INTRODUCCIÓN
El cólera fue una de las epidemias más importantes en la España del siglo XIX, afectando en 1833, 1865 y 1885 a numerosos núcleos mediterráneos pero también a otros rurales y urbanos del interior y elevando la mortalidad española en 1885 a un 37’8 por mil aunque con las lógicas diferencias espaciales2 .
Las sucesivas epidemias de cólera causaron millones de muertos en Europa en el siglo XIX, de los que unas 800.000 personas fallecieron en España3 .
En la Real Academia Nacional de Medicina de Madrid se conserva un manuscrito de 149 cuartillas fechado en Illescas en noviembre de 1897 y firmado por Miguel de Barrera en el que se analiza la epidemia de cólera en la villa toledana de Lillo en 18854 que fue presentada al premio Iglesias y González de dicha Academia en 1897, con el fin de «sacar del injusto olvido en que tenía desde 1885 los datos y observaciones recogidas durante la epidemia de cólera habida en la villa de Lillo» (pp. 2).
El premio fue obtenido por Justo Revuelta, médico titular de Gumiel del Mercado por su estudio sobre la fiebre tifoidea en este término burgalés .
El lema con el que Barrera encabeza el manuscrito, que ahora damos a conocer, es bastante claro: «el verdadero progreso de los pueblos se mide por la higiene que practican».
Tras un sucinto repaso sobre los avances médicos se centra en el cólera asiático cuyo causante (bacillus virgula) fue descubierto por el doctor Koch en 1884 en el intestino los afectados, en el que se desarrollan y multiplican muy rápidamente.
Dicho bacilo entra en el organismo humano a través de los alimentos y bebidas, también se puede transmitir por los focos de infección generados por deyecciones de los coléricos en los primeros días de enfermedad y por las ropas y objetos que puedan ser manchados por los mismos como cama, suelo, letrinas, etc.
El agua destinada a los usos domésticos se contamina con facilidad, al igual que la de los ríos, pozos, fuentes, etc., siempre que no se observen las necesarias precauciones para el lavado de ropa sucia y utensilios.
Por estas razones, «nunca estará sufi cientemente recomendada la excesiva limpieza y verdadero lujo de precauciones que deben observar con los coléricos las personas encargadas de su asistencia» (pp. 37-38).
No siempre los que ingieren los gérmenes se ven afectados por la enfermedad en la misma proporción ya que favorecen el desarrollo del cólera «todas las enfermedades generales, la miseria, el hambre y en general todas las causas que contribuyan a debilitar al individuo» (pp. 41).
También favorecen su expansión las altas temperaturas, elevada humedad en el aire, zonas encharcadas, falta de higiene, viejas cañerías de abastecimiento de agua a las viviendas, mal alcantarillado o inexistente (como sucede en los núcleos rurales), acumulación en las casas de ropa sucia por escasez de agua, consumo de legumbres poco cocidas o de frutas crudas, exceso de alcohol, contacto con enfermos, etc.
El primer síntoma suele ser una diarrea que no alarma al enfermo y el cólera ataca algunos días después con deposiciones frecuentes, vómitos, sed, calambres, fi ebre, etc., que conducen a la muerte o a una supervivencia sin problemas salvo algunos trastornos digestivos que duran poco tiempo.
Barrera propone controlar más las personas y mercancías procedentes de India que eran las que periódicamente traían el virus a Europa y, concretamente, a España.
También propone aumentar las medidas para mejorar la higiene pública, aislar a los enfermos, ofrecer alimentos abundantes a los enfermos pobres, enterrar profundamente los cadáveres y cubrirlos con abundante cal, etc.
LILLO EN 1885
Tras un análisis general sobre el cólera, la segunda parte se centra en la descripción de Lillo, localizada en el Este provincial, a una altura de 684 metros, cabeza de partido judicial y que contaba con unos 2.800 habitantes.
Barrera describe algunas características de la población: «las calles por lo general son rectas y de regular anchura, casi todas empedradas, con plazas espaciosas aunque no numerosas y una de ellas convertida en paseo.
Antiguamente estuvo protegida por murallas, pero en la actualidad apenas si podrá encontrarse algún vestigio de su existencia.
Posee varios edificios de sólida construcción y bastantes moradas de vecinos acomodados que conservan recuerdos históricos, acreditando la antigua nobleza de sus primitivos moradores y como testimonio de la importancia y privilegios de que gozara la población en sus buenos tiempos.
Estas viviendas constan de piso bajo y principal, y por lo tanto tienen regulares condiciones higiénicas, a excepción del bajo que suele ser húmedo.
Las casas de los vecinos proletarios, son en lo general de mala construcción y pésimas condiciones higiénicas, pues constando sólo de piso bajo, sus habitaciones son húmedas con escasa ventilación y cubicación.
Por lo general cada casa tiene un patio a la entrada y un corralen la parte posterior del edifi cio en el cual existe un estercolero o pudridero, en el que se depositan todos los detritos, cuyos productos se encuentran constantemente expuestos a la infl uencia del aire, el calor solar y la humedad; estos depósitos se sacan y limpian una o dos veces al año y se destinan para abono en los campos» (pp. 80-82).
Francisco Feo Parrondo
Universidad Autónoma de Madrid
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