Revista Libros

Entrevista a Manuel Aparicio Villalba

Publicado el 05 septiembre 2019 por Librosquevoyleyendo @librosqvleyendo

Entrevista a Manuel Aparicio Villalba

El retratista de niños muertos (En los tiempos del Porvenir) de Manuel Aparicio Villalba

Entrevista a Manuel Aparicio Villalba

Curioso título para una novela ¿no creen? Aquellos que conocen a Manuel no deben extrañarse al descubrir que el realismo mágico impregna esta su ópera prima como lo hace en su repertorio literario, que se remonta a su niñez, una época dorada en la que encontró en las letras un refugio en el que dar rienda suelta a su imaginación.

Es cierto que hubo tiempos pasados en los que se estiló fotografiar a niños difuntos con la idea de que su recuerdo perdurara y venciera, de algún modo, a su muerte prematura. También los adultos posaron sin vida para tales menesteres; solo hay que visitar la Casa de Rosalía de Castro, en Padrón-Iria Flavia, por poner un conocido ejemplo, para dar fe de esta afirmación. El rostro de la muerte era vencido con un exhaustivo atrezo y mucho maquillaje, y el fotógrafo disparaba su cámara, en este caso una kodak, para ganarse un dinero y al mismo una cierta fama.

Gonzalo, uno de los protagonistas de este relato, nunca hubiese podido comprarse una cámara. La suya la heredó del modo en que nadie hubiese querido adquirir lo que por entonces era un objeto de lujo, un regalo inesperado de su amigo francés Antoine en la campaña africana llevada a cabo por el ejército español. Aquel capítulo se conocería como el desastre del Barranco del lobo. La misma cámara serviría, años después, para fotografiar el harén de prostitutas más famoso de cuantos se conocen, cuarenta y una de ellas que pasarían a la posteridad en el anonimato de la muerte aun cuando en vida fueron archiconocidas por su dadivosidad hacia el prójimo en aquel célebre lupanar situado en Villalatas, un barrio o pedanía situado al otro lado del Tamarguillo que ni siquiera los sevillanos más entendidos logran identificar con el actual barrio de las Candelarias.

Eran otros tiempos, los que prologaban la Exposición del 29, tiempos en los que toda una mini ciudad creció al amparo de un prostíbulo cuyas habitantes quedan marcadas a fuego en nuestro corazón al terminar de leer la novela. El porvenir, que queda explícitamente recogido en el título no es más que el futuro, desde aquella perspectiva la Gran Exposición de Sevilla en la que trabajaron a destajo aquellos que nunca podrían recorrer sus calles por ser sus pecunios del todo insuficientes para adquirir las entradas que les dieran derecho a pasear por aquellos parajes que habían transformado de un modo milagroso en maravillosas avenidas a partir de un solar convertido en estercolero donde la marginalidad era la norma.

No obstante, la vida sigue y conoceremos a dos mujeres fuertes, muy fuertes: Che y Lavinia darán cordura a un retrato perfecto de lo que fue nuestro pasado, de que se puede esperar del presente y de cómo la esperanza en un futuro mejor no debe nunca abandonarnos.

Para hablar de esta interesante novela, qué mejor manera de hacerlo que con su autor quien, amablemente, nos ha concedido audiencia.

Manuel Aparicio Villalba es sevillano, de raíces humildes, y quizás por ello haya sabido tan bien aquello que se cuenta en El retratista de niños muertos. Cuenta su biografía que compaginó trabajo y estudios de Empresariales en la Universidad de Sevilla para posteriormente cursar Máster de Economía en la Universidad de Granada. Su trayectoria profesional ha estado ligada a la Gestión Hospitalaria, habiendo sido directivo durante la friolera de veinte años en el Hospital Universitario Virgen del Rocío desde donde ha liderado importantísimos proyectos sociales que aún quedan en la memoria colectiva de quienes en ellos participaron y, sobre todo, de quienes de ellos se beneficiaron. Ahora cambiará el chip y tendrá que ponerse en la piel del escritor para contarnos algunos secretos de su obra y ¿por qué no?, de sí mismo.

Bienvenido, Manuel a Libros que voy Leyendo. Esperamos que te sientas parte de esta familia unida por el amor a las letras.

Para empezar, como lector entusiasmado con tu primera novela (El retratista de niños muertos. Alfar 2019) debo formularte una pregunta cuya respuesta conozco pero creo que muchos lectores necesitarán saber. La acción trascurre en un barrio marginal, pobre, de Sevilla llamado Villalatas. Hoy en día no se encuentra registrado el mismo pero, ¿existió realmente Villalatas?

