Roxana Hidalgo es psicoanalista y docente de la Universidad de Costa Rica. Su mirada de género se posó en un tema poco explorado por las académicas: la agresión en las mujeres. Cómo entrampa a hombres y mujeres el estereotipo de género y cuáles son las consecuencias de creer que la agresión no es patrimonio de ellas. –¿Cómo fue su formación en un país tan conservador y con una Iglesia tan fuerte como la de Costa Rica?
–Costa Rica es un país muy contradictorio, porque por un lado tenemos un Estado muy fuerte en salud y educación, leyes de equidad de género muy importantes, somos el primer país que firma el divorcio civil, en 1888, y por otro lado es un país muy conservador, que no es laico. Cuando se trató de legislar el laicismo fue un escándalo, casi linchan a los diputados. Ahora se empezó a hablar del matrimonio gay y también fue un escándalo. Entonces, a nivel laboral, yo me intereso por la psicología y las ciencias sociales más que nada porque mi familia ha alentado eso y no porque sea un sitio que habilite a estas prácticas de manera natural para las mujeres. El psicoanálisis para mí es una alternativa tanto terapéutica como de pensamiento crítico. Al poco tiempo de entrar en la universidad empecé mi propio análisis y empecé a trabajar la cuestión de mi propia identidad femenina, de mi sexualidad y empezó a interesarme esto de que las mujeres debemos ser eróticas pero no agresivas, debemos ser tiernas, dulces, maternales. A mí como estudiante ya me gustaba mucho discutir, polemizar, y eso en Costa Rica está mal visto. Es un país chico, discreto, mientras toda Centroamérica se debate en guerras civiles, revoluciones, dictaduras, niveles de desigualdad social brutales, Costa Rica ha tenido niveles de desigualdad menores, mucho más pacíficos, la gente no se enfrenta, todo es muy por debajo.
–¿Cuáles fueron sus primeros estudios de género?
–En mi época de estudiante los grupos feministas eran muy radicales y yo no me enganchaba con eso. Me quedé un poco al margen. Empecé a estudiar psicoanálisis y género, escribí algunos artículos sobre la crítica feminista al psicoanálisis, que tiene posiciones muy patriarcales, la envidia del pene, el complejo de castración, etc., todas estas imágenes míticas de Freud que reducen. Pero en esa época no había empezado la fuerza lacaniana. A los 23 años me recibí y poco después me fui a estudiar a Frankfurt, en Alemania, con una beca, donde la relación entre psicoanálisis y ciencias sociales, desde la tradición de la teoría crítica, es muy fuerte. Entré a la Facultad de Sociología y ahí saqué el doctorado. A mí me da pena porque nos socializan para que envidiemos al hombre y a su órgano, y a su masculinidad y a su fuerza, y todo lo que simboliza el pene, pero no se toma en cuenta desde la perspectiva psicoanalítica, tanto freudiana como lacaniana, que hay un contexto histórico y social que produce eso. Entonces ahí empiezo a meterme en la crítica feminista al psicoanálisis.
–¿Cómo es vista socialmente la agresión femenina?
–La mujer agresiva es loca, puta, lesbiana, enferma... La primera investigación del tema género que hago formalmente es con mujeres que han matado a sus hijos. Sacamos un libro con Laura Chacón Echeverría que se llama Cuando la feminidad se trastrueca en el espejo de la maternidad, entrevistamos a cinco mujeres que estaban en la cárcel en ese momento de Costa Rica. Las infanticidas son mujeres muy dañadas, tienen historias de vida con violencia doméstica severa en la infancia y de adultas. Fue muy impactante porque eran relatos de cómo habían llegado a reventar a sus hijos a golpes. Y lo impactante también fue que durante la entrevista una tiene empatía con la mujer y ella te cuenta su historia brutal y pensás que sobrevivió de milagro. Y después lees los expedientes y el impacto y el rechazo es terrible. Entonces para poder escribir yo tenía que trabajar mucho mi propio análisis. Fue todo un proceso. Es un tema tabú, la mujer que arremete, la mujer que mata. Y realmente quedé con un interés muy fuerte en esto. A las feministas no les gustó el libro, no apoyaron la publicación porque, claro, estábamos hablando de lo contrario que ellas; entonces hice mi tesis de doctorado sobre la Medea de Eurípides.
