Creyó que ser pintor era su destino y se esforzó por serlo hasta los 22 años. Fue entonces cuando Orhan Pamuk cambió el pincel por la máquina de escribir. Ganamos un Nobel. Si llegó pronto para él, a los 54 años, llegó muy tarde para Turquía. Pamuk, el escritor de Estambul para las reseñas de solapa, cree que, como el mundo, todas las novelas tienen un centro, aunque a veces el propio autor lo ignore. Al fin y al cabo, defiende Pamuk, escribir es descubrir.
“Un escritor es alguien que pasa años intentando, pacientemente, descubrir al otro ser que hay dentro suyo y al mundo que lo hace ser quien es”, leyó Pamuk en su discurso de aceptación del Nobel, un hermoso recuerdo de la vocación frustrada de escritor de su padre. Dedicó diez años a planificar la escritura de su novela ‘El Museo de la Inocencia’ y cuatro a escribirla. Acumuló tantos objetos para levantar su museo de palabras que con el dinero del Nobel creó un museo real, el más original de una ciudad única.
Profesor en la Universidad de Columbia, en el curso 2009-2010 fue el escritor invitado en las prestigiosas conferencias Norton de Harvard. Agrupadas bajo el título de ‘El novelista ingenuo y el sentimental’, sus charlas muestran su visión de la literatura, su relación con sus personajes y sus lectores, su concepto de la novela. Y, lo más importante, intentan mostrar cómo trabajan los novelistas, cómo escribe él. Aquí va un resumen mínimo, ordenado como una entrevista ficticia.
CUADERNO DE ROBOS (XVII): una entrevista ficticia a Orhan Pamuk
¿Qué relación encuentra entre pintar y escribir, entre leer y mirar?
Escribir una novela significa pintar con palabras, y leer una novela significa visualizar imágenes a través de las palabras de otra persona (…) Las novelas son, en esencia, ficciones literarias visuales. Una novela ejerce su influencia en nosotros, en general, apelando a nuestra inteligencia visual, a nuestra capacidad para ver cosas en nuestra mente y convertir las palabras en imágenes mentales (…) Tolstói no describe los sentimientos de Anna durante el trayecto en tren hasta San Petersburgo. En lugar de eso, pinta una serie de imágenes que nos ayudan a sentir estas emociones: la nieve que se ve por la ventana de la izquierda, la actividad del compartimento, el frío, etcétera (…) Al final, acabamos amando ciertas novelas porque hemos invertido un gran esfuerzo imaginativo en ellas.
En los cuadros siempre hay un núcleo esencial, un centro… que muchas veces no está precisamente en el centro. ¿También en las novelas?
El centro de una novela es una opinión o una idea perspicaz sobre la vida, un punto de misterio arraigado en lo más profundo, ya sea real o imaginario. Los novelistas escriben para investigar este tema, para descubrir sus implicaciones, y somos conscientes de que las novelas se leen con ese mismo espíritu (…) Nunca olvidaré las novelas que leí entre lo veinte y los treinta años, en las que buscaba con frenesí su centro, como si fuera una cuestión de vida o muerte. No solo porque buscaba el significado e la vida, sino también porque estaba forjando y puliendo mi visión del mundo, mi sensibilidad ética, utilizando la perspectiva que encontré en novelas de maestros como Tolstói, Stendhal, Proust, Mann, Dostoievski y Woolf.
En ese paisaje pintado con palabras usted reivindica la importancia de los objetos que están, digamos, mucho más vivos que en un cuadro.
Las novelas son segundas vidas (…) Diversos sonidos, palabras, coloquialismos, olores, imágenes, sabores, objetos y colores se recuerdan solo porque los novelistas los observan y toman nota de ellos con gran cuidado en sus escritos. Cuando nos encontramos ante un objeto o un cuadro en un museo, solo nos queda deducir, con ayuda del catálogo, el modo en que la obra encajaba en las vidas, las historias y la cosmovisión de la gente; sin embargo, en una novela, las imágenes, los objetos, las conversaciones, los olores, las historias, las opiniones y las sensaciones se describen y conservan como una parte integral de la vida cotidiana de la época en que transcurre la acción (…) Balzac fue el primer escritor que incorporó el apetito social y personal por objetos y baratijas en el paisaje de sus novelas (…) Para Balzac, describir objetos e interiores era una forma de permitir que el lector dedujera la categoría social y el carácter de los protagonistas de la novela, del mismo modo en que un detective podía seguir pistas para descubrir la identidad de un criminal.
