Revista España
Entrevista al almadenense Guillermo Jiménez en el portal digital del Diario de Sevilla
Por MipuebloalmadenTras doce años en el Tribunal Constitucional, está felizmente reincorporado a lo que más le gusta: dar clases en la universidad de la que fue rector, y compartir con los alumnos el conocimiento reflexivo del ordenamiento jurídico. En vísperas del trigésimo tercer aniversario de la Carta Magna, subraya ciertas debilidades y fortalezas de nuestra sociedad.
NACIÓ en Almadén (Ciudad Real) en la Nochebuena de 1940 y es un sevillano adoptivo que llegó en 1956 para estudiar y desde hace 49 años es profesor de la Facultad de Derecho. Ha asumido este año la presidencia de la Corte de Arbitraje, que emana de la Cámara de Comercio de Sevilla.
Ha asumido responsabilidades tan diversas como ser decano de la Facultad de Económicas, rector de la Hispalense, rector de la Universidad Iberoamericana de La Rábida, presidente de Cruz Roja Sevilla, vicepresidente de la Fundación Focus, consejero de la Fundación Sevillana de Electricidad y vicepresidente de la Sociedad Estatal para la Expo 92.
En 1998 fue nombrado magistrado del Tribunal Constitucional (TC), donde le elegieron vicepresidente en 2004. Ha estado desempeñando tan alta responsabilidad tres años más del plazo legal estipulado por la incapacidad de PSOE y PP para pactar en el Parlamento la obligatoria renovación de miembros del TC. Un periodo de interinidad que ha sido para él muy duro por los continuos ataques políticos contra la independencia de una institución que debía dictaminar la constitucionalidad del nuevo Estatuto de Cataluña. Y a él le tocó en suerte elaborar la ponencia que puso punto final a años de deliberaciones, anulando importantes artículos del texto refrendado en sede parlamentaria y en referéndum.
-¿En su retorno a las clases ha recobrado el sosiego fuera de los focos de la política nacional?
-Durante toda mi vida, lo que más me ha gustado es ser profesor. He aprendido mucho de mis mejores alumnos, algunos ya son maestros del Derecho. Dando clases, los alumnos plantean problemas, obligan a racionalizar ideas que tienes en tu interior. Fui rector unos años y lo compaginé con seguir dando clases. Los cargos que he asumido como servidor público son accidentes en mi vida. Incluso los 12 años y 25 días que he estado en el TC. En enero de este año, a las 48 horas de cesar en el TC, ya estaba dando clases en la nueva Facultad de Derecho.
-No sólo ha cambiado el edificio, también los planes de estudio, hacia la convergencia europea.
-Lo fundamental es explicar y comprender el porqué del razonamiento jurídico para, ante los conflictos humanos, dar unas respuestas u otras. Ahora se potencia atender más en persona a los alumnos, pero yo lo he hecho siempre, y se mantiene el ambiente entre profesores y alumnado en el nuevo edificio, mientras la antigua Fábrica de Tabacos sigue manteniendo un valor simbólico importante para la Universidad como institución. Ahora los alumnos tienen más facilidades para acceder a la información gracias a los medios tecnológicos. Tienen menos cultura literaria que mi generación. Pero el ambiente sigue siendo el de personas que quieren aprender y otras que disfrutan enseñando. Yo todavía imparto en el último curso del viejo modelo de licenciatura. En las enseñanzas de Derecho, el llamado Plan Bolonia no se está aplicando en países esenciales como Italia, Francia y Alemania. Por lo tanto, de poco sirve que se potencie la movilidad y la equiparación con otros países europeos que, con todos mis respetos, no son el núcleo de la excelencia universitaria.
-De su etapa en el Tribunal Constitucional, ¿qué le ha satisfecho más y qué le ha dolido más?
-Lo que más me ha satisfecho es el haberme demostrado a mí mismo que puedo contribuir a solucionar problemas, y a profundizar en el Derecho Constitucional, que no era mi especialidad jurídica. He tratado con juristas de máximo nivel, con algunos he logrado una entrañable amistad, sin menoscabo de que en el TC se discuten hasta los puntos y las comas de cualquier resolución. Lo peor ha sido ver en los medios de información cómo se decía lo que yo iba a hacer. Pura invención porque decían cosas que, si fueran así, yo las sabría. Se mezcla la opinión con la información, y se confunde a los ciudadanos. Y cuando yo hacía lo que no habían pronosticado, me acusaban de traidor a la línea ideológica o al partido al que me habían etiquetado. Jamás he recibido presiones, ni a título personal ni desde un partido.
-Usted era tildado de magistrado conservador y cercano al PP.