–¿Por qué no la hizo sobre las infanticidas?
–Porque fue muy difícil manejar el rechazo, esa es la verdad. Porque no mataron a un hombre, no robaron, no quieren suicidarse, sino que torturan y muelen a golpes a sus propios hijos, y en general lo hacen por un hombre, pero realmente ha sido un aprendizaje enorme. Incluso del tratamiento de los medios: los periódicos decían “la hiena asesina”, “poseída por el demonio”. Eran mujeres de sectores populares, sin recursos económicos para encontrar una salida, una terapia, chicas muy expuestas, con padres alcohólicos severos y agresores, y mamás agredidas, obviamente. Todas trabajaron de chiquitas, a los 6 años ya las echaron a la calle a trabajar, y son mujeres donde el famoso instinto materno no se ha construido: un niño tiene que socializar para amar. Cuando crecen son madres adolescentes, con parejas agresivas.
–¿Qué dicen estas mujeres de sus asesinatos y qué tienen para decirle al mundo?
–Una mujer me dijo “a mí me gustaría decirles a otras mujeres que no se dejen llevar por una jareta, como yo” (la jareta es el cierre del pantalón, es como decir por un pene). Ella tenía dos hijas de una primera pareja, el tipo la dejó y ella formó pareja con otro, violento, que no quería a las niñas, las maltrataba. Obliga a ella a maltratar a las niñas, entre los dos les empiezan a pegar y en un momento matan a una. Pero a ella le dan 25 de años y él queda libre. Porque la mamá fue la última que golpeó a la niña y además porque ella no lo acusó a él. Algunas no quieren admitirlo, dicen que el chico se les cayó, que ella no fue, etc., pero otras mujeres lo dicen directamente. La madre de una beba de 3 meses me dijo que su segunda pareja la había dejado, y que ella no soportó esto y ahogó a su hija (la que había tenido con él). Y estos casos tienen para decirle al mundo que esa maternidad idealizada, esa feminidad idealizada, no existe. Somos lo que somos por lo que hemos vivido. De hecho, se puede maternizar a un hombre también y el chico crece lo más bien.
–Y con este shock de realidad, ¿qué sacó en limpio de Medea?
–Hice una interpretación psicoanalítica y social donde analizo desde la época de la Atenas clásica cómo eran las relaciones de poder entre los géneros, las imágenes de feminidad y masculinidad en la tragedia griega y sobre todo en ésta. Este personaje me interesa mucho porque así como el psicoanálisis se ha fundado mucho en Narciso y Edipo, me parecía que era interesante tomar un personaje como Medea o Antígona también, que son transgresoras de lo femenino. Medea se enamora de Jasón, lo ayuda en su huida y decide no ser entregada como objeto de intercambio, que es el tabú de la época. Ella decide, se enamora realmente y al final lo termina ayudando y para hacerlo tiene que matar, de manera que se convierte en una asesina en serie. Pero Jasón la traiciona y Medea tiene frases muy interesantes: “De los seres con conciencia, el más desgraciado es la mujer por lo que nos toca vivir, tenemos que comprar a un hombre para matrimonio y después si nos va bien, tocamos el cielo, y si no el infierno”. Es un discurso que está empezando a cambiar recién ahora, ¡pero es de hace 2600 años! En otro momento dice “la fama de las mujeres va a empezar a cambiar, gozaremos de buena fama y prestigio”. Bueno, nos tardamos mucho para empezar a tener buena fama (risas). Finalmente ella se castiga, mata a sus hijos y huye. Se debate entre la mujer madre y la heroína. Pero ella decide tomar la venganza en sus manos. Es un personaje en el que se manifiesta de manera consciente la sexualidad y la agresión. Ella es agresiva no solamente en la parte destructiva sino autoafirmativa: va tomando decisiones sobre su vida que en el camino terminan siendo muy brutales.
–Hoy en día esas mismas decisiones de autoafirmación en una mujer son castigadas...
