Edmundo Paz Soldán
(Cochabamba, Bolivia, 1967) es profesor de literatura Latinoamericana en la
Universidad de Cornell y columnista en medios como El País, The New York Times
o Time. Ha escrito novelas como Río
fugitivo (1998), Los vivos y los muertos (2009), Norte
(2011); y libros de relatos como Las máscaras de la nada (1990), Desapariciones
(1994) o Billie Ruth (2012). Sus obras han sido traducidas a ocho
idiomas y ha recibido galardones tan prestigiosos como el Juan Rulfo de cuento (1997) o el Nacional de Novela de Bolivia (2002).
Su última novela es Los días de la peste, publicada por
la editorial Malpaso en 2017.
Puedes leer la reseña que escribí sobre este libro pinchando AQUÍ.
(http://revistaparaleer.com/blogs/los-dias-de-la-peste-de-edmundo-paz-soldan-una-lectura-de-david-perez-vega/)
Veo en YouTube un vídeo
titulado Edmundo Paz y Los días de la
peste; su nueva novela. Tu primera intervención es: «Comencé a buscar
libros que hablaran de cárceles.» Siento que una parte de tu discurso ha sido
cortado. ¿Por qué ese interés hacia las cárceles?
Hace unos diez años pasé un verano en un pueblo californiano de 8.000
habitantes. Lo único interesante de ese pueblo era la cárcel de máxima
seguridad que albergaba. Esa cárcel se metió en mi inconsciente, porque poco
después comenzó a aparecer en mi escritura. Está en algunas escenas de mi
novela Norte. En otra novela, Iris, hay un militar psicópata,
Reynolds, hijo del Gobernador de una cárcel. Quise imaginar su infancia, y ahí
se inició el proyecto de Los días de la
peste. Pero esta vez ya no me interesaba el espacio de la cárcel
norteamericana, sino uno con una topografía más latinoamericana.
Narrativamente, siempre me han interesado los espacios aparentemente cerrados,
el microcosmos que sirve para narrar algo más amplio: el colegio en Río Fugitivo, el Palacio Presidencial en
Palacio Quemado, el Perímetro en Iris, y así sucesivamente... Esos
espacios cerrados tienen, obviamente, una alta carga metafórica y me permiten
jugar con la idea del límite: me concentro en narrar el adentro, pero sé que
todo está repercutiendo siempre en el afuera.
«Encontré una crónica de un
inglés sobre su experiencia en la cárcel de San Pedro en La Paz y me encantó.»,
continúas en el citado vídeo. ¿Qué libro es el de este inglés? ¿Podríamos
encontrarlo a la venta? ¿Merece la pena leerlo? ¿Es literario?
El libro es Marching Powder,
lo escribió Rusty Young y está en venta,
aunque creo que no ha sido traducido al español. No es literario; es un relato
impactante de la vida en esta cárcel en la que los presos pueden vivir con sus
parejas y sus hijos, una crónica detallada escrita por el abogado de Thomas
McFadden tomando la voz de McFadden. Muy recomendable. Por ahí leí que la
productora de Brad Pitt compró los derechos para desarrollarlo como película.
En el citado vídeo, comentas
que no quisiste visitar la cárcel de San Pedro mientras escribías tu novela.
¿Lo has hecho después o lo piensas hacer?
He estado en otras cárceles latinoamericanas con sus leyes
idiosincráticas, como la de la Picota en Bogotá, más grande y terrible que la
de San Pedro. En principio no quería ir a San Pedro por una suerte de cábala,
quizás algo de temor a que ahogara mi imaginación, la forma en que estaba
inventando mi Casona. Ahora que la novela está escrita visitaré San Pedro si se
presenta una oportunidad.
En Los días de la peste manejas la presencia de unas treinta voces
narrativas. ¿En algún momento consideraste la posibilidad de que la estructura
de la novela fuese otra, con un solo punto de vista, por ejemplo? ¿Cómo fue
trabajar con tantas voces diferentes?
La novela tiene que decir algo en su misma forma del mundo que está
siendo narrado. La cárcel se me presentó desde el principio como un espacio de
hacinamiento, donde proliferan las voces, donde los locos y los cuerdos están
hablando todo el tiempo. Esa proliferación de voces narrativas fue mi forma de
contar la cárcel desde su misma estructura narrativa. De hecho, en sus primeras
versiones había más voces; tuve que sacrificar algunas ‒alrededor de 150
páginas‒ para darle cierta unidad a la novela. Tratar de encontrar un lenguaje,
un vocabulario para cada voz –el Gobernador, la niña Lya, el loco de las bolsas‒
fue lo que más disfruté y sufrí de este proyecto. De hecho, más que el tema,
ese era el desafío central: una novela es su lenguaje, su forma, sus voces.
Los días de la peste es una novela intensa, muy verosímil a la hora
de aproximarse al material narrado, el interior de una cárcel caótica y
despiadada. ¿Consideraste en algún momento que lo narrado pudiera sobrepasar la
capacidad de aguante, o de espanto, de un lector melindroso o, simplemente, no
te interesa la reacción o el rechazo de un libro como éste por parte del lector
descrito?
Claro que me interesa la reacción de los lectores. Pero me interesa
más ser fiel a ciertas pulsiones oscuras que aparecen cuando escribo. Trato de
seguirles la pista y ver hasta dónde me llevan. Ojalá que a un lugar incómodo.
¿Podríamos leer Los días de la peste como una metáfora
de la situación social y política de algunos países o regiones de
Latinoamérica?
