Si no me equivoco, es esta la segunda vez que haremos referencia a la presente novela en estas páginas. No obstante, no es mi intención repetir contenidos ni reiterarme en su reseña o recomendación. Muy al contrario, pretendo que sea la misma autora la que nos convenza de las virtudes y defectos (si los hubiere) de la misma. Para una detallada reseña argumental me remito al excelente trabajo de mis compañeras en entregas previas. Pero permítanme prologar lo que ha de venir.
Los juguetes de la guerra llegó de un modo inesperado a mis manos. Puede que mi dedicación a reseñar diferentes (muchos títulos) haya influido en que alguien haya considerado que mis comentarios pudiesen ser beneficiosos para promocionar la obra, e incluso cabe la posibilidad de que la trascendencia de mi actividad haya trascendido a las perspectivas que un día marqué en la realización de mi labor a este otro lado de las letras. De ser un escritor aficionado me he convertido, sin darme cuenta, en un colaborador de medios, afición, que no oficio, con la que me siento realizado y combino con otras lides como la de escritor, padre y médico.
En cualquier caso, regalos como aquel al que me refiero siempre me producen ilusión y satisfacción. Es cierto que las editoriales y autores que me buscan lo hacen buscando un determinado perfil de lecturas que siempre doy a conocer bajo la advertencia de ser sincero en mis comentarios y concienzudo en las correcciones. Tales condiciones bien pudieran hacer que mis "clientes" se echaran para atrás, cosa comprensible por otro lado, pero la realidad me ha demostrado que mis prejuicios no tienen fundamento. Por eso, agradezco la confianza que se pone en mi quehacer.
Comenzaré, sin más dilación, a invitar a Carolina Pobla a que se siente en mi sofá, el mismo que me gusta denominar "literario" que realmente es un diván en el que consigo sacar a mis "pacientes" todos los secretos que puedo.
Gracias por invitarme. Para una conversación de esta envergadura, deja que me recueste. Ya sería perfecto una copa de buen vino.
Los juguetes de la guerra
Geranios en el balcón creció en un momento en que la vida me pedía un cambio. Por fortuna tuve un apoyo familiar absoluto y me lancé al vacio. Yo he llegado a las letras muy tarde, después de una larga trayectoria en el mundo de la danza que, tengo que decirlo, me ha proporcionado muchas alegrías. A parte de muy buena gente, de esa época me llevo la constancia, la disciplina y el espíritu de trabajo que tiene todo bailarín. Y lo uso para escribir. Con el manuscrito terminado, tuve la suerte de caer en buenas manos y, desde entonces, mis dos criaturas de papel no han dejado de darme satisfacciones.
Por cierto, me encanta la palabra narradora, creo que me define muy bien.
Yo quería escribir una historia inspirada en los recuerdos de infancia de mi madre y cuando empecé a informarme y a ver películas y documentales, a leer libros y artículos, a estudiar fotografías, después de pasar muchos días de angustia, hasta de llorar demasiado, me di cuenta de qué era lo que NO quería contar. Hay muchas estupendas novelas que nos narran experiencias terribles en el campo de batalla o en los campos de concentración, muchas historias de resistencia y de supervivencia extrema. Por eso situé la novela en un pequeño pueblo de montaña, alejado de la primera línea de fuego pero también sometido al miedo y a las consignas de los comisarios de partido, en el que, además, podía trabajar con rencillas ancestrales y cotilleos típicos de lugares en donde todo el mundo se conoce. Es imposible abstraerse de todos los horrores del conflicto, pero he intentado no contar una historia de guerra, sino una historia que transcurre en tiempos de guerra.
Muchos alemanes de derecho fueron expulsados de sus casas, sus trabajos y sus vidas solo por ser diferentes. Y el concepto "diferente" era muy amplio en ese momento. Los hubo que aprovecharon la circunstancia para cargarse de poder. La mayoría sucumbieron al temor y no hicieron nada por evitarlo. Los que intentaron resistirse lo pagaron muy caro. Fue un momento muy intenso de la historia, macerado durante muchos años con un profundo adoctrinamiento, desde el principio de la educación de varias generaciones. Se llego al extremo de que los propios hijos denunciaban a sus padres. ¿Cómo no iban a tener miedo?
Hay mucho de mi abuela en ese personaje. Era una mujer con una fortaleza que casi no le cabía en el cuerpo menudo que tenía. Hizo grandes esfuerzos para que sus hijos pasaran por la guerra de la forma menos traumática posible. Me consta que cuidó también de algún otro, pero he perdido la pista. En aquel momento solo tenía dos opciones: O ataba a sus hijos a la pata de la cama para tenerlos siempre controlados o les daba libertad de movimiento a pesar de los peligros. Optó por la segunda y eso dio a los niños la oportunidad de vivir experiencias duras, pero también extraordinarias.
Ramona es aquel tipo de persona que todos querríamos tener en nuestra vida. El apoyo permanente, la ráfaga de viento que se lleva las tristezas. Ella y su complemento perfecto, el viejo Johann, son personajes ficticios pero necesarios.
Es cierto que el personaje se presta a cualquiera de las dos personalidades. Pero Ilse ya sufre mucho con su matrimonio y no podía hacerle pasar otra vez por lo mismo. Además, Dante también tiene un pasado complicado. Creo que merecían encontrase y vivir una bonita historia.
