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Entrevista a Alexander Solyenitzin: "A partir de los 90 , las fuerzas de la oscuridad toman la delantera"
Publicado el 25 agosto 2012 por LilikAlexander Solyenitzin, el escritor ruso conocido como "la conciencia del país" por sus críticas lapidarias al comunismo soviético, murió el domingo pasado en su casa en un suburbio de Moscú como consecuencia de un problema cardíaco. Tenía ochenta y nueve años.
En 1945, cuando prestaba servicio como oficial en el Ejército Rojo, acusaron a Solyenitzin de criticar a Stalin. Lo declararon culpable. La reclusión de ocho años y el posterior periodo de exilio interno no sólo cambiaron la vida del escritor, sino el rumbo de la sociedad soviética. Fue condenado al gulag, una serie de campos de trabajo forzado donde se estima que murieron decenas de millones de personas.
Solyenitzin sobrevivió a la odisea y se lo proclamó rehabilitado. Durante un breve periodo de relajamiento de las restricciones gubernamentales a la expresión artística, publicó su primera novela, "Un día en la vida de Iván Denisovich", que describía la vida en el gulag. El libro le valió grandes elogios en su país, así como el reconocimiento como un escritor importante. Cayó en desgracia con el Partido Comunista al continuar publicando novelas que criticaban el sistema soviético: "El primer círculo", un relato sobre prisioneros en el gulag; "El pabellón de cáncer", sobre ex prisioneros y funcionarios soviéticos en un hospital; y "Agosto 1914", una novela histórica sobre la victoria de Alemania ante Rusia en la batalla de Tannenberg.
Solyenitzin ganó el Nobel de Literatura en 1970 como reconocimiento a "la fuerza ética con la que siguió las tradiciones de la literatura rusa". Tras la publicación de "Archipiélago Gulag", su ya clásica historia sobre los campos, fue expulsado de la URSS. Junto con su esposa Natalia, se instaló en la pequeña ciudad de Cavendish, en Vermont. Durante su exilio en los Estados Unidos se hizo famoso por ser un solitario, por concentrarse de forma monástica en su trabajo y por casi no conceder entrevistas a los medios ni a sus admiradores.
Las relaciones de Solyenitzin con su país de origen mejoraron una vez que el presidente soviético Mijail Gorbachov introdujo la política de la glasnost y luego de la desintegración de la Unión Soviética. En mayo de 1994 el matrimonio volvió a su país para quedarse.
Sin embargo, el presidente ruso Boris Yeltsin, que había contado con el apoyo de Solyenitzin, pronto descubrió que, así como el escritor no había sido complaciente con el régimen comunista, tampoco lo era con su nuevo gobierno. Tanto en apariciones televisivas como en trabajos de no ficción Solyenitzin condenó el estilo desenfrenado de los flamantes capitalistas rusos.
Se dijo que se sintió frustrado porque los rusos más jóvenes no leían su trabajo. Sin embargo, una reciente adaptación televisiva de "El primer círculo" atrajo un amplio público, lo que demostró que seguía siendo un escritor popular.
En esta entrevista que concedió en 2006 a Daniel Kehlmann, de la revista alemana Cicero, Solyenitzin analiza el efecto que tuvo el gulag en su escritura y describe la forma de gobierno que considera sería la más adecuada para Rusia. Una y otra vez manifestó algo que parece paradójico: su sensación de alivio ante el hecho de que lo recluyeran en el gulag, de que su destino, por así decirlo, fuera algo impuesto. Escribió que le da terror pensar en qué tipo de escritor habría sido sin el gulag.
¿Qué clase de escritor habría sido?
Antes quiero decir algo sobre el papel decisivo que el gulag tuvo en mi vida como escritor. En 1936, cuando tenía dieciocho años, quería describir y comentar en detalle la historia de la Revolución Rusa de 1917 (que puso fin al gobierno autocrático del zar Nicolás II, tras lo cual los bolcheviques pronto tomaron el poder). Eso habría bastado para no convertirme en un escritor soviético leal. Pero lo que viví en el gulag tuvo con los años un efecto muy importante en mis opiniones y convicciones. Me dio una perspectiva muy clara del bolchevismo, del comunismo soviético, y eso me permitió hacer un análisis profundo de nuestras condiciones de existencia...
