Por Luis Conde
El Premio Primavera de este año, que
conceden Espasa y Ámbito Cultural, lo ha conseguido con “El año en que me enamoré de todas”, Use Lahoz, un barcelonés de
treinta y siete años, que vive en París.
El autor tiene casi diez años más
que su protagonista, el de la novela, que se llama Sylvain
Saury y es un parisino periodista, que decide viajar a
Madrid como corresponsal de un diario gratuito de su ciudad.
Lo hace en febrero de 2005 y se
ubica en el barrio de Argüelles, en principio compartiendo
un apartamento con otros dos jóvenes en trance de
maduración. Su decisión está motivada, también, porque en
Madrid está viviendo su antigua novia, Heike Krüger, una
arquitecta que conoció en un curso Erasmus en la ciudad
italiana de Florencia.
La novela narra las vivencias de
once meses en la capital de España, de un joven
desorientado que va madurando con las relaciones ocasionales
que le surgen en su trabajo y convivencia con los
madrileños, pero sobre todo porque descubre incidentalmente
un original de libro, que asimismo expone las vivencias de
otro joven como él, pero que es madrileño y trabaja en
un horno pastelero.
-Señor Lahoz, a mí se me antoja
que su novela son dos, una parisina con otra madrileña,
que se aloja y casi devora a la otra. ¿Dudó entre una y
otra?
-Realmente cuando empecé a
escribirla no tenía pensado que me surgiera otra incluida
en su entraña. Cuando escribía la novela de Sylvain, que
de alguna manera es la crónica de esos once que vive en
Madrid, una crónica de la realidad de esa experiencia, el
personaje se encuentra con otra historia casi paralela a la
suya, pero que le parece de ficción y que en realidad le
ayuda a madurar, a comprender a los otros. Así realidad y
ficción se entremezclan con las tramas de las dos novelas.
Incluso hasta topográficamente estas impresas en dos tipos de
letra que cualquiera pueda diferenciar. Pero yo me quedo con
la historia del periodista, en vez del pastelero, me
identifico más con él. Entre las rutinas cotidianas de
Metodio, que tiene que madrugar a diario y someterse a los
horarios de un horno pastelería, yo me identifico más con
la aventura y la vida como la entiende Sylvain.
-Su protagonista vive en barrios
bien castizos de Paris y Madrid, donde la vida cotidiana se
permeabiliza de las influencias turísticas y los tópicos
más costumbristas…¿Es algo premeditado?
-Bueno yo viví en Madrid algún
tiempo, precisamente en ese barrio que conozco muy bien y
por tanto podía explayarme en las andanzas del personaje.
Yo pretendo que la gente lea mi libro de modo fácil, que
enseguida se sumerja en los ambientes y disfrute con ello.
-La madre de su protagonista nació
en Cuenca y poco antes de la muerte de Franco decidió
emigrar a Bélgica, aunque nunca llegó a Bruselas porque se
enamoró de un hombre mayor en París. ¿Ha tenido la
tentación de incluir españoles del exilio republicano en
París, a fin de cuentas otro tópico más?
-No, la madre de Sylvain enseguida
se adapta a la vida parisina y busca la ayuda de las
gentes de su entorno natural, en su trabajo o en el
barrio.
-Es una mujer muy enamoradiza, que
no se plantea nada para después, todo lo vive muy
intensamente, como luego hace su hijo…Aunque, por suerte,
tiene al amigo Michel Tatin, el mecánico arregla corazones.
¡Vaya tipo genial!
-Si ese personaje entrañable y
generoso, es el que todos quisiéramos tener cuando estamos
en crisis y necesitamos reconstruirnos emocionalmente. Es como
un talismán que siempre responde.
-¿Conoció acaso a alguien así?
-No, se me ocurrió como un
secundario que atiende a los que sufren desamor, del mismo
modo que arregla vehículos. Pero se fue creciendo y
asumiendo protagonismo con actitud abierta y generosa. Ayudó
a la madre de Sylvain y ahora le ayuda también a él, es
un referente inapreciable. De algún modo suple la figura del
padre, que nunca conoció.
-Las figuras de las dos madres,
tanto la parisina como la madrileña pastelera, son fuertes,
llevan la pauta y sacan adelante a sus hijos. No hay
presencia paterna en casi ninguna de las dos familias…
-Tanto Sylvain como Metodio, se
relacionan fundamentalmente con sus madres, se entienden muy
bien con ellas. La que viajó a Francia tuvo que luchar
más.
Martina, la pastelera, es más la
típica mujer española que no para de trabajar.
-¿Qué ha pretendido contar con
estas dos familias?
-En mis dos novelas anteriores,
que eran muy duras y rastreaban la memoria histórica de mi
familia, ahora quería hacer algo generacional, de mi
generación, lo que hemos vivido nosotros, lo que hemos
perdido. Como dice Machado, “se canta lo que se pierde”,
pues así he querido yo cantar lo que yo he perdido, lo
que mi generación hemos perdido.
-En la historia cuentan mucho las
vivencias de los becarios Erasmus, hay que suponer que usted
lo fuiste y por tanto narras cosas vividas y
experimentadas…
-Sí, claro, yo disfruté de dos
becas Erasmus, una en Oporto y otra en Alemania, más una
tercera de otro organismo en Padua, Italia. Son vivencias
inolvidables, y aunque se pase mal en ocasiones, ayudan a
madurar. Se recogen materiales que algún día saldrán a la
superficie. Cuando se termina la beca vuelves a la realidad
después de vivir una idea romántica. Lo que encuentras a
tu regreso, ha cambiado y tú también. Es un poco lo que
le pasa a Sylvain, ya se acaba lo romántico y ahora toca
enfrentarse a la vida cotidiana. Es difícil, pero hay que
intentarlo en vez de huir o seguir disimulando.
-¿Su novela es Madrid, once meses
en la ciudad?
-De alguna manera sí, para que
otros vivan esa capital que yo también viví y que ahora
está en trance de cambio y crisis.
-Sus personajes son muy cultos,
Laura, la enamorada madrileña que atrapa al parisino, hasta
lee Middlesex, de Jeffrey Eugenides, premio Pulitzer
2003, Terapia de David Lodge y a la poeta polaca
Wislawa Szymborska…¡Qué nivel!, ¿no?
-Hombre eso me sirve para definir
ese personaje, que tiene cultura literaria, que tiene
sensibilidad, que te enamoras también de sus aficiones, las
cosas que a ella le gustan y te influyen… Y, sí,
aprovecho para incluir lo que me gusta y creo se puede
recomendar… También como materiales novelescos, claro.
(Fotografía: Rubén Vega, por cortesía de Editorial Espasa)