Es inevitable, pero espero que eso no agote sus
lecturas. Me interesa seguir explorando cómo se conecta la religiosidad popular
con la violencia, pero creo que ese es un tema que excede a Latinoamérica, de
hecho creo que es uno de los temas centrales del momento histórico que vivimos.
También me interesa explorar cómo se crea o destruye una comunidad,
cómo circula el poder en una sociedad, cómo es que el ser humano puede
concebirse como un virus letal en competencia con los virus que nos rodean, cómo
trabaja la ley en nuestro inconsciente…
En más de una entrevista, he
leído que consideras la literatura de Mario Vargas Llosa como una de las más
influyentes para tu escritura. La cárcel de Los
días de la peste me ha hecho pensar en la idea de universo cerrado de la
escuela militar de La ciudad y los perros,
y tu análisis de religiones paganas me ha recordado a lo leído en Lituma en los Andes. ¿Sigue estando
presente Mario Vargas Llosa en tu literatura?
Creo que no, al menos no como influencia consciente. La ciudad y los perros fue un modelo
explícito para Río fugitivo, es una
novela que hace mucho que no he vuelto a leer, pero fue, junto a Ficciones, el libro que más me marcó
durante la adolescencia, de modo que no descarto que ciertas estructuras se
hayan quedado en mí para siempre. En todo caso, creo que en mi forma de
trabajar hoy me marcan más las influencias específicas para cada proyecto que aquellas
otras más generales. Por ejemplo, para Los
días de la peste me ayudaron mucho Daniel Defoe y Albert Camus.
Sé que otra de tus influencias
es José Donoso. ¿Entre Mario Vargas Llosa y él con cuál nos quedamos?
Vargas Llosa fue más decisivo para mí en general, pero hace poco releí
El obsceno pájaro de la noche y sentí
que hoy podía aprender cosas de Donoso para las cuales no estaba preparado
cuando lo leí por primera vez en los años universitarios. Me atrae su
oscuridad, su forma de hacer literatura de horror a partir de la decadencia de
las viejas familias patricias de Chile. Creo que hay algo de él en los recovecos
de La Casona en Los días de la peste.
En novelas como Iris y en un libro de cuentos como Las visiones te adentras en el género de
la ciencia ficción. ¿De dónde viene tu interés por este tipo de literatura?
¿Quiénes son tus autores de ciencia-ficción favoritos?
Leí mucha ciencia ficción, horror y policial en mi adolescencia. Río Fugitivo es en parte un homenaje al
policial. Los géneros populares, al estar muy codificados, te pueden enseñar a
narrar; yo trato de usarlos más como punto de partida que como punto de
llegada, quiero ver cómo darles una vuelta, trascender sus fórmulas y por
último descartarlas. La ciencia ficción me interesa por su forma de percibir el
mundo, porque te da pie al desborde imaginativo mientras tienes a la vez un
ancla en la tierra. Me gustan mucho James Tiptree, Ursula K. Le Guin, Ballard,
Dick, Bradbury, Rafael Pinedo, Oesterheld, Lem, los hermanos Strugatski… De los
más nuevos, Paulo Bacigalupi, Lavie Thidar, Guillem López, Hao Jingfang, Ramiro
Sanchiz, la mezcla de géneros de China Mieville y Alberto Chimal (podría
seguir…)
Edmundo Paz Soldán, Liliana
Colanzi, Maximiliano Barrientos, Rodrigo Hasbún, Giovanna Rivero, Christian
Vera… son los autores bolivianos (que recuerdo ahora) que han aparecido en los
últimos años en España. ¿Se está produciendo un «boom» en la literatura
boliviana o realmente lo que ha cambiado es el interés de las editoriales
españoles por los autores de allá?
La caja de resonancia de la literatura boliviana es muy pequeña y eso
ha hecho que algunos autores verdaderamente grandes como Jaime Saenz no hayan
trascendido como debieran. En los últimos años la circulación de los textos se
ha ampliado gracias a las redes, los PDFs, etc, y de eso se ha beneficiado
nuestra literatura. Más allá de esos cambios estructurales, también es cierto
que se está produciendo una renovación fascinante a través de un grupo muy
potente de escritores. Solo hay que verlo en Albúmina, con el que Giovanna Rivero ganó el concurso de cuento de
esta revista.
¿Qué libros clásicos de la
literatura boliviana debería leer un lector español interesado en la literatura
de Latinoamérica?
Para no abrumarlo con una larga lista, yo diría que del siglo XX lea
la poesía de Jaime Saenz (cualquiera de sus libros), los cuentos de Augusto
Céspedes (Sangre de mestizos) y la
prosa poética de Hilda Mundy (Pirotecnia).
Podría seguir con las Crónicas de Arzáns para el período colonial, y con el
aliento historiográfico de Gabriel René Moreno y la poesía de Jaimes Freyre (Castalia Bárbara) para el siglo XIX.
Has firmado un contrato de
edición con Malpaso para que, además de que aparezca con ellos tu nueva novela,
se relancen cinco anteriores. ¿Está pactado ya el orden de lanzamiento de los
libros ya publicados? ¿Con qué plazos de diferencia van a salir al mercado?
¿Cuáles serán los primeros?
Por lo pronto el primer libro que saldrá será mi novela Los vivos y los muertos. Lo demás
todavía no ha sido decidido. La idea es que salgan dos libros al año.
¿Estás escribiendo ahora algún
nuevo libro? ¿Puedes hablarnos de él?
Sí, una novela corta ambientada en un pueblo fronterizo de la región
amazónica. Tiene que ver con los intentos de un grupo de científicos por
“domesticar” una planta medicinal indígena –un poderoso alucinógeno‒ para poder
comercializarla.
Muchas gracias, Edmundo.