En más de una ocasión escribií que la sombría experiencia del siglo XX era algo que, en cierto sentido, Rusia tuvo que vivir en representación de la humanidad. Su novela "La rueda roja" vuelve una y otra vez sobre el carácter evitable de la catástrofe y la facilidad con que la historia podría haber seguido un rumbo por completo diferente. ¿Piensa que ese enorme sufrimiento tuvo algo de necesario o pudo haber sido algo carente de todo sentido?
En relación con la historia del mundo en su conjunto, considero que, de no haber tenido lugar la Revolución Rusa, algún tipo de revolución similar habría sacudido el mundo. Era inevitable que la humanidad tuviera que pagar por la pérdida de un sentido de autolimitación, de automoderación de sus deseos y exigencias, por la codicia de los ricos y los poderosos (tanto personas como países enteros), así como por la desaparición del sentimiento de benevolencia humana.
Muchos pensadores y escritores occidentales apoyaron de forma activa la dictadura soviética. La decidida actitud que usted adoptó, y el efecto que tuvo en todo el mundo, fue lo único que produjo un cambio en ese sentido. De hecho, fue por eso que usted se negó a reunirse con (el escritor y filósofo francés Jean-Paul) Sartre cuando éste visitó la Unión Soviética. ¿Hubo en serio una traición de los intelectuales, una traición de los valores de la Ilustración por parte de los intelectuales?
El amplio apoyo que dieron los pensadores occidentales a la dictadura soviética a partir de la década de 1930 es síntoma y consecuencia de la declinación del humanismo secular. La padecemos ahora y seguiremos padeciéndola en el futuro.
Tal vez ningún otro autor desde (el escritor francés del siglo XVIII) Voltaire haya ejercido una influencia política tan fuerte en usted. ¿Está satisfecho o todavía hay cosas que quiere completar?
En diversas ocasiones insté a las potencias occidentales a no confundir el comunismo soviético con Rusia. ¡Qué pena! Muchas potencias occidentales no hicieron esa distinción. Por otra parte, las potencias occidentales, aun tras la caída de la dictadura soviética, no modificaron su actitud hostil respecto de Rusia. Eso es algo muy frustrante. De todos modos, a partir de la década de 1990 las cosas en Rusia siguieron un rumbo aun peor. Las fuerzas de la oscuridad tomaron la delantera con rapidez, tanto en el plano económico como en el moral. Ladrones sin principios se enriquecieron mediante el saqueo ilimitado del patrimonio nacional, lo que propició el cinismo de la sociedad y el daño moral que siguieron. Fue una catástrofe para toda Rusia. Esas transformaciones me produjeron mucho dolor. ¿Cómo voy a hablar, entonces, de satisfacción? Ahora tengo ochenta y siete años y mi salud no es buena.
Una última pregunta insoslayable: ¿Cómo ve el futuro de Rusia? ¿Una democracia o un Estado autoritario según el modelo chino?
Sus preguntas se relacionan sobre todo con el orden social. Es algo que tiene gran importancia, si bien el orden moral es aún más importante. En lo que respecta a la anhelada democratización de Rusia, ya presenté mi propio modelo en 1990 (en un ensayo titulado "La reconstrucción de Rusia"), un proyecto de construcción gradual de estructuras democráticas que empezaba por el autogobierno regional e iba avanzando hasta el plano gubernamental. Mi modelo se diferencia del sistema parlamentario de partidos que impera en Occidente. La existencia de partidos políticos cuyo único objetivo es llegar al poder es algo que no me parece bueno sino malo. Hasta ahora, mi propuesta no tuvo muy buena recepción. De todos modos, preferiría ver una democracia rusa futura de ese tipo y no una transposición de Occidente.
Traducción: Joaquín Ibarburu