–Exactamente. Las mujeres hemos quedado hasta la fecha con ese tabú sobre nuestra sexualidad y sobre nuestra autonomía. Es una exigencia social real, no es una fantasía de las mujeres que hay que completar todos los casilleros. Aún las inteligentes y formadas caen en el estereotipo. Yo lo que siento es que la sociedad ha cambiado a nivel institucional, a nivel social, a nivel legal, pero a nivel subjetivo llevamos trajes o máscaras, cosas tan pegadas a la piel y al cuerpo que no cambian tan fácilmente. No podemos zafar de imágenes e identidades fijas, imágenes hegemónicas de masculinidad y feminidad, lo que es amar, entre comillas, porque muchas veces es una forma de amor muy destructiva.
–¿El psicoanálisis no ayudó a fijar esas imágenes?
–El psicoanálisis juega un papel ambiguo y contradictorio, porque es una teoría y un método con elementos muy conservadores y otros muy transgresores también, de ruptura. Es un aporte muy importante aquello de que somos seres sexuales desde bebés. El niño es un ser genital y sexual, tiende al placer, el cuerpo es todo una zona erógena, y eso es maravilloso, y la legitimación de eso está bien. El concepto de pulsión sexual también es muy interesante: el instinto en el niño se socializa rápidamente, en el sentido de que en el caso del chupete el niño ya no está satisfaciendo el hambre sino el placer. El niño encuentra la teta de la mamá y la encuentra deliciosa. Una vez estaba toda mi familia reunida y una sobrina mía, que tenía dos años, empezó a decir “qué calor que tengo” y se sacó la blusa, “ay qué calor” y se quitó el pantalón, y así hasta que se echó en un sillón y se empezó a masturbar con las patitas abiertas delante de todos. La madre, obviamente, se horrorizó. Yo jamás había visto algo así, ¡era como ver en vivo toda la teoría estudiada! (risas). Ella mostraba su cuerpo y la mamá le decía “lo vas a romper” (al clítoris). Entonces fijate cómo no podemos legitimar esa parte de la sexualidad humana aún hoy. Ahora bien, cuando Freud empieza con las diferencias entre hombres y mujeres y las fija a nivel biológico, “la anatomía de destino” dice en algún momento, la cosa se complica. Hay mucha gente formada en psicoanálisis que cree que así es.
–Ese modelo de análisis de hecho es totalmente anacrónico, porque ese hombre y esa mujer que describe Freud ya no existen...
–Claro. Las psicoanalistas que trabajamos en este sentido estamos viendo hace décadas ya qué ocurre con esos roles de género, y cómo pueden cambiar. La envidia del pene, sí, la llevamos dentro, pero también los hombres llevan la envidia de la maternidad, entonces no es tan asimétrico, no es que tener o no pene marca la separación. No es que la angustia de castración me define hombre o mujer, porque ya ves que hay otras posibilidades. Me defino hombre o mujer porque hay una sociedad que establece una serie de patrones y de prácticas, como dice Judith Buttler, que me hacen comportar, sentir, y moverme como hombre o mujer. Y además cuando yo adquiero esa identidad, no sólo separo lo femenino y lo masculino, sino que me separo del mundo, entonces eso lleva a que se instaure una diferencia que puede ser más o menos flexible. Recién ahora empieza a ser más flexible. Entonces yo como psicoanalista parto de esas premisas. El psicoanálisis tiene que habilitar a una mujer a tomar conciencia de su sexualidad de una forma plena, de su agresividad, de su capacidad de autonomía. Porque la agresividad no es destructiva de por sí.
–Pero socialmente lo agresivo no se predica nunca de lo femenino, y si lo hace tiene una connotación negativa.
–Es cierto, pero por eso hay que trabajar esto. Porque esa represión de la agresividad conduce a la depresión, a la automutilación, al aislamiento, a las adicciones. Y además hay una parte de la agresión que es productiva, creativa y necesaria.
En las terapias tradicionales hay un vacío respecto de qué tiene que hacer una mujer con su agresividad.
Si eliges una psicoanalista muy freudiana o muy lacaniana es muy probable que no se legitime esa agresividad como algo necesario. Por ejemplo, para que yo pueda desarrollar mi autonomía y mis deseos yo tengo que poder decir no, y tengo que poder hacerlo tranquila o puedo decir “andate a la mierda”. Porque si una mujer se siente presionada, tiene que poder mandar a la mierda al otro. Una mujer tiene que poder mandar al carajo, gritar, para poder soltarse de una relación opresiva, sea cual fuere (laboral, amorosa, etc.) y esa agresión es productiva, hay que alentarla.