Tan real como que tuve una abuela que se llamaba Cristina y que vivió allí. Una mujer de luto perpetuo que le dijo a mi madre que no pusieran a ninguna descendiente de la familia Cristina, porque ese nombre traía mala suerte. Así se forja la historia familiar y se heredan mimbres para escribir una novela. Ninguna mujer de mi familia ha vuelto a llamarse Cristina. Villalatas fue el poblado chabolista más grande que tuvo Europa en la década de los años veinte del pasado siglo. También fue conocido como los Estados Unidos de la miseria, porque se formó a partir de concentrar a más de una treintena de núcleos chabolistas que rodeaban la ciudad en un lugar alejado de las miradas de los futuros visitantes de la Exposición Iberoamericana de 1929. Ironías del destino; aquellos escondidos por vergüenza fueron la mano de obra barata que llegaron de los pueblos a una Sevilla sin viviendas para construir las grandes obras de la magna exposición.

¿Cómo llegaste a fijarte en Villalatas como escenario ideal para tu novela?

Yo quería un Macondo o un Comala que dejara huella en la memoria del lector. Un espacio universal donde poder desarrollar todo el realismo mágico con el que me encuentro cómodo, pero además, quería que aquel espacio fuera lo suficientemente familiar y cercano para hablar con autoridad sobre él. En ese espacio, el tiempo puede correr hacia delante y hacia atrás, es inmutable al mundo que le rodea lo que me permitía balancear la narración a mi antojo. Por sus calles de terrizo, transversales y perpendiculares sin nombre, podía dar riendas sueltas a la imaginación de las protagonistas, porque eran ellas las que noche tras noche me contaron su historia. Tuve que crear a Villalatas como un escenario de sueños para que Davinia y Che crecieran allí.

Gonzalo comienza a retratar a niños muertos ¿Qué novedad suponía ello en un barrio marginal sin recursos?

Para las madres, su único consuelo: poder tener un recuerdo de sus hijos. En las fechas que Gonzalo realiza las fotografías, Sevilla era la ciudad con la mayor tasa de mortalidad del mundo, la segunda era Bombay. El Doctor Hauser hizo un informe socio-sanitario demoledor sobre la situación de las infraviviendas. Tuvieron que pasar muchas décadas para solucionar los problemas de insalubridad de la ciudad, empezando por derribar con grandes excavadoras aquel núcleo chabolista.

Tu libro es un "libro de prostitutas". Les cedes todo el protagonismo que merecen. ¿Existe alguna razón por la que hayas querido cederles este protagonismo?

Yo me crie en un barrio heredero de aquellos pobladores de Villalatas. No en vano, muchos de los primeros vecinos venían de allí, compraron una parcela y edificaron, esta vez con cemento y bovedillas, sus humildes hogares. Había una parte situada detrás de mi calle que se denominaba el Barrio Chino, porque decían que allí se ejercía la prostitución. De niño, cuando iba al colegio, pasaba por aquel lugar y veía a las mujeres sentadas a las puertas de las peores casas de la barriada con sus cortinas de tela medio echadas, que dejaban entrever a sus espaldas un catre y un orinal. Las recuerdo con el afecto que te da la inocencia de un niño que no sabía ni a que se dedicaban, y también recuerdo el desafecto que me producían los hombres que por allí merodeaban a diario.

Pero en cambio no es un libro erótico...

Para nada, no me gusta la novela erótica, sencillamente la veo literatura menor. Esta novela tiene escenas muy duras, pero nunca eróticas. Los niños se crían en una casa de putas, pero en ningún momento se usa el recurso fácil del sexo en la narración. Al contrario, esas escenas han sido las más complicadas de narrar para no caer en la frivolidad de lo fácil.

¿Es acaso un libro de amor?¿Romántico?¿Histórico?

O las tres cosas, aunque yo lo definiría como una historia épica de mujeres. Las historias épicas contienen todos esos ingredientes.

A Villalatas llega la luz y entonces...

Entonces, llega la nostalgia del siglo anterior. Todo se vuelve más cruel. Esa luz alumbra las altas naves de carbón y las bombillas rojas pintadas a brocha gorda de un prostíbulo moderno, no el de una fonda de putas. La inocencia de las lámparas de queroseno quedan diluidas por los nuevos tiempos del hada electricidad. Como narrador, percibía el cambio de siglo y me dolía por lo que significaba para las protagonistas. Hay dos Villalatas, la decimonónica que desaparece de la memoria de los hombres y la de la Exposición del 29 que se conserva en las crónicas de la ciudad. Hay dos tiempos, la de las protagonistas en su juventud y la de las protagonistas en su madurez. Cómo no sentir nostalgia por la juventud de ellas en los tiempos del queroseno.

Háblanos de Che y de Davinia. Resulta que el final...

Pues resulta que al final quedarán sus nombres grabados en la memoria de los lectores. A partir de que finalicen la última página, no recordarán al libro como El retratista de los niños muertos, sino como la historia de Che y Davinia, o Davinia y Che, dependiendo de cuál sea la protagonista preferida. Me comentaba un crítico literario que esos nombres han pasado a formar surcos profundos en la memoria de su cerebro.

