[Vía]
Entrevisté a Martín Hain para #LaAquateca a propósito de la publicación de Tres caminos a la playa, (Bajo la luna, 2014) libro ganador del primer premio en la categoría cuento del Concurso del Fondo Nacional de las Artes, en 2012, y que recomendé hace poco, junto a Cada siete segundos, de Sebastián Grimberg, y Límite Oeste, de Ana Cerri, como lectura para el verano. Acá comparto las respuestas, con la idea de complementar aquella entrada y dar a conocer los procesos creativos de algunos escritores seleccionados especialmente para este espacio. Así, con todo el gusto del mundo, #TePresentoA Martín Hain.
—¿Hay diferencia en tus procesos creativos entre novela y cuento?—No hay tanta diferencia. Tengo una idea casi arquitectónica sobre la diferencia entre novela y cuento: abro una puerta y entro a un pasillo que al final tiene una puerta de salida y a su vez está rodeado de puertas. Si le apunto a la puerta en el otro extremo, sin abrir las otras, o apenas mirando qué hay adentro, sale un cuento. Si me pierdo por toda esa variedad de caminos, tengo una novela.
[Vía]
—¿Cómo fue el proceso creativo de Tres caminos a la playa?—Los cuentos no surgieron de una temática determinada, no fueron pensados a partir de un punto central. Son cuentos de distintas épocas, escritos por motivos diferentes. La unidad, si es que hay alguna, vino a partir de la selección, el orden y la corrección. Es habitual, al menos para mí, que un cuento crezca de una escena muy sencilla, una frase o hasta un gesto de un extraño en la calle. “El fin de la espera” nació desde mi frustración a aprender una pieza de piano, me equivocaba siempre en el mismo lugar. El cuento que más me costó resolver fue “Mi amigo Luis”; “Tres caminos a la playa” también tuvo sus idas y vueltas. Los que salieron más fácil fueron “Vitalicios” y “Modales de la casa del burlete”.—¿Cómo surgieron los personajes del libro?—Los personajes toman prestadas características de gente real. Igual creo que esas similitudes están bien escondidas, que sólo los muy cercanos pueden notarlas.
—¿Pensaste el libro con cierto hilo conductor desde el principio?—No, para nada. Además, suelo desconfiar de las colecciones de cuentos que vienen con un hilo conductor, tengo miedo de aburrirme. Es un prejuicio injusto: no podés cansarte a mitad de “Cuentos misóginos”, de Patricia Highsmith, o “Mockba” de Diego Muzzio. Capaz que de chico me marcaron algunos libros que, al menos en apariencia, carecían de esos hilos. “Las doradas manzanas del sol”, de Ray Bradbury, por ejemplo.
—¿Sobre qué temas te interesa escribir? (Si es que hay alguno, o algunos, en particular)—Los temas, me parece, cambian con la edad. Lo que creo que no cambia, en mi caso, es cierta obsesión con el absurdo que nos rodea, y también con algunos temores primordiales. También hay una manera periférica de atacar las situaciones. Una vez me dijeron que mis personajes parecen distraídos, que tardan en enterarse de lo que les está pasando.
—¿Cómo es tu forma de trabajar a la hora de sentarte a escribir?—Prefiero escribir durante la mañana, pero no tengo problema en hacerlo también de tarde o de noche. Escribir, me di cuenta con los años, es una de las pocas cosas que puedo hacer cansado, enfermo, alegre o triste. Puedo dejarme fluir en un primer impulso; después, cuando me doy cuenta de lo que estoy haciendo, trato de organizarme. Llevo una libreta a todas partes, o si no escribo notas en el celular. Y corregir, siempre corregir.