Justamente, la limitación en el estereotipo es lo que hace que digamos que no a los gritos, pero mejor decirlo a los gritos que no decir nada. Y sí, nos cuesta mucho. O no podemos decir no o lo decimos impulsivamente, Porque nos han enseñado a no decir no, a que las niñas somos tranquilas y simpáticas. A mí me llama la atención que la gente dice “es que las niñas son tan diferentes”. ¡Y no! Las nenas son así porque así las moldean, no es genética la tranquilidad, es socialización. Al niño se le enseña a defenderse con el cuerpo, a la niña no. Pero no es porque la niña es tranquilita y no le gusta la lucha, si haces ese juego con una niña también se engancha. Y mentira que luego va a ser homosexual por eso, obviamente... Son muchos estereotipos.
–El complejo de Edipo fija a la mujer como mala (perversa) y el papá como bueno (liberador) pero es una falacia, y sin embargo tiene vigencia en los consultorios psicoanalíticos.
–Sí, es una falacia. La que enseña al niño a lavarse los dientes, a vestirse, a hablar, a comer, a caminar, hasta la fecha, es la mamá, con papá o sin papá. La que estimula la autonomía, la que estimula la salida al mundo, la que enseña el lenguaje es la madre, en la mayoría de los casos. Pero según los lacanianos si la ley paterna no entra en el niño... Y un carajo, esto no es importante, lo más importante es la capacidad que la madre tenga de soltar a su hijo y dárselo a la vida, dejarlo ir, dejarlo ser. Por supuesto que si está acompañada será mejor, pero es una falacia que la madre es la dependencia y el padre la autonomía. Una falacia absoluta que hay que desmantelar.
–Las familias queer plantean eso, lo ponen sobre la mesa.
–Seguro, lo que tengo que hacer es decidir críticamente sobre mi hijo, pero ley paterna un carajo. A mi hermana menor cuando tenía 7 años en un momento se le dio por robar los exámenes de matemática y venderlos, entonces lo llamaron a mi padre del colegio y le plantearon que le tenía que dar un castigo muy grande. Mi padre decidió no castigarla, le dijo “me parece una buena estrategia para conseguir plata pero no es la mejor, hay otras”. Y ya. Hay que hablar con los niños sin esa cuestión de la ley, de la autoridad, eso me parece que debe ser lo cuestionable.
–En la palabra como mediadora necesaria sí interviene bien el psicoanálisis.
–Sí, claro. Vos no le podés decir a un niño “Ud. no mira televisión porque se me da la gana”. Los niños deprimidos están diciéndole algo al mundo y hay que ayudarlos a poner las palabras. Con el tema de los gays y las lesbianas, hay todo un tema ahora en la docencia que es qué hacer con las madres o padres que vienen y dicen “cúremelo”, cómo operar sobre eso sin que se le vuelva en contra al chico, porque uno puede decirle a alguien que le plantea eso “mire, no diga estupideces”, pero no está ayudando al adolescente con esa madre o ese padre. El psicoanálisis tiene que darle la palabra al paciente.
–Los estereotipos que pesan sobre las mujeres: la depresiva, la loca, la malvada, la que si está de mal humor es porque no tiene sexo o porque está indispuesta. Cuando un país tiene una presidenta mujer como el nuestro se ven todos ellos juntos.
–Sí, y aun con una presidenta mujer, el cambio es muy lento. Y hay una contraofensiva, una reacción contra eso. Los femicidios son producto de la violencia de toda la vida contra las mujeres pero también de la rabia que provoca que las mujeres empiecen a hablar y a decir “los hombres no nos importan” y que haya una ley, como en Costa Rica, que habilita a la policía a que se lleven preso a un tipo si la mujer llama porque él la agrede. Por otro lado, muchos hombres están profundamente dañados porque ya no pueden ser los proveedores de antes, entonces la mujer también banca la casa... y eso es una tragedia para ellos. Está muy dañada la masculinidad, entonces eso provoca violencia. Nosotras venimos ganando pero ellos están perdiendo; podrían ganar pero no se dan cuenta.
