«El 23 de mayo, en el blog Las Lecturas de Guillermo publicamos la reseña de La última cabaña. No podía faltar la entrevista y un vídeo de su autora, Yolanda Regidor. Espero que la disfruten.»
Entrevista realizada por Maudy Ventosa.
Literatura magnífica, profunda, desasosegante.
Encierra mucho dolor, mucho desamor.
Maudy.- ¿Se vacía también la autora después de una escritura tan intensa?
Yolanda.-Sí, un poco sucede eso. Hay gente que piensa que escribir sobre algo es hacerlo inmortal. No; para mí, como para el Escolta, es todo lo contrario: cada párrafo es un demonio desnudo que combustiona con la luz. Y cuando acabas de escribir una novela, crees que el exorcismo ha terminado, pero luego siempre aparecen otros.
M.- ¿La memoria juzga?
Y.- La memoria no, sino la conciencia. La conciencia es la que nos hace recordar lo que hemos hecho mal. Hay personas con muy buena memoria, pero sin escrúpulo alguno. Y lo que sucede es que la gente con una idea elevada de la honestidad generalmente tiene un exceso de memoria.
M.- ¿Cómo se supera el desamor y el rechazo de una madre?
Y.– Es muy difícil superar el rechazo materno, porque el desapego es algo que marca y se extiende en el tiempo, como una sombra que va oscureciendo las relaciones futuras y que hace que la persona se sienta siempre como un intruso en el mundo. Esa falta de autoestima suele llevarle al desamor. Y ese desamor solo se supera con voluntad para decidir inteligentemente acerca de la propia vida.
M.– ¿El sentimiento de culpa, de no estar a la altura, la baja autoestima, necesita actos heroicos?
Y.- La persona que se siente así tiende siempre a dar gusto, y sí, a ser un héroe aguantando lo insoportable con tal de pertenecer, de ser acogido, amado.
M.-¿Alguna vez se pierde el miedo a la soledad?
Y.– Creo que no es posible. Es recurrente eso de “querer morir acompañado de los míos”. Evitar el dolor es algo instintivo y, aunque si lo piensas, es un acto bastante egoísta, no podemos deshacernos de ese miedo porque va en nuestra naturaleza. Tanto es así, que es frecuente que, cuando las personas no pueden superar esa soledad, decidan acabar con su vida, terminar radicalmente con ese miedo.
M.- ¿Se añora lo que no tuviste?
Y.- Es normal resentirse por las ausencias: de personas, de afecto, de necesidades básicas… Y es difícil asumir esas pérdidas, aceptar que no se vuelve a nacer.
M.- La escritura es terapéutica porque expresas lo que no puedes decir con palabras. ¿Hay límites para uno mismo?
Y.- Sí; en mi caso, cuando escribo no le doy vida a nada, sino que lo remato. Por eso, hay cosas que no toco, porque son intocables o porque aún no les ha llegado su hora.
M.-Crecer sin roles positivos -padre- y con rechazo materno puede convertir a una persona en un monstruo ¿cómo se salva El Ilustrado?
Y.- No se convierte en un monstruo porque nace con una conciencia elevada; es un chico sensible que se educa leyendo.
M.– ¿Es peligroso dejarse llevar por la melancolía?
Y.- Mucho. La gente no suele ser consciente de ello hasta que es demasiado tarde, porque la melancolía siempre aparece suave, cálida, bella como la lluvia tras el cristal…, pero es una tela de araña.
M.- ¿Es el masoquismo una forma de supervivencia?
Y.- Sí; ante el sufrimiento reiterado, el cerebro puede defenderse buscado placer donde en principio no lo hay.
M.– ¿El sufrimiento forma parte de la dicha?
Y.– No tiene por qué. Lo que ocurre es que no solemos ser conscientes de la dicha sin parte de sufrimiento o, mejor dicho, esa idea es una manera de consuelo ante el dolor.
M.-¿La culpa no soporta los amores…
Y.- Limpios de polvo y paja. La culpa siempre busca amores sucios, violentos, hacernos sentir mal. Lo necesita para sobrevivir.
M.- ¿No existe la bondad innata? La inocencia de la infancia es mentira…
Y.- La inocencia solo es debilidad e ignorancia. Un niño con la fuerza y los conocimientos de un adulto sería un monstruo, porque además tendría la falta de experiencia social.
M.- ¿Llegamos a vender nuestra alma por una caricia?
Y.– El contacto humano es básico para la vida. Si no se tiene se produce lo que se llama “hambre de la piel”, que es una sensación igual de dolorosa que el hambre de alimentos. La persona que no lo consigue se desequilibra, se hunde, o incluso puede buscarlo a la fuerza.
M.- ¿El egoísmo y la indecencia son tan necesarios a veces como la bondad?
Y.– Sí, el egoísmo es la base de la empatía. Si no temiésemos que nos pasara a nosotros, no seríamos compasivos. El miedo es el origen de todo, pero si algo bueno tiene evolucionar es que lo hemos olvidado, y eso nos permite sublimar el comportamiento piadoso sin tener en cuenta de dónde parte. Mejor así. Con la indecencia ocurre lo mismo: puede ser lo que lleve a algunas personas a no juzgar a otras que, en un momento de su vida, necesiten precisamente eso: no ser cuestionadas.
M.- ¿Cuánta más pena nos den los demás menos sentiremos por nosotros mismos?
Y.- Es parte de ese egoísmo del que hablaba.
M.- ¿Amor y miedo no se pueden desligar?
Y.- Es la misma cosa. Cuando amas, temes perder lo que amas. No hay amor sin miedo a la pérdida. Incluso cuando la otra persona no está y sigues amándola, temes perder su recuerdo.
M.- ¿La maldad no tiene límites, es universal, infinita y eterna…?
Y.– Es así desde que estamos en el mundo. Nunca sabes dónde va a brotar ni de parte de quién; siempre se puede superar, y estará con nosotros hasta que nos extingamos.
M.- ¿Se puede huir de uno mismo?
Y.- De dos formas: quitándose la vida, o a través de los demás. Cuando una persona no ve nada bueno en sí misma, es necesario que lo encuentre en otros, que ame las cualidades de otros seres y se reconstruya a partir de ellas.
M.- ¿Pasamos la vida echando de menos?
Y.– A veces incluso antes de la pérdida, sí.
M.- ¿El hogar es siempre una casa que sonríe?
Y.- Siempre. Cuando una casa te sonría, ese es tu hogar; tal vez tu última cabaña.
Como complemento pongo un vídeo en el que Yolanda Regidor nos habla de su novela La última cabaña.