Revista Cultura y Ocio
Estoy muy ilusionada con mi nuevo apartamento. Llevo un par de semanas en él y apenas me he cruzado con un par de vecinos. No obstante, estoy alerta al ruido del ascensor y a los movimientos en la escalera para salir a toda prisa con mi carrito, cuando no hay nadie. No es que yo sea una persona poco sociable, entiéndanme, pero soy precavida y no quiero estrechar vínculos para que no me pase lo de otras veces. El piso de momento está muy soso, resulta poco acogedor tan vacío, por eso estoy tan ocupada y salgo muy pronto en busca de mis tesoros, como es verano no hay apenas tráfico ni gente por las calles, aunque hay un inconveniente: hay menos material; hoy he tenido suerte y he encontrado una pamela azul casi nueva, y un perchero al que le falta una pata. También he hallado un bote de bronceador y un flotador con olor a mar. El flotador lo he puesto en el salón al lado del perchero y, como le falta una pata, he puesto debajo un balde que encontré el otro día para que no se caiga. La pamela la utilizo para salir en busca de mis hallazgos, el sol de agosto puede ser muy dañino. Hay un pequeño escollo en mi felicidad, el cerrajero se ha ido de vacaciones y no ha venido a colocar los cerrojos, temo que la envidia les empuje a violar mi morada como hicieron la última vez. Ese recuerdo me llena de angustia. Hasta hicieron venir a la policía engañándoles con embustes, y no quieran saber el tormento que pasé después…, me despojaron de mis posesiones, me dejaron sin nada. La envidia es muy mala ¿saben?, la esconden detrás de una expresión de asco y misericordia, pero a mí no me engañan.
Texto: Yolanda Nava Miguélez
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