Por Flor MonfortFuente: Página/12
–Costa Rica es un país muy contradictorio, porque por un lado tenemos un Estado muy fuerte en salud y educación, leyes de equidad de género muy importantes, somos el primer país que firma el divorcio civil, en 1888, y por otro lado es un país muy conservador, que no es laico. Cuando se trató de legislar el laicismo fue un escándalo, casi linchan a los diputados. Ahora se empezó a hablar del matrimonio gay y también fue un escándalo. Entonces, a nivel laboral, yo me intereso por la psicología y las ciencias sociales más que nada porque mi familia ha alentado eso y no porque sea un sitio que habilite a estas prácticas de manera natural para las mujeres. El psicoanálisis para mí es una alternativa tanto terapéutica como de pensamiento crítico. Al poco tiempo de entrar en la universidad empecé mi propio análisis y empecé a trabajar la cuestión de mi propia identidad femenina, de mi sexualidad y empezó a interesarme esto de que las mujeres debemos ser eróticas pero no agresivas, debemos ser tiernas, dulces, maternales. A mí como estudiante ya me gustaba mucho discutir, polemizar, y eso en Costa Rica está mal visto. Es un país chico, discreto, mientras toda Centroamérica se debate en guerras civiles, revoluciones, dictaduras, niveles de desigualdad social brutales, Costa Rica ha tenido niveles de desigualdad menores, mucho más pacíficos, la gente no se enfrenta, todo es muy por debajo.
–¿Cuáles fueron sus primeros estudios de género?
–En mi época de estudiante los grupos feministas eran muy radicales y yo no me enganchaba con eso. Me quedé un poco al margen. Empecé a estudiar psicoanálisis y género, escribí algunos artículos sobre la crítica feminista al psicoanálisis, que tiene posiciones muy patriarcales, la envidia del pene, el complejo de castración, etc., todas estas imágenes míticas de Freud que reducen. Pero en esa época no había empezado la fuerza lacaniana. A los 23 años me recibí y poco después me fui a estudiar a Frankfurt, en Alemania, con una beca, donde la relación entre psicoanálisis y ciencias sociales, desde la tradición de la teoría crítica, es muy fuerte. Entré a la Facultad de Sociología y ahí saqué el doctorado. A mí me da pena porque nos socializan para que envidiemos al hombre y a su órgano, y a su masculinidad y a su fuerza, y todo lo que simboliza el pene, pero no se toma en cuenta desde la perspectiva psicoanalítica, tanto freudiana como lacaniana, que hay un contexto histórico y social que produce eso. Entonces ahí empiezo a meterme en la crítica feminista al psicoanálisis.
–¿Cómo es vista socialmente la agresión femenina?
–La mujer agresiva es loca, puta, lesbiana, enferma... La primera investigación del tema género que hago formalmente es con mujeres que han matado a sus hijos. Sacamos un libro con Laura Chacón Echeverría que se llama Cuando la feminidad se trastrueca en el espejo de la maternidad, entrevistamos a cinco mujeres que estaban en la cárcel en ese momento de Costa Rica. Las infanticidas son mujeres muy dañadas, tienen historias de vida con violencia doméstica severa en la infancia y de adultas. Fue muy impactante porque eran relatos de cómo habían llegado a reventar a sus hijos a golpes. Y lo impactante también fue que durante la entrevista una tiene empatía con la mujer y ella te cuenta su historia brutal y pensás que sobrevivió de milagro. Y después lees los expedientes y el impacto y el rechazo es terrible. Entonces para poder escribir yo tenía que trabajar mucho mi propio análisis. Fue todo un proceso. Es un tema tabú, la mujer que arremete, la mujer que mata. Y realmente quedé con un interés muy fuerte en esto. A las feministas no les gustó el libro, no apoyaron la publicación porque, claro, estábamos hablando de lo contrario que ellas; entonces hice mi tesis de doctorado sobre la Medea de Eurípides.
–¿Por qué no la hizo sobre las infanticidas?
