Revista Cultura y Ocio
-¿Le gustaba la novela negra, que de hecho correspondía a la época en la que creció?
He leído algo de Dashiell Hammett y de Raymond Chandler, pero francamente, no eran de mis preferidos. Cuando leía una novela policíaca, prefería que tratase directamente de crimen o de violencia. Aparte de Dos Passos y Dreiser, también aprecio bastante a Faulkner, así como a autores extranjeros. Malraux fue un shock, también Dostoievski. Éramos tres presos que realmente nos interesábamos por la literatura. Muchas veces comentábamos nuestras lecturas, intercambiándonos puntos de vista, nos dábamos a conocer mutuamente nuevos autores… Estaba aquel detenido, Carl Chessman, que esperaba su condena de muerte. Toda una leyenda dentro del mundo penitenciario. Estaba condenado por robo y violación. Pretendía ser inocente y yo le creía. Las cárceles estaban repletas de criminales sexuales: violadores, maltratadotes de niños… La mayoría pretende ser inocente, del tipo: "fue la chica quien me hizo una encerrona". En la cárcel, son unos parias. Los demás detenidos los odian, les escupen… En fin, Carl Chessman estaba en la antecámara de los condenados a muerte y nuestras celdas estaban adosadas. Podíamos hablar gracias a los conductos y nos hemos comunicado así, sin vernos jamás. Un día, debía ser en 1952 o 53, recibí una revista, y di con el primer capítulo de Cellule 2455, death row. ¡Era su autobiografía! ¡Para mí fue increíble, una revelación! Un preso podía escribir un libro y que se lo publicasen. Cellule 2455, death row se convirtió en un best-seller y Carl Chessman en una celebridad, pero finalmente lo ejecutaron en 1960.
-¿Cómo se puede tener energía y ganas de escribir en las condiciones de vida de un penitenciario?
Justamente porque me di cuenta de que ni estaba solo ni era el primero y que otros antes que yo también habían escrito en la cárcel y que algunos habían sido publicados. Cuando sabes esto, cambian tus perspectivas, te da energía y fe. Sabía que un día me publicarían. Y, ¿qué otra cosa podría hacer? El abanico de mis salidas no era muy amplio. El escribir, por otra parte, era una actividad sencilla y accesible, sólo necesitaba papel, un boli y una máquina de escribir que me había enviado Louise Wallis. Me encantaba escribir, era un verdadero placer, una manera formidable para matar el tiempo. Recuerdo que cuando estaba en Vacaville, el penitenciario psiquiátrico, me encerraron en una celda especial: el espacio era muy reducido, el suelo y las paredes eran de hormigón y el techo de cristal, así me podían vigilar desde arriba. Era terrible. Me dije: "Si quiero escribir un gran libro tendré que quedarme aquí toda la vida".
-Después de su primera estancia en la prisión de San Quintín disfrutó de unos meses de libertad, y luego le pillaron de nuevo y se tiró siete años en San Quintín y Folsom.
Fue un momento particularmente difícil de mi existencia. No pensaba que me iban a caer tantos años, ya que mi delito era relativamente menor. Se trataba de un caso de falsificaciones, había dinero en juego, pero ni violencia ni sangre. El informe pretendía que, en el momento de mi detención, había apuntado con un Mágnum 44 cargado. La verdad es que, cuando vinieron a detenerme, intenté huir y me encontré atrapado en otra habitación donde había una pistola que estaba descargada, aunque yo no lo sabía… Luego, te echan un expediente exagerado del cual no sabes ni el contenido… Cuando salí de este segundo encarcelamiento, ya no conocía a nadie. Louise Wallis había muerto. Estaba realmente en la calle. Entre mis dos períodos en la sombra había vuelto a ver a la Sra. Wallis, pero se había vuelto más o menos loca: depresión nerviosa, problemas familiares. Entonces comprendí que tanto dentro como fuera estás encerrado. Dentro, está claro, permaneces en la cárcel. Pero fuera, has cumplido los treinta, ya no tienes ningún título, ni relaciones, ni familia y pocas oportunidades para conseguir un empleo porque eres un ex-presidiario. Sólo me quedaban dos soluciones: o escribir o robar. Eran las dos únicas actividades que dominaba para obtener algo en este mundo. En el cristianismo, existe la idea de redención. Es una bonita, pero en la realidad, llevas tus heridas para siempre. Por mucho que desees la redención, no llega así como así. Aunque no me siento tan estigmatizado como un tío de clase media que se hunde y aterriza en la cárcel. Yo por lo menos, tengo la satisfacción de haber arrancado desde el fondo del abismo y haber logrado salir por mí mismo. El tío que cae con cuarenta años está acabado, nunca podrá salir. En este país, puedes hacer lo que quieras mientras no te pillen. El fallo no está en quebrantar la ley, sino en que te cojan. Pienso en los criminales de guante blanco, en los peces gordos que delinquen la ley cada día, pero a los que protegen sus relaciones, su poder, su fachada moral…
Tercera parte de la entrevista con Edward Bunker realizada por Sergio Ramón Zárate y publicada en el número 4 de "Los Inrockuptibles", mayo de 1992.