Olloqui nació en Madrid cuando elpunkestaba a punto de explotar. Se crio en unaciudad dormitoriode la capital—Móstoles por más señas—, «el sitio más mediocre del planeta tierra», según sus palabras. Para escapar de ese ambiente, desde muy joven comenzó a escribir, componer canciones, dibujar comics y atiborrarse de programas dobles en el cine del barrio.¡Malditos terrícolas! (Ilarión, 2013) es su primera novela.
Texto: David G. Panadero Imágenes cedidas por el entrevistado
El mejor amigo del hombre, el robot
Desde adolescente has tocado en grupos musicales como Ill Planet, Bishop, después Criaturas Celestiales… Tras un parón, Moscú, Igor Spengler, nO! También has dibujado cómic —recuerdo con especial simpatía las aventuras de Max Turbo en la noche madrileña—, has escrito manuscritos inconclusos como Kryptonita para cenar… Y ahora te pones de tiros largos con ¡Malditos terrícolas! ¿Qué te hace sentir mejor, un concierto en el Café La Palma, una firma de ejemplares de tu novela en la feria del libro…?
Cuando los extraterrestres llegan a Madrid...
Esto es como si te preguntan que a quién quieres más, si a papá o a mamá, así que contestaré con una obviedad: cada cosa tiene su encanto. No puedo decantarme por algo en particular. Soy un culo inquieto. Tengo una irritante tendencia a aburrirme de hacer siempre lo mismo, así que voy alternando. Sin embargo tengo que decir que en la escritura he encontrado, curiosamente, seguridad y tranquilidad. Para alguien tan aprensivo como yo, poder reescribir una y otra vez un párrafo o un capítulo, hace que me sienta menos inseguro. Otra cosa buena de la literatura es que el límite es tu imaginación. Si compongo una canción, y digo “Joder, que bien quedarían aquí unos arreglos de orquesta filarmónica y coro”, y luego no hay ni orquesta ni coro, pues no hay manera de hacerlo. Sin embargo, si se me ocurre una historia en la que cien mil tanques nazis persiguen al Camarlengo del Papa, solo tengo que escribirlo: “Cien mil tanques nazis intentaban abatir al Camarlengo del Papa que, heroicamente, resistía entre los humeantes escombros de lo que, hasta unos días antes, había sido la ciudad del Vaticano”. Se me puede ir la olla a criterio, y eso es altamente reconfortante.Define en pocas palabras, para los lectores, ¡Malditos terrícolas! ¿Qué se encontrarán cuando empiecen a leerte?
¿Sabéis esas clásicas historias en las que hay una invasión alienígena, y el protagonista acaba sacando lo mejor de sí mismo para sobrevivir y convertirse en un héroe? Bueno, pues esta NO es una de esas historias. ¡Malditos terrícolas! es una novela de humor y marcianos sin pretensiones, y como tal, da exactamente lo que promete: diversión.
Desde que era comiquero, Olloqui tenía buen trato con los extraterrestres
Da la impresión de que, de alguna manera, vas a contracorriente. Ahora que los nuevos escritores de fantasía suelen escribir fan fiction —historias apócrifas de, pongamos por caso, Harry Potter— tú sigues el camino contrario: tomar la idea central de Ultimátum a la tierra o La guerra de los mundos, y trasladarla a Madrid, asimilando todas las características de esta ciudad. “Sus habitantes, con poco talento y menos heroísmo…”
¡Malditos terrícolas! es una parodia, y como tal, solo tiene sentido si es fiel al material parodiado. Tuve mucho cuidado en seguir la estructura de historias como La guerra de los mundos. Revisé algunas de estas películas de género —porque creo que el cine es el medio de transmisión de historias más asequible y popular de nuestros días—, y me di cuenta de que parecen hechas con plantilla, con lo que se acaban convirtiendo en parodias en sí mismas: el, o los protagonistas, tienen una vida llena de problemas en su pequeño microcosmos, pero tienen que olvidar sus miserias cotidianas cuando llegan los marcianos y ponen el planeta patas arriba. Esto les obliga a convertirse en héroes, y al final la aventura se convierte en un viaje de superación personal, donde ese protagonista se transforma en alguien mejor. Subvertir esto resultaba muy tentador: trasladar la acción a Madrid, y que en vez de rascacielos de Nueva York cayera la Torre de Madrid; que los personajes fueran una catástrofe carentes de cualquier atisbo de heroísmo; que los poderes públicos, en lugar de encabezar una resistencia, huyeran como ratas; que los militares fueran cobardes… Todas estas ideas están usadas en la novela con un fin humorístico, pero estoy seguro de que, si realmente la tierra fuera atacada por alienígenas, lo que ocurriría se acabaría pareciendo más a ¡Malditos terrícolas! que a Independance Day, por ejemplo.
