La primera en casa. Eso me decían siempre, me repetían una y otra vez en las partidas del patio de la facultad. La primera mano se gana y luego ya se verá. Nunca llevé el juego. Opino que la responsabilidad es tan grande como para cargarla en los hombros de los verdaderos estrategas del envite. Yo me limitaba a obedecer y a hacer bien las señas, sin que me pillaran. A no apresurarme, pero dejar bien claro que podía aportar la mala o un par de chijales. A alegrarme en su justa medida si caía un flus y la mano la iba a ganar yo. Callado y obediente. Y contento. Sin llevar el juego, sin saber muy bien qué iba a pasar salvo cuando me autorizaran a tirar el tres de bastos.
Tampoco necesitaba mucho más. El envite era la excusa para no entrar a clase (sin necesidad de recurrir a los agresivos cortados de la cafetería). ¿Cómo voy a entrar a Química si tengo el chico encaminado? ¿Ahora a Fisiología cuando acabamos de entrar en tumbo? Ni de coña voy a Micro, llevo una hora ciego y ahora me están entrando cartas. Excusas, envido, excusas, arráyate un millo, excusas, chico, excusas, partido fuera, excusas, habrá que echar otra.
El otro día cumplí 40 años de edad y unos 15 desde el último pericón. Pero esta mañana me he despertado con la inevitable sensación de que en mi vida no ha cambiado absolutamente nada.
Por ahí andan los triunfos (www.kelbet.es)
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