Los hijos de Che y Davinia, el Duque y Marcelo, se crían juntos y, sin embargo, alcanzan la vida que el destino les regala con distinta suerte. ¿Esta dicotomía es perversa, casual o premeditada?

Es una dicotomía de hijos cambiados. Todos los protagonistas de la novela tienen su antagonista, que al mismo tiempo es su complementario. Ocurre con Davinia y Che, con Cristina Salazar y Josefa, con Gonzalo y Antoine Morandé, incluso con Doña Paquita y la Valenciana. ¿Cómo no iban a heredar los hijos esa dicotomía?, pero lo hacen como hijos cambiados. Las líneas del destino son caprichosas en esta novela, a pesar de que intente borrarlas Davinia con jabón verde y estropajo.

La portada del libro llama la atención pero ¿hacia qué?

Hacia pedir un milagro a los tiempos del porvenir. Che, en cruz, en acto de penitente, mira las luces tenues de una ciudad y quiere cambiar de vida. Esa maravillosa fotografía, como todos los vídeos promocionales y la propia página en redes sociales, se lo debo a la creatividad de Bethany Neumann. Antes de que se publicara el libro, leyó el manuscrito y decidió cual debía ser su portada y contraportada. Buscó el atrezo, buscó una zona de Sevilla y una hora en que la iluminación pareciera luz de gas y subió cargada con cámara y focos por una ladera para regalarme esa imagen que ilustra el libro y que posee tanta fuerza. La editorial quedó encantada con la maqueta y la mandó a imprenta tal cual. Yo, por supuesto, quiero tenerla a mi lado en próximas publicaciones. Invito a quien quiera ver su trabajo a entrar en la página del retratista de los niños muertos y ver los vídeos promocionales de la novela. Yo quería algo transgresor y ella lo ha encontrado.

Y de fondo la Gran Exposición de Sevilla de 1929...

Efectivamente, una exposición que resultó un fracaso de visitantes, pero que transformó la fisionomía de la ciudad. Mi opinión personal sobre la Expo del 29 es que fue un acontecimiento histórico al que no estábamos preparados y así, veladamente, se representa en la novela. Como heredero de las infraestructuras de la ciudad, debo poner en valor toda la arquitectura regionalista que nos ha dejado y que levantaron gran parte de los vecinos de Villalatas. Gran parte de la Sevilla eterna se construyó desde el cinturón de la miseria. Toda una paradoja.

El vuelo del Zeppelín por los cielos de Sevilla sabe a nostalgia. ¿Le sabe a nostalgia también al autor?

Más que a nostalgia, a un recuerdo heredado. Mi madre vivió de pequeña en Villalatas y la primera imagen que mantiene de su niñez es el vuelo del Graf Zeppelin o el "chipilín", como aún lo llama ella. Hay que imaginarse lo que significaba para una niña pequeña de Villalatas, alzar los ojos al cielo un mediodía de julio y ver sobrevolar aquel gran dirigible que le hacía sombra sobre su cuerpo. No me extraña que para mi madre sea su primer recuerdo de niñez. Lo curioso, es que yo lo siento como una postal vivida por mí. Lo que me confirma que hay parte de nuestra memoria que transferimos con los genes a nuestra descendencia. Algo que, ustedes los médicos, deberíais de investigar.

¿Se trata de un libro con moraleja?

No. Se trata de un libro con alma y el alma es clara y diáfana, no necesita subterfugios indirectos para aleccionar al lector.

¿Cómo ha vivido el autor la salida al mercado de El retratista de niños muertos?

Conmovido, esa es el término que define mi estado. Me había propuesto escribir una buena novela y las críticas que está recibiendo van en ese sentido. La agencia literaria que valoró el manuscrito la puntuó con la mayor nota, nunca habían puesto un 10 en calidad literaria a ninguna obra evaluada, esta ha sido la primera. Santi Baró dijo de ella en su informe; "personalmente, he llegado al final con la sensación de que es la mejor novela que he leído". Minerva Piquero, periodista, la ha descrito en su twitter como "directa, cruda, hermosa y bellamente escrita". Lecturápolis comenta en su blog: "cuando llegué a la última página ya me encontraba en estado de shock. Un novelón con todas las letras". La correctora del manuscrito, contratada por la editorial, le dijo al editor que era lo mejor que había leído en los últimos años. Con esos halagos, cómo un autor novel no va a estar conmovido.

¿Qué huella deja Manuel Aparicio en las páginas de su obra?

Lo que soy, lo que siento y lo que arriesgo.

El libro ofrece un alarde por parte del autor de un rico léxico y de un dominio de la gramática que se echa de menos en obras que, sin embargo, alcanzan gran éxito entre el público. ¿Cómo crees que será valorada esta guinda que regalas?

