En lo que va de año los hombres han matado violentamente en España a unas cuarenta mujeres, pero nunca se sabrá cuántas mujeres habrán emponzoñado a los hombres con astucia, disimulo y voluntad implacables.
Eso dice Marisol Donis, farmacéutica y criminóloga, que ha estudiado a las envenenadoras, mujeres que asesinan limpiamente sin sangre, golpes o escándalos y, generalmente, sin dejar rastros.
La criminóloga hizo un estudio sobre los venenos usados por cuarenta españolas que fueron atrapadas tras deshacerse, generalmente, de su marido. Usaban estramonio, cicuta, opio, insulina, arsénico, y así, hasta una veintena de tóxicos.
Reinas del crimen premeditado, intelectual, silencioso, matan por celos, ambición, venganza, incluso alguna vez por compasión.
Aunque los casos que describe Donis en su libro recién salido, “Envenenadoras” (Ed. La Esfera de Libros), fueron descubiertos, muchas asesinas siguen libres, viudas desconsoladas que no levantan sospechas.
Como la que obtuvo una indemnización multimillonaria de una fábrica de automóviles en la que supuestamente se envenenó su marido con el plomo de las pinturas con las que trabajaba.
El hombre murió horriblemente tras agonizar seis meses: en realidad, su mujer ponía plomo en vinagre y extraía diariamente unas gotas del precipitado para añadirlas a su café.
Ya indemnizada, le descubrió su secreto al defensor, quien, asustado, pidió consejo al Colegio de Abogados: le advirtieron que no podía romper el secreto profesional denunciando a su cliente, y le recordaron que la sentencia favorable era ya irrevocable.
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