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Entrevista a Andreu Llargués en La Vanguardia

Publicado el 18 noviembre 2011 por Ferrecons

Entrevista a Andreu Llargués en La VanguardiaA Andreu Llargués le indigna que ahora cualquiera pueda comprar pan en cualquier sitio. “¿Cómo puede ser que el consumidor no se interese por quién ha hecho esa barra de pan, cuándo caduca, o si lo ha sobado alguien antes? No nos tomaríamos un yogur o una botella de agua sin marca y sin precintar… Pero con el pan sí que lo hacemos”.

Andreu Llargués Claverol (Mollet del Vallès, 1940) es panadero, hijo, nieto y bisnieto, y padre, de panaderos. “No sé si mis hijos podrán continuar mucho tiempo, aunque ya hemos pasado muchos altibajos”: de la Fleca Llargués los primeros documentos datan de 1876. “Ahora estamos verdaderamente en una crisis. Lo que queda del sector se quiere regenerar, es combativo, pero también pedimos igualdad de trato y que se cumpla la ley. El consumidor tiene que decir ‘basta!’”.

Y Andreu Llargués habla en nombre propio, pero también en representación de buena parte de su sector: desde 1993 es presidente del Gremi de Flequers de la Provincia de Barcelona. Porque en Catalunya hay unos 1.400 hornos de pan, y cinco gremios: Girona, Lleida, Tarragona, Barcelona y provincia de Barcelona. Y además, la Federació Catalana. “El reto que tenemos es estar más unidos”. Si lo dice así, debe ser que no están demasiado unidos… “Hay personalidades y sensibilidades diferentes”, responde con forzada contención. Porque a Llargués le gusta decir las cosas por su nombre –al pan, pan–. “Siempre me ha gustado hablar bastante y decir las cosas de manera fuerte”. Y así ha hecho carrera más allá de su horno de Mollet, desde la época del sindicato vertical. “En cada pueblo había un delegado; en Mollet era Joan Solé Tura, hasta que se vendieron el horno de Ca la Vicenta. Y entonces me hicieron a mí, y empecé a defender el sector”.

Su primer recuerdo en el trabajo es de cuando tenía siete años y, al salir de la escuela, en vez de ir a jugar con los amigos, tenía que ir al horno a enganchar los cupones del racionamiento que les servían para pedir la harina. “Mi bisabuelo empezó cuando estaba la reina María Cristina; el abuelo hablaba de la dictadura del Primo de Rivera como la época más difícil. Pero ni durante la guerra, nunca, nunca hemos dejado de hacer pan”. Empezó en la tienda de la familia, y cuando se casó con Dolors abrieron una segunda, y así a medida que crecía el pueblo, llegaron a tener 8. “Pero la competencia…”, se queja: sobre todo, de la desleal. “A mí no me dejan vender detergentes, ni gasolina. A otros les dejan vender de todo, y el pan no siempre es de autoservicio y envasado”. Los Llargués tienen tres hornos. Sus hijos “se dan hartones de trabajar!”: uno panadero, otro pastelero, y la chica, abogada, pasa por allí muchos sábados.

Además de mezclar agua y harina, de la pala y el horno, Llargués desarrolló su vertiente social. “El abuelo decía que de un panadero no te puedes fiar mucho, porque de tanto poner la cabeza en el horno se le cuece el cerebro”. Y le gusta rellenar con pedazos de historia todo lo que explica. “Hasta no hace mucho el pan era un bien público que salía en el BOE, que dictaba el precio y el peso. Se liberalizó en 1986. Esta industria ha hecho una renovación terrible, hacia la creatividad actual. Es la apuesta de este gremio”.

El gremio da servicio a sus asociados. desde la reforma de una tienda a una denuncia de sanidad. “¡Sólo de las cuotas no viviríamos!”. En el provincial hay unos 700 socios, habían sido 900. “La criba continúa, la segunda corona de Barcelona está sufriendo”. “Hacemos un gran esfuerzo, cuando otros tiran la toalla, nosotros invertimos. Las escuelas de panaderos son ejemplo: las pagamos los panaderos. ¡La facultad de medicina no la pagan los médicos!”. Con el gremio de la ciudad son vecinos de escalera, pero cada uno en su casa. “Pero creo que todos queremos lo mismo”, dice Llargués.

Asegura que uno de los problemas del pan se arrastra desde la creación de la Comunidad Económica Europeea, en 1957. En las medidas para proteger la agricultura, no se incluyó el pan y por eso no tiene fondos europeos para promoción, como sí tienen el aceite, o el pescado. Y Llargués ha hecho caballo de batalla (aunque quizás ahora, al Tratado de Roma le duela más el euro que el pan).

“Me molesta un anuncio de un pan industrial que utiliza la imagen de un panadero con una pala: nos denigra”. Pero eso no quita el buen recuerdo que guarda de las comidas con Andreu Costafreda (fundador de Panrico) y Pere Gallés (Fripan), dos ejemplos de éxito en el pan industrial. “De ellos aprendí mucho. Vieron un segmento de mercado y lo hicieron muy, muy bien. ¡Si nosotros hubiéramos despertado antes!”. A los panaderos les toca recuperar al consumidor fiel: “antes todo el mundo iba a buscar el pan al lugar de siempre. Ahora un día lo compra en la gasolinera, otro en el horno, y otro no compra”.Llargués está en Pimec y en la Cámara, y es vicepresidente de la Confederación Española de Organizaciones de Panadería. Y la guinda es el premio de Panadero Mundial del 2012, concedido por la Unión Internacional de Panadería.

¿Votarà? “¡Claro! Pero está dificilísimo!”. Lo que sí hará es leerse todos los programas. “En las primeras elecciones me indigné con un facha que decía que su voto valía más que el de un obrero. Me enfrenté con él, y entonces me preguntó: ¿y usted ya sabe qué dice el apartado tal de tal programa de izquierdas? Fue una de los mocos mayores de mi vida”. Su relato se expande en clave histórica: “en la vida todo se repite… ahora estamos reviviendo la caída del imperio romano”. Él se lo mira, defendiendo el pan, o jugando con su nieta.

Fuente: La Vanguardia


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