Revista En Femenino

Entrenar la mirada

Por Familia De 3 Hijos @familiade3hijos

¿Qué buscamos cuando miramos al cielo? El pasado lunes 27 de febrero, el piloto de Easy Jet del vuelo EZY1806 entre Reykjavik y Manchester inesperadamente dio un giro de 360 grados para deleite de sus pasajeros. El motivo era exactamente el mismo que hizo que, ese mismo día, Mey y yo, junto a decenas de universitarios, estuviéramos pasando frío a 10 grados bajo cero en un bosque de las afueras de Estocolmo, en plena oscuridad, a las 12 de la noche, junto a un lago completamente helado. Una locura, sin duda...o quizás no tanto.

Entrenar la mirada

Tor_Ivar Naeess

El piloto se topó con el inesperado regalo de una aurora boreal en pleno vuelo, y quiso compartirlo con los pasajeros y la tripulación. Y a nosotros ese mismo fenómeno nos pilló de escapada "de novios" en Estocolmo, donde las auroras boreales no suelen prodigarse. Y quisimos acudir a la cita, animados por las probabilidades de visualización que se anunciaban para ese día. Nuestra vista no captó el espectáculo con tanta intensidad como nuestros móviles, saturando la luz, o como los viajeros de ese vuelo. Pero era lo de menos. Mientras esperábamos mirando al cielo, no podía evitar pensar en esa fascinación que nos provoca el espectáculo del firmamento. En el caso de las auroras, va mucho más allá del fenómeno físico que hay detrás, cuando partículas solares cargadas chocan con la magnetósfera de la Tierra. ¿Por qué nos emociona tanto? ¿Por qué el mundo parece detenerse? ¿Por qué los amigos alucinan al contárselo? ¿Es simplemente por un afán de coleccionar rarezas, experiencias o fotos bellas? ¿O hay algo más?
Esa misma sensación de deleite y gozo colectivo siempre nos ha sorprendido en los mágicos atardeceres de bellos lugares. Da igual que sea en las playas de Tarifa o en el cabo de Finisterre, tras finalizar el Camino de Santiago. Decenas o centenares de personas se congregan en un mismo lugar, a la misma hora. Y en los momentos finales en que el sol está a punto de desaparecer, se hace el silencio, las parejas se abrazan, aquello que siempre nos separa de los demás de repente desaparece, hasta que la atención se concentra sólo y exclusivamente ahí, en el cielo. Y finalmente una fuerte ovación de "todos a una" culmina ese instante mágico. Como si de repente, todas las disputas, las prisas, y las paranoias de nuestra Humanidad se detuvieran en seco, para poner toda la atención en un mismo propósito. Igual que ante una enorme luna llena apareciendo gigante en el horizonte o ante un gran eclipse solar. Decenas de veces hemos visto a gente pararse en la carretera sólo para contemplar esos instantes. Quizás sea que cuando algo no es tan frecuente, le prestamos atención y casi veneración, como veíamos hace unos días a la gente en Estocolmo poniéndose al sol en mangas cortas, en cuanto salía un pequeño rayo, estando bajo cero, como si fueran caracoles. ¿Pero por qué? ¿Qué hace que Netflix, Instagram o Facebook resulten tan secundarios frente a la inmensa belleza y hechizo que ofrece la bóveda celeste en esos momentos? ¿Es quizás la veneración a la magia que le atribuían nuestros antepasados a esos fenómenos? ¿Es quizás la toma de conciencia de que pocos instantes como ese se repetirán en nuestras vidas? ¿O es que logran sacarnos, a base de luz, color y belleza de una vida quizás demasiado repetitiva?

Entrenar la mirada

Vuelo EZY1806 Reykjavik-Manchester


No es que el sol, la luna, las nubes o el cielo en general se merezcan ese asombro y las demás cosas no. Quizás debamos preguntarnos por qué no nos sorprendemos tanto contemplando el resto de cosas. Por qué nuestra vida no es puro asombro. Qué hemos hecho con nuestro don para maravillarnos de las pequeñas cosas. ¿Qué pasaría si tuviéramos la capacidad o la costumbre de observar la vida como observamos el cielo en esas ocasiones? Yo, a veces, me quedo largos ratos extasiado contemplando desde la distancia cómo Mey acaricia sus plantas en el campo, cómo les habla, como las anima a recuperarse y coger fuerza. Me parece un milagro ver su capacidad de hacerse "UNO" con lo que le rodea, de intercambiar energía con su entorno, y de desparramar gratitud por poder disfrutar de cada instante. Y muchas veces, cuando salgo del ensimismamiento de mirarla, me doy cuenta de que esa misma gratitud está brotando también dentro de mí al observarla, sintiendo la suerte de tenerla a mi lado, y de poder disfrutar con ella de tantos pequeños placeres de la vida.

Entrenar la mirada

Estocolmo, 27-2-23


Sería maravilloso cultivar esa capacidad de admiración en lo que hacemos y vivimos cada día. Nos llevaría a apreciar lo bello que hay en todo. A valorar lo efímero de nuestra existencia. Y probablemente, sería una hermosa excusa para centrarnos en el aquí y ahora, sin hacer nada. Sin mirar al reloj. Sin tratar de llegar a un resultado. Simplemente siendo agradecidos. Porque en el fondo: ¿cuándo fue la última vez que sentimos la fuerza de la gratitud ante el milagro de poder tener un techo, una cama, un bocado que echarnos a la boca o quizás el abrazo de quienes nos quieren o nos cuidan? ¿Acaso eso no debería sorprendernos mucho más que las auroras boreales, las estrellas fugaces o los eclipses lunares? ¿No es un auténtico milagro que forma parte de nuestro "día a día" y que sin embargo, parecemos obviar?
Quizás la gratitud esté mucho más cerca de la capacidad de asombro de lo que imaginamos. Y quizás sumando asombro y gratitud puede que nos encontremos a nosotros mismos, que de vez en cuando andamos algo perdidos por la vida. Por eso, a lo mejor no viene mal hacer el ejercicio de entrenar la mirada, y ver auroras boreales en todo lo que nos rodea. Porque como decía Alan Watts, "cuando miras al cielo, no buscas a Dios, te buscas a ti".

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