Viviana Fernández García nació en Villalba (Lugo) en 1980. En 1998 se trasladó a vivir a Madrid, donde se licenció en Periodismo en la Universidad San Pablo CEU y en Traducción en la Universidad Pontificia de Comillas. Tras especializarse en Interpretación y obtener también el título de Traductor Jurado de inglés-español, en 2006 cambió la capital de España por Haití. Allí trabajó como consultora de comunicación para Unicef y como profesora de poesía española del siglo XX en la Universidad de Haití. Después de residir en Luxemburgo, donde trabajó para la Embajada española ante la Unión Europea, actualmente vive en Ginebra y cursa un máster en márketing digital en el Instituto de Empresa. Casada y madre de un niño de casi tres años, el pasado mes de octubre presentó su primera novela, Taradas.
-¿Cuándo supiste que querías ser escritora?
-Desde siempre me gustó leer, escribir e inventar historias, evadirme y tergiversar la realidad, pero fue después de publicar Taradas cuando me he planteado hacerlo profesionalmente.
-¿Qué motivos te empujaron a escribir?
-Ambición, inconformismo con la rutina, pulsión por la fantasía, diversión.
-¿Dónde buscas y encuentras la inspiración?
-En mí y en la gente que conozco, en mi vida onírica, en el cine, la música y la literatura.
-¿Eres maniática a la hora de escribir: lo haces siempre a la misma hora, el mismo sitio, sigues algún tipo de ritual o por el contrario te dejas llevar por la inspiración, estés donde estés?
-Soy caótica pero en general me gusta escribir cuando estoy sola, en silencio y triste o por lo menos tranquila. La alegría me desconcentra. Si la inspiración me coge lejos del ordenador, me apunto mis ideas en un papel.
-¿Cómo definirías Taradas?
-Es una novela sincera, fresca, lírica pero sin pretensiones. Una novela experimental, imprevisible y moderna.
-¿Hay algo autobiográfico en la novela?
-Los lugares que sirven de escenario, los estados de ánimo de las protagonistas, la libertad moral y algunos de los rasgos de los personajes.
-¿Conoces a muchas mujeres como Carla, Virginia, Esther y Silvia?
-Sí, parecidas. Pero también conozco muchos otros perfiles de mujeres que no aparecen en el libro.
-¿En quién te has inspirado para crear estos cuatro personajes?
-Todo es ficción, pero el cigoto de la inspiración se engendró en mi círculo de amistades y conocidos. La gestación ocurrió en mi imaginario.
-¿Cuál de las cuatro protagonistas de la novela es tu favorita?
-Todas son especiales y únicas, pero creo que Virginia y Silvia gustan más a los lectores.
-¿Por qué?
-Porque son más fáciles de comprender y de querer. Sus defectos atentan contra ellas mismas y no contra los demás.
-¿Te sientes identificada con alguna de ellas?
-Un poco con Virginia, pero insisto en que todo es ficción.
-¿Qué es lo mejor y lo peor que te han dicho sobre Taradas?
-Lo peor, que es una novela juvenil y femenina, lo mejor, que sería una gran película, que engancha desde la primera página, que los personajes son de carne y hueso.
-¿Qué les dirías a las personas que tachan a Taradas de una novela sobre mujeres y para mujeres, una obra feminista y, además, superficial?
-Que es una obra sobre mujeres pero no por ello para mujeres exclusivamente. ¿Es acaso Lolita una obra para pederastas? ¿Es Trainspotting una obra para drogadictos o Madame Bovary una novela para mujeres adúlteras? Las mujeres no somos una fracción marginal de la sociedad. El feminismo no encaja. Para mis protagonistas el feminismo es algo antiguo, ya está superado y asumido, es una batalla ganada. Sobre la frivolidad diría que los dramas de la juventud están sumergidos en preocupaciones más frívolas, como la imagen o la popularidad. La vida está llena de momentos superficiales. Lo importante es lo que queda, el poso. Y mi novela, creo yo, precipita y deja poso, como el vino.
-¿En qué estás trabajando ahora?
-En una novela más tradicional y más pretenciosa que Taradas.
-¿Qué buscas con una novela tan intensa, desinhibida y sin prejuicios como Taradas: provocar, escandalizar, ofrecer una lección moral, mostrar lo perjudicial que puede llegar a ser el amor, el sexo, la noche, el alcohol o las drogas, o cualquier otra cosa?
-No buscaba nada en concreto, solo estimular al lector con una novela sincera y divertida, evitar los estereotipos.
-En el libro las protagonistas recorren los restaurantes, los bares, las discotecas, las cafeterías de Madrid de día y, sobre todo, de noche. ¿Tú también exprimiste la ciudad tan intensamente mientras vivías en ella?
-Creo que sí, o por lo menos lo intenté. Madrid tiene muchas caras por descubrir.
-¿Por qué decidiste marcharte a Haití?
-Destinaron a mi marido a trabajar allí.
-¿Cómo fue tu estancia en aquel país?
-Extraña, intensa, absurda y a la vez profunda. Necesito una novela para explicarlo.
-Después de Haití has vivido en Luxemburgo y desde hace menos de un mes resides en Ginebra. ¿Te gustaría volver a vivir en España en algún momento?
-Sí, volveré y estoy deseando vivir en Madrid. Estoy enamorada de esa ciudad.
-En la novela incluyes poemas tuyos. ¿Tienes pensado publicar un libro de poesía en el futuro?
-Escribía poesía en mi infancia y en mi adolescencia. Ahora prefiero escribir novela, siempre hay sitio para la poesía en la novela pero no al revés. Para algunas ideas la poesía es demasiado breve y abstracta.
-¿Por qué es Francisco Umbral tu escritor favorito y su novela, Mortal y rosa, tu novela preferida?
-Me parece un escritor brutal. El más lírico, el más soez, el más sincero. Sus novelas no giran en torno a la acción sino entorno a la psicología de los personajes. No abusa de descripciones irrelevantes o carentes de interés. Mortal y rosa habla además del dolor de perder un hijo. No imagino un argumento más sólido.
-¿Qué quieres expresar al incluir en la novela también las historias de los padres y hermanos de las protagonistas?
-Que no se puede entender la personalidad de un personaje sin conocer su pasado, de dónde viene, quién es en su familia. Todos desempeñamos un rol en nuestra familia, el incomprendido, el juerguista, el tirano, el responsable, el simpático, el raro. Esa etiqueta es una cruz que no nos quitamos de encima nunca. Nuestros padres nos influyen y nos condicionan incluso cuando nos revelamos contra nuestra herencia cultural y genética. Es una batalla perdida.
-El final de la novela es impactante, inesperado, intenso y, ante todo, duro, cruel, injusto. ¿Es una moraleja o realmente eres tan pesimista?
-Taradas no tiene moralejas, o al menos eso he intentado. Creo que el mundo es duro, cruel, injusto pero no soy pesimista, soy más bien dramática. La vida real tiene muy pocos finales felices. La felicidad no era el final más coherente para todas mis protagonistas pero sí para algunas de ellas.
-¿Todos estamos tarados y somos defectuosos?
-Yo creo que sí. La gente muy normal me aburre y me asusta bastante. Me gusta la gente peculiar. Estimula mi imaginación.