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Entrevista Juan Pablo Fusi: "la historia es individuo, ideas y sensibilidad moral”
Publicado el 04 noviembre 2011 por LilikJuan Pablo Fusi (San Sebastián, 1945) es, sin duda, uno de los historiadores españoles más leídos y respetados. Catedrático de Historia Contemporánea, tiene en su haber una amplia obra historiográfica, en la que destacan títulos como España de la dictadura a la democracia, El País Vasco. Pluralismo y nacionalidad, Franco. Autoritarismo y poder personal, o España: 1808‑1996. El desafío de la modemidad Fue precisamente en este libro, escrito con lord Palafox, donde expuso sus ideas acerca de la normalidad de la historia de España, dando lugar a uno de los debates intelectuales más estimulantes de los últimos años. Recientemente ha publicado España: sociedad, política ycivilización (siglos XIX‑XX) en colaboración con José María Jover y Guadalupe Gómez‑Ferrer.
Me gustaría poder matizar qué es lo que, junto a lord Palafox, quise decir con España como país normal. Respondía a problemas puramente historiográficos, y lo que pretendía era introducir en España una discusión frecuente en Estados Unidos o Alemania acerca de su propia evolución histórica. Era una reacción contra un énfasis quizá exagerado en el ensimismamiento de los españoles, que confería a España una singularidad histórica. No trataba de decir, por tanto, que España es un país normal porque se ajusta a un modelo de evolución europea. Por otra parte, evolución tranquila la han tenido muy pocos países. En Europa ha habido naufragios ‑por utilizar la expresión de Julián Marias‑ tan dramáticos como los nuestros. No se trata de decir que aquí no ha pasado nada o que no ha habido problemas, sino de recordar que la excepcionalidad está en discusión.
‑¿Quiénes han mantenido, a su juicio, esa visión excepcionalista de la historia de España?
‑En primer lugar, los ilustrados franceses, que relacionaron la historia de España con la Europa negra. En segundo lugar, el 98, que dio forma a la idea de España como problema. En tercer lugar, algunos escritores e intelectuales durante la guerra civil, que actualizaron en torno a ella la visión trágica imperante en el siglo XIX. A continuación, el medievalismo español, desde Menéndez Pidal a Sánchez Albornoz o Américo Castro, que coincidieron en el carácter excepcional de la evolución histórica de España. Finalmente, la historiografía contemporaneísta española, que ha insistido excesivamente en la idea de fracaso de la revolución liberal o burguesa. Problema, país dramático, fracaso: esas tres ideas me estimularon a ¡a hora de hablar de normalidad.
‑¿A partir de qué momento la historia de España puede considerarse normal?
‑Desde que se comienza a crear un arquetipo de nación y una estructura de Estado relativamente moderno, a finales del XV o principios del XVI. En la historia de España existen elementos en los siglos XVI, XVII y XVIII que son paralelos a los de Europa, no idénticos, pero sí paralelos. Elementos fundamentales como la estructura de Estado, la soberanía de la corona, la administración compleja, la fijación de leyes por escrito, la idea de justicia, las formas de organización militar, los rituales y protocolo de la corte, la aparición de una literatura en lengua vernácula. La historia de España se cruza con la historia de Europa, es parte de esa historia, es inseparable de ella.
‑Una cosa es el momento en que se puede hablar de normalidad y otra los planos en la que la historia de España es normal. Has insistido mucho en el plano político, ¿pero se podría decir lo mismo en plano económico, y sobre todo, en el plano social?
‑No en el social, no creo. Y en el plano ideológico o cultural, tampoco. Se puede matizar todo lo que se quiera la historia de al‑Ándalus, ahora bien, la existencia de una frontera cristiana establece un matiz, si no de excepcionalidad, sí de especificidad de la historia de España. Eso es esencial para la formación de lo español. Otra cosa es que lo español no sea siempre idéntico a sí mismo. Desde esta perspectiva, yo aceptaría casi al cien por cien las tesis de Américo Castro sobre la España de los siglos XII y XIII, así como su visión de que los hispano‑romanos o los visigodos no eran españoles. No aceptaría, en cambio, que la Preocupación sobre España de Jovellanos o Goya ‑como llegó a decir en alguna ocasión‑ se derivase de lo que fue constitutivo de lo español en los siglos XIl y XIII. la tesis de Américo Castro es de una originalidad extraordinaria, y recupera para la historia peninsular los otros dos credos, excluidos por la visión nacionalista española que haría suya el franquismo. Aunque yo subrayaría un matiz: Menéndez Pidal o Sánchez Albornoz pudieron compartir esta visión amputada de la historia de España, pero por convicción intelectual y no por consigna.
‑Hablemos del liberalismo español. Siempre me ha llamado la atención su carácter integrista, ese artículo 12 de la Constitución de 1812, que establece que España es, fue y será un país católico.
‑Se trata de una cuestión importantísima. En primer lugar, los hombres de Cádiz eran conscientes de su debilidad. De ahí que, con el objetivo de aprobar el texto, hicieran numerosas concesiones a la tradición. Entre ellas, el propio uso de la palabra Cortes, el papel del rey o el reconocimiento de la religión como fundamento de la nacionalidad española. los hombres de Cádiz son tan conscientes de que están llevando a cabo un acto revolucionario que tratan de disfrazarlo con un ropaje tradicional.