-Ni estamos afiliados a una línea ideológica ni a un partido político. Mire, a uno de los grandes jueces del Tribunal Supremo de Estados Unidos, le preguntaron: "Si a ustedes les nombra el Partido Republicano es porque van a hacer lo que les digan quienes les han elegido". Y respondió: "Está usted muy equivocado. Los que nos nombran creen saber lo que vamos a decir, que es cosa muy distinta". Yo elaboro un dictamen que someto de antemano a cualquier otra opinión mejor fundada en Derecho. Yo estoy dispuesto a que me convenzan con mejores argumentos que los míos. Pero si no me dan mejores argumentos que los míos, pues no me van a convencer. En el Tribunal Constitucional, como me decía uno de sus miembros, "hay que discutir hasta que le duela a uno la boca". Tratar todos los temas hasta el fondo, y emitir fallos, porque la obligación fundamental de los jueces es resolver los asuntos que les han encomendado. Se ha desacreditado al TC, y eso es muy peligroso. Porque es un órgano implantado en todos los países europeos para garantizar los derechos, incluso frente al legislador, con el fin de evitar que las democracias sean anuladas por quienes ocupan el poder a través de las urnas, como hizo Hitler. Por eso existe la facultad de anular una ley aprobada por el Parlamento, refrendada por el jefe de Estado y publicada en el Boletín de las Cortes.
-¿Cambiaría algo de su funcionamiento?
-Es básico que mantenga el principio de que no se puede alterar el contenido de la Constitución sin reformarla previamente. Sí limitaría a un número más estricto de supuestos el derecho a ejercer el recurso de amparo ante el TC. Se implantó en la Transición para garantizar la consolidación de los derechos fundamentales. Al cabo de tantos años, y con tanta jurisprudencia, se debe cambiar ese mecanismo, fijando una sala de recursos de amparo en el Supremo, y sólo elevándolo al TC en casos muy especiales. Al TC llegan al año más de 12.000 recursos, es demasiado.
-Desde el País Vasco y Cataluña, los partidos nacionalistas, incluso desde el Gobierno autonómico, han querido condicionar la redacción de sus fallos y han animado al desacato.
-Y el TC no les ha hecho caso nunca a esas presiones. Le digo un caso en el que la presión fue extrema. Yo fui ponente en el recurso contra la ley del Parlamento vasco que favorecía una capacidad de soberanía claramente en contra de la Constitución. El lehendakari de entonces (Ibarretxe) amenazaba con un gravísimo y violento conflicto. Pues dictamos sentencia y no pasó absolutamente nada, y fue acatada. Así ha sido en todos los casos.
-¿Qué pensó del uso que se hizo de una foto suya en la barrera de la plaza de toros de Sevilla, junto a otros dos magistrados del TC, en vísperas de anunciarse el fallo sobre el Estatuto catalán?
-Me pareció simplemente ridícula porque si hubiésemos querido conspirar estábamos todos los días de la semana en el Tribunal, cada uno con despacho al lado de los otros. Los conspiradores no se ponen en mitad de una plaza pública para que les vean. Además, cada uno era tildado de una tendencia, uno conservador, otro progresista, y a mí que me calificaban de un modo o de otro según conviniera. Aquello no fue más que un día en el que fui a los toros, porque a mí me gustan, e invité a ambos.
-Este verano se ha efectuado una 'reforma exprés' de la Constitución para consagrar el control del gasto público. ¿Qué reformas propone usted?
-Lo importante es reafirmar la importancia de un amplio consenso sobre el que deben basarse los principales pactos. Para reformarla ha de seguir vivo ese espíritu de la Transición, que se forjó para pasar de un régimen autoritario a otro democrático. Añoro esa España en la que Fraga hacía de presentador de Carrillo para dar una conferencia. Así ocurrió en el Club Siglo XXI. Estaban juntos, convivían y compartían un proyecto en común políticos de tan diversa sensibilidad. Y la mayor parte de la población también estaba en esa línea de convivencia y no enfrentamientos.
-¿Se imagina ahora a Mayor Oreja presentando a Cayo Lara?
-Y a Lara presentando a Mayor. No me los imagino, pero sería muy bueno ir por ese camino.
-¿Reformaría las reglas del juego electoral?
-Es más fácil porque se trata de una ley orgánica. Del desequilibrio en la representatividad de los partidos en el Parlamento se le echa la culpa a la regla D'Hondt, y la clave está en basarse las elecciones españoles en distritos provinciales, pues los partidos nacionales que obtienen en su conjunto un millón de votos logran menos escaños que un partido regional con la cuarta parte de sufragios. Pero, ojo, todos los sistemas tienen sus inconvenientes. Los que en la Europa continental se basan en un reparto absolutamente proporcional, dieron lugar a gobiernos inestables y a la caída de las repúblicas francesa e italiana. Sin tocar la Constitución no se puede cambiar que la circunscripción electoral es la provincia. Insisto: para reformar el fruto de un consenso tan amplio como el de 1978, debe fraguarse otro consenso de semejante amplitud. Y más de la mitad de la población española actual no votó la Carta Magna porque no había nacido o no tenía la mayoría de edad.
-Se suceden las legislaturas y no se anula la prevalencia del varón en la sucesión dinástica.
-Porque forma parte del núcleo duro de la Constitución y obliga a los legisladores a disolver anticipadamente las Cámaras y convocar un referéndum. Ningún partido en el poder quiere hacerse ese harakiri. No creo que sea uno de los problemas que preocupe al pueblo, dando por sentado que en nuestra sociedad es mucho más asumible fijar el privilegio de la edad que el del sexo. Fíjense que en el artículo 14 de la Constitución se dice que están excluidas las diferencias por razón de nacimiento. Elegir como rey al primogénito también es un criterio de preferencia. ¿Y si el primero o primera en nacer no es el mejor de los hermanos?
Fuente: diariodesevilla.com