Situar la primera escena en Barcelona me vincula directamente con la vida de mi madre. Ella dejó todo lo que conocía para venir a España y casarse con mi padre. No fue fácil adaptarse a una sociedad en la que para cualquier cosa tenía que pedir permiso a su marido. Pero gracias a eso, yo ahora puedo contar esta historia.
Precisamente porque ya hay muy buenas novelas que tratan el tema, yo he preferido concentrarme en el desarrollo de los personajes y en su evolución durante el conflicto. He intentado darle a cada uno una personalidad muy definida y después me he metido en su piel para vivir todo el proceso. Me parecía interesante imaginar la guerra desde el punto de vista de los niños y mostrar como para unos fue un juego, para otros una aventura y para los más mayores una catástrofe que desmoronó el mundo que conocían.
La novela transcurre durante los últimos años de la segunda guerra mundial y los primeros de la post guerra en un entorno rural, lo que le da un punto de vista algo distinto.
A mí me encantó trabajar este último periodo, en el que el alemán, como pueblo vencido, tuvo que pagar las consecuencias del conflicto, y asumir las represalias y todo el proceso de "desnazificación" al que fueron sometidos, mientras reconstruían sus vidas y un país que estaba en la ruina.
Es posible que quién guste de la novela bélica encuentre poca acción en "Los juguetes de la guerra".
De pequeña ya me gustaba escribir diarios. Conservo alguno y me rio mucho cuando lo releo. Pero nunca se me había ocurrido embarcarme en algo más ambicioso. Es verdad que desde siempre me ha gustado contar historias. Un amigo me decía que era capaz de montar un mundo de una tontería y de minimizar catástrofes para dejarlas en meras anécdotas. Supongo que cuando dejé de bailar, mi subconsciente empezó a trabajar por su cuenta y se manifestó en sueños e ideas que, después de año y medio de encajar piezas, se acabaron convirtiendo en "Geranios en el balcón"
Una vez terminado el manuscrito, hay que pasar el testigo a todas estas personas sabias, agentes, editores, correctores, distribuidores, que saben hacer muy bien su trabajo. Y lo más inteligente es ponerse es sus manos y estar siempre a disposición.
Hay muchas anécdotas reales dentro de la trama de "Los juguetes de la guerra", pero creo que sería una lástima desvelarlas.
Lo que sí puedo contar es que hay una reacción común entre todas las personas a las que intenté entrevistar, y es que no querían recordar.Pero había dos grandes reflexiones: Uno no sabe de lo que es capaz hasta que se encuentra frente a esa situación extrema. Y no siempre el que viene de fuera es el peligroso. A veces los enemigos están en casa. Bueno... da que pensar.
Solo he tenido la oportunidad de vivir un Sant Jordi, porque el de este año no ha podido ser. Tengo que decir que fue una de las experiencias más increíbles de mi vida. Fue precioso tratar con lectores que venían a que les firmara un ejemplar de "Geranio en el balcón" y que me decían cosas hermosas de mi trabajo. Estar sentada en el mismo lado de la mesa que los escritores a los que he admirado toda mi vida me tatuó una enorme sonrisa permanente durante todo el día. Por la noche tenía la mandíbula agarrotada, pero el corazón lleno de contento.
¡Qué difícil! Supongo que depende del momento. En algún episodio tendrían que sonar notas trágicas, algo de Wagner seguro y música tirolesa popular. En la última etapa, canciones alegres americanas de los años 40. Y algo suave en las escenas románticas.
Mi madre era una gran lectora y nos enseñó a serlo también a nosotros. Desde muy pequeña he tenido un libro en las manos. A los siete años ya me dio a leer "El maravilloso viaje de Nils Holgersson a través de Suecia" de Selma Lagerlöff. ¡No todo el mundo puede presumir de leer un premio nobel tan pronto! Aún conservo el tomo con claros signos de haber sido manipulado por una niña, en una edición del mismo año de mi nacimiento. A partir de ahí he leído de todo. Depende del momento prefiero algo ligero o algo más profundo. Me gustan los clásicos y soy una enamorada le las aventuras de Matilde Asensi. Pero reconozco que me cuesta la poesía. Y me resulta difícil leer teatro.
Siempre digo que Maeva trata muy bien a los autores y a sus obras. Es evidente el cariño que ponen en las portadas y en la edición, en general.
Según los recuerdos de mi madre, este episodio está basado en la realidad que vivieron ella y sus hermanas. Era una de las pocas opciones que tenían de seguir con su educación en un entorno más o menos seguro. Además, me daba mucho juego a la hora de definir los caracteres de las niñas, y añadir pequeñas tramas a la historia.
Durante la novela ella se va desvinculando del caserón. Los acontecimientos hacen que la casa vaya teniendo distintos usos y me parecía un gesto de cariño dejar que se quedara con el último. Al final tampoco termina tan alejada de la familia.
Betina es uno de esos personajes a los que les cuesta encontrar su lugar en el mundo. Pero no estoy segura de que tenga vocación religiosa. Prefiero que lo decida ella.
Creo que es una visión distinta de la vida durante ese momento histórico. Hay mucho de ficción en esta novela, pero también muchos detalles verdaderos. Podría ser divertido jugar a descubrir cual es cual. Yo invito al lector a ponerse en contacto conmigo y comentarlo.
Muchas gracias por todo. Tu diván ha resultado muy cómodo y, fíjate, al final casi nos hemos terminado la botella de vino.
Entrevista realizada por Francisco Javier Torres Gómez