–Porque fue muy difícil manejar el rechazo, esa es la verdad. Porque no mataron a un hombre, no robaron, no quieren suicidarse, sino que torturan y muelen a golpes a sus propios hijos, y en general lo hacen por un hombre, pero realmente ha sido un aprendizaje enorme. Incluso del tratamiento de los medios: los periódicos decían “la hiena asesina”, “poseída por el demonio”. Eran mujeres de sectores populares, sin recursos económicos para encontrar una salida, una terapia, chicas muy expuestas, con padres alcohólicos severos y agresores, y mamás agredidas, obviamente. Todas trabajaron de chiquitas, a los 6 años ya las echaron a la calle a trabajar, y son mujeres donde el famoso instinto materno no se ha construido: un niño tiene que socializar para amar. Cuando crecen son madres adolescentes, con parejas agresivas.
–¿Qué dicen estas mujeres de sus asesinatos y qué tienen para decirle al mundo?
–Una mujer me dijo “a mí me gustaría decirles a otras mujeres que no se dejen llevar por una jareta, como yo” (la jareta es el cierre del pantalón, es como decir por un pene). Ella tenía dos hijas de una primera pareja, el tipo la dejó y ella formó pareja con otro, violento, que no quería a las niñas, las maltrataba. Obliga a ella a maltratar a las niñas, entre los dos les empiezan a pegar y en un momento matan a una. Pero a ella le dan 25 de años y él queda libre. Porque la mamá fue la última que golpeó a la niña y además porque ella no lo acusó a él. Algunas no quieren admitirlo, dicen que el chico se les cayó, que ella no fue, etc., pero otras mujeres lo dicen directamente. La madre de una beba de 3 meses me dijo que su segunda pareja la había dejado, y que ella no soportó esto y ahogó a su hija (la que había tenido con él). Y estos casos tienen para decirle al mundo que esa maternidad idealizada, esa feminidad idealizada, no existe. Somos lo que somos por lo que hemos vivido. De hecho, se puede maternizar a un hombre también y el chico crece lo más bien.
–Y con este shock de realidad, ¿qué sacó en limpio de Medea?
–Hice una interpretación psicoanalítica y social donde analizo desde la época de la Atenas clásica cómo eran las relaciones de poder entre los géneros, las imágenes de feminidad y masculinidad en la tragedia griega y sobre todo en ésta. Este personaje me interesa mucho porque así como el psicoanálisis se ha fundado mucho en Narciso y Edipo, me parecía que era interesante tomar un personaje como Medea o Antígona también, que son transgresoras de lo femenino. Medea se enamora de Jasón, lo ayuda en su huida y decide no ser entregada como objeto de intercambio, que es el tabú de la época. Ella decide, se enamora realmente y al final lo termina ayudando y para hacerlo tiene que matar, de manera que se convierte en una asesina en serie. Pero Jasón la traiciona y Medea tiene frases muy interesantes: “De los seres con conciencia, el más desgraciado es la mujer por lo que nos toca vivir, tenemos que comprar a un hombre para matrimonio y después si nos va bien, tocamos el cielo, y si no el infierno”. Es un discurso que está empezando a cambiar recién ahora, ¡pero es de hace 2600 años! En otro momento dice “la fama de las mujeres va a empezar a cambiar, gozaremos de buena fama y prestigio”. Bueno, nos tardamos mucho para empezar a tener buena fama (risas). Finalmente ella se castiga, mata a sus hijos y huye. Se debate entre la mujer madre y la heroína. Pero ella decide tomar la venganza en sus manos. Es un personaje en el que se manifiesta de manera consciente la sexualidad y la agresión. Ella es agresiva no solamente en la parte destructiva sino autoafirmativa: va tomando decisiones sobre su vida que en el camino terminan siendo muy brutales.
–Hoy en día esas mismas decisiones de autoafirmación en una mujer son castigadas...