Así que los objetos reales le sirven para mostrar la vida de sus dueños ficticios…
Escribí ‘El Museo de la Inocencia’ buscando, estudiando y describiendo objetos que me inspiraban (…) tomé la decisión de dar a mis personajes muchos de mis propios atributos, o los de mi madre, mi padre y mis familiares; de modo que escogí varios objetos que amaba y recordaba, y los dispuse frente a mí. A continuación los describí de forma muy detallada y los convertí en parte de mi novela (…) visitaba de forma habitual las tiendas de objetos de segunda mano, los mercadillos y las casas de conocidos que nunca se deshacían de nada. Buscaba objetos que pudieran haber sido utilizados por la familia ficticia que me imaginé que había vivido en esa casa antigua (la sede de su Museo de la Inocencia) desde 1975 a 1984, y que constituían el centro de mi novela. Mi estudio empezó a llenarse de frascos de medicinas, bolsas de botones, billetes de lotería, naipes, ropa y utensilios de cocina.
¿E imaginaba escenas, historias, a partir de estos objetos?
Tenía la intención de utilizarlos en mi novela e imaginaba situaciones, momentos y escenas adecuadas para estos objetos, muchos de los cuales (como un rallador de membrillo) los había comprado en un impulso. En una ocasión, mientras curioseaba en una tienda de segunda mano, encontré un vestido de una tela muy brillante con rosas naranjas y hojas verdes, y decidí que era el adecuado para Füsun, la heroína de mi novela. Con el vestido ante mí, procedí a escribir los detalles de una escena en la que Füsun está aprendiendo a conducir mientras lleva ese vestido.
Y todos acabaron en un museo real…
Cuando acabé el libro, en 2008, mi estudio y mi piso estaban abarrotados de objetos y decidí crear una versión real del Museo de la Inocencia descrito en la novela (…) como ya no puedo escribir únicamente por placer, tal vez por eso esté creando un museo con el único fin de lograr mi propia felicidad.
Bueno, si todos los escritores hicieran lo mismo, ¡tendríamos miles de museos! Esa imposibilidad de escribir “únicamente por placer”, ¿tiene que ver con esa distinción de Schiller que le gusta tanto entre novelistas ingenuos y sentimentales?
En ‘Sobre poesía ingenua y poesía sentimental’ (…) descrita por Thomas Mann como “el ensayo más hermoso escrito jamás en alemán”, Schiller divide a los poetas en dos grupos: los ingenuos y los sentimentales. Los poetas ingenuos forman un todo con la naturaleza; de hecho, son como la naturaleza, clamados, crueles y sabios. Escriben poesía de forma espontánea, casi sin pensar, sin molestarse en tener en cuenta las consecuencias intelectuales o éticas de sus palabras y sin reparar en lo que pueden decir los demás (…) Por el contrario, el poeta ‘sentimental’ (emotivo, reflexivo) es un ser inquieto, sobre todo, en un aspecto: no está seguro de que sus palabras vayan a abarcar la realidad, de que lo consigan, de que sus palabras vayan a transmitir el significado que pretende darles. De modo que es sobremanera consciente del poema que escribe, de los métodos y técnicas que utiliza y de lo artificioso de su esfuerzo. El poeta ingenuo no diferencia mucho entre su percepción del mundo y el mundo en sí. Pero el poeta moderno y sentimental-reflexivo cuestiona todo aquello que percibe, incluso sus propios sentidos. Y le preocupan los principios educativos, éticos e intelectuales cuando plasma sus ideas en versos.
Pregunta inevitable. Señor Pamuk, ¿es usted un novelista ingenuo o sentimental?
Me gustaría hacer hincapié en que, para mí, el estado ideal es aquel en el que el novelista es ingenuo y sentimental al mismo tiempo.
‘El novelista ingenuo y el sentimental’. Orhan Pamuk. Mondadori. Barcelona, 2011. 162 páginas, 20,90 euros.
Pd.: Para los que habéis logrado llegar hasta el final, os invito a leer esta entrevista de Marta Jiménez a Rafael Carpintero, el traductor de Pamuk, ¡excepto ‘El novelista ingenuo y sentimental’!