Otra cuestión de más calado es que el liberalismo español, especialmente a partir de 1820, está muy dividido. El liberalismo exaltado, minoritario, entroncaba con una tradición jacobina, laica, que hace del individuo sujeto de los derechos de la política. El liberalismo moderado, por su parte, evolucionó hacia posiciones más conservadoras y de carácter cristiano. los liberales de Cádiz, en cualquier caso, se dieron cuenta de que estaban arando en el mar, de que para muchos españoles de la época el trono y el catolicismo eran consustanciales a su identidad.
‑¿El liberalismo europeo estaría más cerca de lo que en España fue el liberalismo radical?
‑Yo insistiría en la debilidad social del liberalismo en España. Los radicales españoles se parecen más a los exaltados republicanos de las naciones europeas.
‑¿Éstos eran mayoritarios en Europa?
‑Habría que verlo. Por ejemplo, el XIX es un siglo complejo para la historia de Francia. En él se suceden una restauración borbónica en 1815, una monarquía de los Orléans, una breve República, un régimen bonapartista muy popular entre 1852 y 1870... Sólo con la III República, por lo demás bastante moderada, se consagraron los símbolos de la Revolución ‑la tricolor, la Marsellesa como emblemas de la Francia contemporánea. Cuando los reaccionarios franceses, con Maurras a la cabeza, dicen que esto‑de la República son 30 6 40 años desde Clodoveo algo de razón tienen.
En Inglaterra, el marco en el que apareció la monarquía parlamentaria es sin duda anterior. Pero en Suecia, Escandinavia, Bélgica u Holanda, el peso de los partidos religiosos fue enorme a lo largo del siglo XIX. 0 la intervención de la corona en el proceso político. La soberanía residía tanto en el Parlamento como en el soberano. España tampoco es en esto una excepción.
‑¿Cómo encaja el franquismo en esta idea de España como país normal?
‑El franquismo no es la consecuencia inevitable de la historia contemporánea de España. Las cosas pudieron suceder de otra manera. Creo que autores como Santos Juliá estarían de acuerdo con que, entre 1900 y 1936, España va progresando y modernizándose. Jorge Guillén habla del Madrid de los años 20 como una ciudad atractiva y moderna, también de Barcelona. El franquismo interrumpe ese proceso de cambio, no culmina el fracaso de la historia de España. El franquismo, en cualquier caso, forma parte de la crisis de la democracia que se vive en los años 20 y 30, y que provoca la aparición de dictaduras en Italia, Alemania, Austria, Yugoslavia, Lituania, Letonia, Rumania, Grecia o Portugal. lo que es específico en la historia de España es la guerra civil, no la dictadura. La guerra fue una tragedia y, visto lo que pasó después, un tragedia inútil, puesto que en 1975 hubo que reempezar por donde habían quedado las cosas en 1936.
‑¿Cómo explicas la paradoja de que España parezca más normal en sus tragedias que en la defensa de los mejores valores europeos?
‑El problema, insisto, es la guerra civil. la guerra civil reforzó la visión más negativa y trágica de España. Pero claro que podríamos identificar en nuestra historia esos valores. Algunos sorprendentes. Yo he citado muchas veces el comentario de Curtius, alrededor de 1950, señalando que el re‑, surgir de la cultura española es uno, de los pocos acontecimientos positivos en la Europa del siglo XX. la estabilidad del, régimen político de 1876 es sumamente positiva; el que Costa hablase de oligarquía y caciquismo es un acierto político extraordinario, porque desacreditó a todo un régimen, pero no es cierto que la España de 1900 fuese sólo oligarquía y caciquismo, la creación de la Junta para la Ampliación de Estudios o del Instituto de Reformas Sociales, la misma proclamación de la República en ese panorama negro de crisis de la democracia en Europa, la resistencia de media España al fascismo, son elementos positivos. El problema es que los historiadores hemos hecho de los comentarios del 98 la interpretación indiscutible de la historia de España.
‑Una versión de España como país normal ha sido utilizada para dirimir la cuestión de las responsabilidades por hechos de nuestro reciente pasado. Así, ha habido quien ha sostenido que, al final, no ha habido víctimas ni verdugos en la historia de España, la responsabilidad es general y compartida.
‑Para mí la historia son individuos, ideas y sensibilidad moral . A veces estoy tentado de suscribir lo que decía Carlyle: la historia es una suma de biografías. Por consiguiente, la idea de responsabilidad está presente cuando se piensa que las cosas pudieron ser de otra manera. Hay responsabilidades individuales. El golpe de Primo de Rivera no era inevitable. La sublevación de 1936 no era inevitable, ETA no era inevitable, la transición no era inevitable. Cuanto menos cree uno en la inevitabilidad de la Historia, más cree en las responsabilidades individuales. El planteamiento que Jordi Palafox y yo hicimos sobre la normalidad o la excepcionalidad era en un contexto historiográfico, nada que ver con el uso que la política pueda hacer de él.
‑El debate historiográfico en España ha estado vinculado en gran medida con las tensiones nacionalistas.
1 ‑Se ha dicho que el siglo XIX es el siglo del nacionalismo. No lo es menos el siglo XX. Si echáramos cuen tas de las naciones que se han creado en uno y otro se vería que son muchas más en el siglo XX. El fenómeno nacionalista no es privativo de España.
‑Para terminar, da la impresión últimamente de que los nacionalistas son los únicos que reivindicarían el referente antifranquista. Excepciones como las del joven Jordi Pujol o en el País Vasco, pero ETA es, precisamente, una ruptura por la pasividad del nacionalismo ante el franquismo.