¡En esta novela tenía que destruir lugares emblemáticos de Madrid!
No
fue algo premeditado, pero en mi primera novela acabé utilizando el género
negro para contarme, para contar mis dificultades, mis experiencias… Me refiero
a Los viejos papeles, en la que,
abordando un crimen no resuelto en la
España de los 60 —ficticio, claro está—, acabé hablando de la
muerte de mi madre, de mi amistad con el desaparecido Carlos Pérez Merinero y
de mi —¿definitivo?— salto a la madurez. Por aquel entonces, nuestro amigo
común Fernando Cámara debutó también como novelista con NecróParis, una novela de terror que cuenta, en clave de
alucinación, su situación, sus miedos, sus incertidumbres dentro de la pareja…
¿Hasta qué punto ¡Malditos terrícolas!,
otra novela de debut, te cuenta?
Lo más habitual en una primera novela
es que uno se retrate en el personaje principal. Sin embargo, el protagonista
de ¡Malditos terrícolas! solo tiene
tres cosas en común conmigo: está en la cuarentena, es (o fue) batería de un
grupo, y nadie sabe pronunciar bien su apellido. Ahí se acaban las similitudes
entre Iván Uturría y yo. De forma deliberada dibujé al personaje con una
personalidad completamente opuesta a la mía. Ahora bien, si obviamos el
personaje principal, el resto de la novela es como darse un paseo por mis
filias y mis fobias. Está Madrid, mi ciudad; está mi desordenado amor por la
música pop, sin atender a criterios estéticos o de calidad; está mi obsesión
por las películas de marcianos serie B de los 50; está la manera de hablar de
la gente que me rodea, usando tres palabrotas por cada dos palabras…
Muchas de las peripecias que viven los
personajes están inspiradas en cosas que me han pasado o que me han contado.
Por ejemplo, yo conocí realmente a un musulmán que tenía miedo de practicar
sexo oral porque pensaba que eso le podía conducir a la homosexualidad. O la
historia del tipo que pilló a su mujer en la cama con su amante, y tiró al
amante por la ventana, es real: le ocurrió a un tío que trabajó una vez conmigo.
De hecho la historia completa es infinitamente más divertida y absurda. Incluso
el infausto final del perro Mercadona (cosa que algunos lectores me han
afeado), tiene su explicación: cuando tenía 8 años, un perro me mordió, y desde
entonces he desarrollado un miedo atroz e irracional por los perros que, a día
de hoy, perdura. Así que podemos decir que, con esta, novela, he ajustado
cuentas con los canes, entre otras cosas.
Por
lo que conozco de tu escritura, pareces inseparable de Madrid y su extrarradio.
¿Te verías escribiendo sobre cosas que pasaran en otra ciudad, en otro país…?
