Kasha Nabagasera, durante su estancia en La Laguna
Foto: Aurora Moreno Alcojor
¿Cómo influirá la nueva ley en la vida de los ugandeses?
Influirá mucho y muy negativamente. De hecho, ya antes de haber sido aprobada está cambiando nuestras vidas. Ha provocado miedo en la sociedad, mucha gente ha vuelto a ‘entrar en el armario’, no quieren venir a la asociación para que no les vean y sus familias temen por ellos porque, de aprobarse, obligaría a padres y madres a denunciar a sus propios hijos.
¿Cuáles son los cambios principales con respecto a la anterior legislación?
El primero es que afecta también a las mujeres lesbianas. Hasta ahora, aprovechábamos un vacío legal ya que el lesbianismo no se contemplaba como delito y por eso las mujeres estábamos a la cabeza de la lucha. El otro gran cambio es que atañe a todos los aspectos de la vida. Antes se penalizaban sólo las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo, pero ahora quieren sancionar todo: desde la organización de talleres sobre sexualidad hasta decir públicamente que eres homosexual, tener material gay o asistir a conferencias como ésta en el extranjero. Además, es una ley muy peligrosa porque incita a que se denuncie en base a ‘sospechas’ y a que se juzguen las intenciones de alguien. Es decir, aunque no seas homosexual, si alguien te denuncia porque sospecha de tus intenciones, puedes ir a la cárcel igual.
¿No contáis con el apoyo de ningún partido político?
Realmente no. La oposición se ha manifestado en contra de la ley, pero no porque defienda los derechos humanos de la población LGBT (Lesbianas, Gays, Bisexuales y Transexuales), sino porque dice que con esto el Gobierno está desviando la atención de otros asuntos más importantes.
¿Cómo os estáis organizando en contra de la ley?
Ha sido difícil, pero lo bueno es que hemos logrado un espacio dentro la sociedad. Antes éramos invisibles, y de hecho la nueva ley quiere invisibilizarnos aún más, pero lo que han conseguido es lo contrario. Ahora se habla del asunto, nos han entrevistado en periódicos y en la televisión y la gente opina sobre la homosexualidad.
¿Cómo llevas ser la cabeza visible de esta lucha?
Para mí está siendo muy complicado. Hay muchos sitios a los que he tenido que dejar de ir, mis movimientos se han limitado; tengo que vivir en una zona segura y ni siquiera puedo usar el transporte público porque en 2007 fui agredida en un autobús. Llevo cuatro meses trabajando desde casa y a veces es deprimente, me siento aislada. Pero es el precio que hay que pagar.
¿No has pensado en ir a vivir fuera del país?
No, nunca. La verdad es que me da miedo lo que pueda pasar en Uganda, pero también irme a vivir a otro país, donde no conozca a nadie y estar lejos de mi familia y mis amigos.
Tú vives en Kampala, la capital, pero Uganda es un país eminentemente rural, ¿cómo se vive la homosexualidad fuera de las grandes ciudades?
En las zonas más rurales no se habla tanto sobre este posible cambio en la legislación y eso es un problema. No se explican las leyes y yo tengo conocidos que ni siquiera sabían lo que se está planteando el Gobierno. Eso impide que haya ningún tipo de movilización y además puede ser muy peligroso ya que si la ley entra en vigor, ellos no tendrán ni idea de a lo que se enfrentan.
¿Cuáles son los pasos a seguir desde vuestra organización?
La única opción que tenemos es ir poco a poco. Primero luchar para que no se apruebe esta ley y, si lo conseguimos, seguir trabajando para que se produzca un cambio en la sociedad. Uganda es un país muy religioso [la mayor parte de la población es cristiana, pero también hay un buen porcentaje de musulmanes] y los líderes religiosos dicen que la homosexualidad está mal y promueven el odio contra nosotros. Cambiar esta mentalidad va a ser más difícil que cambiar la ley.