–Exactamente. Las mujeres hemos quedado hasta la fecha con ese tabú sobre nuestra sexualidad y sobre nuestra autonomía. Es una exigencia social real, no es una fantasía de las mujeres que hay que completar todos los casilleros. Aún las inteligentes y formadas caen en el estereotipo. Yo lo que siento es que la sociedad ha cambiado a nivel institucional, a nivel social, a nivel legal, pero a nivel subjetivo llevamos trajes o máscaras, cosas tan pegadas a la piel y al cuerpo que no cambian tan fácilmente. No podemos zafar de imágenes e identidades fijas, imágenes hegemónicas de masculinidad y feminidad, lo que es amar, entre comillas, porque muchas veces es una forma de amor muy destructiva.
–¿El psicoanálisis no ayudó a fijar esas imágenes?
–El psicoanálisis juega un papel ambiguo y contradictorio, porque es una teoría y un método con elementos muy conservadores y otros muy transgresores también, de ruptura. Es un aporte muy importante aquello de que somos seres sexuales desde bebés. El niño es un ser genital y sexual, tiende al placer, el cuerpo es todo una zona erógena, y eso es maravilloso, y la legitimación de eso está bien. El concepto de pulsión sexual también es muy interesante: el instinto en el niño se socializa rápidamente, en el sentido de que en el caso del chupete el niño ya no está satisfaciendo el hambre sino el placer. El niño encuentra la teta de la mamá y la encuentra deliciosa. Una vez estaba toda mi familia reunida y una sobrina mía, que tenía dos años, empezó a decir “qué calor que tengo” y se sacó la blusa, “ay qué calor” y se quitó el pantalón, y así hasta que se echó en un sillón y se empezó a masturbar con las patitas abiertas delante de todos. La madre, obviamente, se horrorizó. Yo jamás había visto algo así, ¡era como ver en vivo toda la teoría estudiada! (risas). Ella mostraba su cuerpo y la mamá le decía “lo vas a romper” (al clítoris). Entonces fijate cómo no podemos legitimar esa parte de la sexualidad humana aún hoy. Ahora bien, cuando Freud empieza con las diferencias entre hombres y mujeres y las fija a nivel biológico, “la anatomía de destino” dice en algún momento, la cosa se complica. Hay mucha gente formada en psicoanálisis que cree que así es.
–Ese modelo de análisis de hecho es totalmente anacrónico, porque ese hombre y esa mujer que describe Freud ya no existen...
–Claro. Las psicoanalistas que trabajamos en este sentido estamos viendo hace décadas ya qué ocurre con esos roles de género, y cómo pueden cambiar. La envidia del pene, sí, la llevamos dentro, pero también los hombres llevan la envidia de la maternidad, entonces no es tan asimétrico, no es que tener o no pene marca la separación. No es que la angustia de castración me define hombre o mujer, porque ya ves que hay otras posibilidades. Me defino hombre o mujer porque hay una sociedad que establece una serie de patrones y de prácticas, como dice Judith Buttler, que me hacen comportar, sentir, y moverme como hombre o mujer. Y además cuando yo adquiero esa identidad, no sólo separo lo femenino y lo masculino, sino que me separo del mundo, entonces eso lleva a que se instaure una diferencia que puede ser más o menos flexible. Recién ahora empieza a ser más flexible. Entonces yo como psicoanalista parto de esas premisas. El psicoanálisis tiene que habilitar a una mujer a tomar conciencia de su sexualidad de una forma plena, de su agresividad, de su capacidad de autonomía. Porque la agresividad no es destructiva de por sí.
–Pero socialmente lo agresivo no se predica nunca de lo femenino, y si lo hace tiene una connotación negativa.
–Es cierto, pero por eso hay que trabajar esto. Porque esa represión de la agresividad conduce a la depresión, a la automutilación, al aislamiento, a las adicciones. Y además hay una parte de la agresión que es productiva, creativa y necesaria.
En las terapias tradicionales hay un vacío respecto de qué tiene que hacer una mujer con su agresividad.
Si eliges una psicoanalista muy freudiana o muy lacaniana es muy probable que no se legitime esa agresividad como algo necesario. Por ejemplo, para que yo pueda desarrollar mi autonomía y mis deseos yo tengo que poder decir no, y tengo que poder hacerlo tranquila o puedo decir “andate a la mierda”. Porque si una mujer se siente presionada, tiene que poder mandar a la mierda al otro. Una mujer tiene que poder mandar al carajo, gritar, para poder soltarse de una relación opresiva, sea cual fuere (laboral, amorosa, etc.) y esa agresión es productiva, hay que alentarla.
