Sí. El niño pierde la inmunidad pasiva proporcionada por la madre durante el embarazo y la lactancia materna y tiene que madurar la suya propia en los primeros años de la vida. Se estima que un niño sano suele tener al año entre 6-10 infecciones respiratorias, hasta 6 episodios de otitis y 2-3 de gastroenteritis. La frecuencia de infecciones suele ser mayor en los meses invernales, en los niños que están recluidos en sitios cerrados como guarderías o colegios (los juguetes, mesas y otros utensilios actúan como transmisores) y en los bebés que tienen hermanos escolarizados. Las diarreas, en contra de lo que se cree, también son más frecuentes en invierno y sus causas pueden ser múltiples, aunque lo más frecuente es que sea de naturaleza infecciosa generalmente vírica.
Nuestro organismo está preparado para enfrentarse a las infecciones pero no tiene más remedio que crear sus propias defensas a base de ponerse en contacto con microorganismos. Hay más de 200 virus que pueden producir resfriado y hasta que no ha pasado unos 50 no empieza a estar inmunizado. Hacia los 3-6 años se deja de tener infecciones frecuentes. La mayoría de los niños son “sanos pero con mala suerte” término poco conocido pero que refleja la realidad; pasan por un periodo de la vida “frecuentemente enfermos” pero sin consecuencias importantes