Yo no he pretendido escribir un best seller, mi pretensión era hacer una buena obra literaria. El informe que hizo de ella la agencia literaria lo dejó claro desde el principio. En el apartado de público potencial respondía: "el de alta literatura", para ese público será muy valorado esa guinda.

¿Piensas que habrá quien recurra al diccionario para aclarar algunos términos que usas en tu escritura?

La verdad es que no lo sé y tampoco creo que porque se desconozca algún concepto se tenga que recurrir al diccionario. Los términos que pueden ser más dificultosos son los de ambiente, como algún tipo de mueble, de traje, de tela, pero no son significativos para la trama. Lo que si me dicen muchos lectores es que han recurrido a internet para buscar información sobre ciertos aspectos que salen en la novela y que llegan a confundir si han sido reales o no. Eso me ha gustado. La mejor ficción es la que se cree como cierta.

¿Ha influido tu profesión en algún aspecto relacionado con la confección de la trama?

No o acaso tanto como otros aspectos de mi vida. No soy consciente de que peso tiene en la novela la cotidianidad de mis quehaceres, de lo que sí soy consciente es del peso que tienen los difuntos de mi familia.

La historia ¿la cuentas tú? ¿Es Josefa quien lo hace de modo entreverado?

La historia la cuenta un narrador que a veces asoma levemente la cabeza en el transcurso de la trama. Este narrador, que no soy yo, relata una historia transmitida por su abuela Josefa. Es una historia familiar, a la que Josefa no le da la mayor importancia; "cosas que pasan en todas las casas", dirá ella, pero resulta que esas cosas sin importancia esconden una vida épica. La historia se cuenta como las abuelas narran su vida en tardes de mesa de camilla, sin un orden cronológico y con las trampas de la memoria que da la edad. Es el narrador quien va hilvanando ese orden con el material de recuerdos de su abuela.

Cuéntanos alguna anécdota del proceso de documentación llevado a cabo antes de escribir.

El ambiente de la época y de la ciudad lo tenía suficientemente documentado desde hacía años. Una de las pocas aficiones de mi vida ha sido conocer en profundidad la historia de final del siglo XIX hasta la primera guerra mundial. Siempre me ha resultado una etapa apasionante. Comencé con Europa, seguí con España y terminé en Sevilla. Fui de lo internacional a lo local y al final terminé buscando historias del barrio de mi infancia. Tengo cientos de libros sobre las crónicas de la ciudad, de fotografías de la ciudad, de postales de una época en la que la humanidad quiso ser mejor y erró en varias ocasiones para mostrar su peor cara. Esas claves de deriva son las que me interesaba buscar en esa época de la historia. Después con la novela, llegó documentar lo concreto. Eso sí ha costado esfuerzo, especialmente sobre la técnica y uso de cámaras de cajón a principios del siglo XX y los trajes, el maravilloso vestuario de Davinia y Che.

¿Sabías cuál iba a ser el final al comenzar a escribir?

Sabía cuál iba a ser la última imagen del libro, pero no el final de la trama. No soy un escritor que se imponga esquemas y estructure un guion. La mayoría de las veces, me acostaba dándole vueltas a cómo seguir mañana. Hasta que no me sorprendía a mí mismo, no continuaba. Eso es lo verdaderamente potente de la narración. Cada capítulo termina de forma tajante e inesperada. Cuando se escribe sin esquema predeterminado, cuando solamente se pone una banderita de salida y una banderita de llegada, le da al escritor la posibilidad de sorprenderse a sí mismo. Si un autor no se sorprende a sí mismo en el transcurso de la creación, su obra no tendrá alma.

Y después... (Háblanos de proyectos literarios que tengas en mente)

El otro día estuve con Luis Oliva, mi editor, una persona que conoce de sobra este oficio. Él sabe que estoy escribiendo mi segunda novela, y por ello me dio un consejo; que me la tomara con la misma calma que la primera, que había puesto el listón muy alto y que no podía defraudar a los lectores. En esa responsabilidad estoy, intentando sorprenderme a mí mismo. ¿Lo conseguiré? Por mi parte voy a poner toda la creatividad y la impronta de autor a la que hizo referencia mi editor para darme el consejo. Ahora mismo está colocado un banderín de salida, y un banderín de llegada, y 120 páginas que se han reinventado día a día. El Costurero de la Reina (En los tiempos del porvenir), su subtítulo lo dice todo.

Muchas gracias, Manuel. Ya ves que, aunque un servidor sea médico no te ha preguntado por la Sanidad. Demostremos que se puede hablar de literatura sin perturbar lo puramente bello con lo puramente bello y útil.

Francisco Javier Torres Gómez


Volver a la Portada de Logo Paperblog