se recupera la paciencia y se calman los miedos. Nos prepara para la resiliencia y acorta los tiempos más largos. Y no hay un solo ser humano que no la pueda, a su manera, entrenar.
Vivimos en una sociedad que no valora cuánto se ha logrado en reclusión gracias a la imaginación. Cervantes escribió una parte de su Don Quijote en la cárcel. Beethoven compuso la 9ª Sinfonía estando sordo, que es, por lo menos para un músico, otra prisión. Pasteur, Mme. Curie, Ramón y Cajal o Severo Ochoa casi no salieron de sus laboratorios durante décadas hasta dar con descubrimientos capitales para la salud humana. Es verdad que entonces no había redes sociales en las que presumir publicando «hoy he descubierto los rayos X», pero nuestra calidad de vida depende —y pende ahora— de personas que voluntariamente se confinan para pensar e imaginar.
He recordado, en estas semanas tan complicadas, uno de los libros que, en mi opinión, mejor define la actividad del intelectual y, por extensión, del artista: el Diario de un intelectual en paro del ensayista y filósofo suizo Denis de Rougemont.
En la década de 1930, y como consecuencia de la crisis económica provocada por la 1ª Guerra Mundial, dejó de recibir encargos para escribir y traducir. No pudo seguir pagando un alquiler en París y tuvo que irse a vivir a una casa que le prestaron en la Isla de Re. Aunque hoy pueda parecernos un lugar paradisíaco, supuso para él y su esposa un confinamiento casi tan drástico como el que actualmente estamos viviendo. Rougemont aprovechó la situación y el contexto para reflexionar sobre la actividad del intelectual, sus herramientas de trabajo que, como la observación y la imaginación, no se detienen como las de otras actividades profesionales. En conclusión, es un Diario como el que en estas semanas podría escribir cualquier intelectual confinado en su casa.
Volviendo a nuestra realidad de 2020, vamos a necesitar y mucho la imaginación para lo que queda de año (o años): reconducir la temporada y el curso escolar; no perder a nuestros mecenas o patrocinadores; motivar tanto al alumnado como al público; para vencer, cuando todo haya pasado, el miedo que nos quedará en el cuerpo para participar en conciertos, congresos y clases magistrales presenciales; y para todas las situaciones personales que cambiarán nuestras vidas.
La música, el arte, el pensamiento siempre han sido herramientas para mejorar como individuos y como sociedad y no solo una hoguera de las vanidades donde lucirnos como artistas. Consolar, tranquilizar, acompañar, reflexionar, hacer preguntas incómodas y responderlas, incluso mirar al futuro con realismo y optimismo a la vez, son los pilares de nuestro trabajo.