Invocando a los extraterrestres con su batería
En realidad esta novela podría haberse desarrollado en cualquier parte. Podría haber contado cómo se vive la invasión en una aldea de Cantabria, por ejemplo. Pero las ideas suelen surgir de la manera más absurda, a veces como una frase suelta o como la secuencia de una película que vieras de forma aislada. Y así surgió la idea de esta novela: paseaba con la señora Spengler —mi chica— por la plaza de Oriente, y se me ocurrió que, si los extraterrestres descendieran sobre Madrid y lo destruyeran todo, una de las cosas que volarían por los aires serían las extrañas estatuas de los reyes godos de exóticos nombres que adornan la plaza. Fue como si pudiera ver una foto: las cabezas de los reyes godos rodando por la calzada y haciendo caer a la gente que huye. A partir de esa imagen, lo demás fue apareciendo prácticamente solo. Esta novela es, pues, madrileña en su germen, pero también en su concepto: en las películas norteamericanas hemos visto miles de veces como los alienígenas destruyen la Casa Blanca, la Estatua de la Libertad, y otro sinfín de monumentos que, a fuerza de verlos en pantalla, nos resultan altamente familiares. Por eso, en esta novela se tenían que destruir lugares emblemáticos de Madrid, para invocar ese sentimiento de familiaridad en el lector, pero también para seguir el esquema de las historias clásicas de invasiones. Debido a eso, vamos a pasearnos por algunos barrios donde viven los protagonistas (Carabanchel, Usera), pero también tendremos la oportunidad de visitar el Madrid de postal, donde los invasores hacen de las suyas. Respondiendo (ahora sí), a tu pregunta, admito que Madrid da mucho juego, y es un escenario idóneo para prácticamente cualquier género. Además, es el sitio donde he vivido casi siempre, así que es lógico que, cuando una idea nace en mi cabeza, haya una alta probabilidad de que esa historia transcurra en Madrid. Ahora bien, te puedo adelantar que estoy trabajando en una nueva historia que comienza en Madrid pero, que en la página 10, cambia de escenario de forma radical e irreversible.Hablando en plata, Olloqui, ¿te sientes más cercano a Arthur C. Clarke o a Mel Brooks? ¿Isaac Asimov o los bolsilibros de Bruguera —Desterrados de la galaxia, de Clark Carrados; La casa del frío eterno, de Silver Kane; un larguísimo etcétera—? Creo que cuando escribes una novela de género, hay ciertas referencias que no puedes obviar, porque están latentes, y se manifiestan, aunque sea de manera indirecta. Me encantan las pajas mentales de Philip K. Dick, o autores clásicos como H.G. Wells —como es lógico, La guerra de los mundos es el referente en el que mirarse para cualquier historia de invasiones alienígenas—, o Edgar Rice Burroughs con sus epopeyas marcianas. También disfruto de Ray Bradbury, Jack Vance o Robert Silverberg. Pero ¡Malditos terrícolas! está más cerca de un Fredric Brown en ¡Marciano, vete a casa!, de un Cristopher Moore en La comedia del diablo, o de un Eduardo Mendoza en El misterio de la cripta embrujada. Lo siento mucho por los fans de Arthur C. Clarke, pero aquí van a encontrar mucho cachondeo y poca —o ninguna— sesuda reflexión patafísica.
"Vivo en Móstoles y eso explica gran parte de mis fracasos" (de su inconcluso libro de memorias)
Es el momento de que añadas lo que quieras. Yo, y como yo, seguro que algunos más, seguiré con mucho interés este ¡Malditos terrícolas! Con suerte, al final nos invaden y todo…
Pues me gustaría comentar un par de cosas para terminar: la primera tiene que ver con algo que me contaste tú mismo, editor de esta noble publicación. Por lo visto presentabais un número de Prótesis en una de las tiendas de La Casa del Libro de Madrid, y uno de los asistentes a la presentación, en el turno de preguntas, te pidió que aclararas si Olloqui existía de verdad. Según este amable lector, le parecía imposible que alguien pudiera escribir tantas tonterías juntas, una detrás de otra, así que había desarrollado la teoría de que Olloqui en realidad no existía, y era una broma de los redactores de Prótesis, que hacían una especie de concurso a ver quién escribía el artículo más disparatado, y que se acababa firmando con ese seudónimo. Pues bien, quiero hacer un llamamiento a este caballero: si usted lee estas líneas, con mucho gusto dejaré que me invite a merendar cualquier tarde, para que pueda comprobar de primera mano que, en efecto soy de carne y hueso, así como el autor de El cowboy japonés, la sección con la que colaboro en esta prestigiosa publicación.
La segunda cosa que quiero decirles es que la otra tarde estuve en la Feria del Libro de Madrid, firmando ejemplares y charlando con algunas personas que tuvieron la amabilidad de acercarse. Casualmente, pusieron mi novela al lado de Inferno, el último trabajo de Dan Brown. Pude entonces comprobar que su grosor es aproximadamente cuatro veces el de mi novela. Por eso, les animo a que adquieran ¡Malditos terrícolas!: tardaran ustedes en leerla la cuarta parte que la de Dan Brown, pero encontrarán en su interior exactamente el mismo número de idioteces. ¡Malditos terrícolas! Ilarión, 2013
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