Justamente, la limitación en el estereotipo es lo que hace que digamos que no a los gritos, pero mejor decirlo a los gritos que no decir nada. Y sí, nos cuesta mucho. O no podemos decir no o lo decimos impulsivamente, Porque nos han enseñado a no decir no, a que las niñas somos tranquilas y simpáticas. A mí me llama la atención que la gente dice “es que las niñas son tan diferentes”. ¡Y no! Las nenas son así porque así las moldean, no es genética la tranquilidad, es socialización. Al niño se le enseña a defenderse con el cuerpo, a la niña no. Pero no es porque la niña es tranquilita y no le gusta la lucha, si haces ese juego con una niña también se engancha. Y mentira que luego va a ser homosexual por eso, obviamente... Son muchos estereotipos.
–El complejo de Edipo fija a la mujer como mala (perversa) y el papá como bueno (liberador) pero es una falacia, y sin embargo tiene vigencia en los consultorios psicoanalíticos.
–Sí, es una falacia. La que enseña al niño a lavarse los dientes, a vestirse, a hablar, a comer, a caminar, hasta la fecha, es la mamá, con papá o sin papá. La que estimula la autonomía, la que estimula la salida al mundo, la que enseña el lenguaje es la madre, en la mayoría de los casos. Pero según los lacanianos si la ley paterna no entra en el niño... Y un carajo, esto no es importante, lo más importante es la capacidad que la madre tenga de soltar a su hijo y dárselo a la vida, dejarlo ir, dejarlo ser. Por supuesto que si está acompañada será mejor, pero es una falacia que la madre es la dependencia y el padre la autonomía. Una falacia absoluta que hay que desmantelar.
–Las familias queer plantean eso, lo ponen sobre la mesa.
–Seguro, lo que tengo que hacer es decidir críticamente sobre mi hijo, pero ley paterna un carajo. A mi hermana menor cuando tenía 7 años en un momento se le dio por robar los exámenes de matemática y venderlos, entonces lo llamaron a mi padre del colegio y le plantearon que le tenía que dar un castigo muy grande. Mi padre decidió no castigarla, le dijo “me parece una buena estrategia para conseguir plata pero no es la mejor, hay otras”. Y ya. Hay que hablar con los niños sin esa cuestión de la ley, de la autoridad, eso me parece que debe ser lo cuestionable.
–En la palabra como mediadora necesaria sí interviene bien el psicoanálisis.
–Sí, claro. Vos no le podés decir a un niño “Ud. no mira televisión porque se me da la gana”. Los niños deprimidos están diciéndole algo al mundo y hay que ayudarlos a poner las palabras. Con el tema de los gays y las lesbianas, hay todo un tema ahora en la docencia que es qué hacer con las madres o padres que vienen y dicen “cúremelo”, cómo operar sobre eso sin que se le vuelva en contra al chico, porque uno puede decirle a alguien que le plantea eso “mire, no diga estupideces”, pero no está ayudando al adolescente con esa madre o ese padre. El psicoanálisis tiene que darle la palabra al paciente.
–Los estereotipos que pesan sobre las mujeres: la depresiva, la loca, la malvada, la que si está de mal humor es porque no tiene sexo o porque está indispuesta. Cuando un país tiene una presidenta mujer como el nuestro se ven todos ellos juntos.
–Sí, y aun con una presidenta mujer, el cambio es muy lento. Y hay una contraofensiva, una reacción contra eso. Los femicidios son producto de la violencia de toda la vida contra las mujeres pero también de la rabia que provoca que las mujeres empiecen a hablar y a decir “los hombres no nos importan” y que haya una ley, como en Costa Rica, que habilita a la policía a que se lleven preso a un tipo si la mujer llama porque él la agrede. Por otro lado, muchos hombres están profundamente dañados porque ya no pueden ser los proveedores de antes, entonces la mujer también banca la casa... y eso es una tragedia para ellos. Está muy dañada la masculinidad, entonces eso provoca violencia. Nosotras venimos ganando pero ellos están perdiendo; podrían ganar pero no se dan cuenta.
Por Flor MonfortFuente: Página/12