Seguimos disfrutando con la lectura de los Episodios Nacionales de don Benito Pérez Galdós. Tocan ya los
episodios séptimo y octavo de la primera serie, la de Gabriel de Araceli. Y con ellos vamos. Continúo, como veis, con las
preciosas ediciones facsímil de
JdeJ editores, con sus
bellas ilustraciones y con, recordemos, las normas ortográficas de la época. No os sorprendáis, por tanto, de los párrafos que pueda incluir y en los que encontraréis lo que hoy interpretaríamos como faltas de ortografía.
Gerona nos espera pues...
Supone este episodio un punto y aparte en la narración de Gabriel de Araceli; no es este sino Andresillo Marijuán el narrador de la historia. Bien es verdad que, para dar uniformidad a los acontecimientos de su vida, Gabriel dice haber
pulido un poco el modo un tanto tosco, sencillo y rústico de contar que tiene su buen amigo. Quizá pueda el lector sentirse inicialmente un poco defraudado al saber que Gabriel no será el protagonista en esta ocasión, pero es este un sentimiento pasajero pues
Andrés, Siseta y sus tres hermanillos, don Pablo y las mil desgracias vividas logran captar la atención y el interés desde las primeras líneas y hacen olvidar pronto la ausencia de Gabriel.
Año 1809. El sitio de Gerona. Los arrebatados valientes no cejan en su empeño de no permitir sobrepasar sus endebles murallas a los
cerdos franceses- según nos explica Galdós a pie de página, así denominaban los catalanes a los franceses durante la invasión,
porchs- pero estos deciden entonces
derrotar a los españoles no en batalla sino en un asedio que durará hasta lograr la rendición. Mientras que los episodios anteriores se caracterizan a nivel general por la descripción de batallas y la sucesión de heroicas hazañas del valiente ejército español, en
Gerona, a pesar de contar con la nobleza, el honor y el coraje del general
D. Mariano Álvarez-
no habrá mucho sitio para tales demostraciones. Aquí la hambruna será la gran protagonista. Chupar estera, comer cuero cocido o trigo crudo, cocinar todo tipo de jumentos y animales domésticos además de ratas y otras alimañas no pensadas para el consumo, incluso la mención de la
antropofagia como remedio a tal desesperación dan idea de la angustiosa situación en la que se haya el pueblo de Gerona
. Nada queda de ese espíritu combativo y apasionado. Se ven reducidos a sus cuerpos, hambrientos. débiles a la búsqueda febril de algún alimento. La figura de don Pablo, inteligente y buena persona, médico de profesión y con una hija enferma, será la personificación de esa hambruna que hace perder el sentido, que acaba
por despojar al hombre de su verdadero yo y de toda su humanidad. Son tres, por tanto, los elementos destacan en este episodio: las mencionadas figuras de don Pablo y de don Mariano Álvarez- el primero sucumbe a las necesidades del cuerpo mientras que el segundo mantiene su dignidad y espíritu por encima de ellas-
y ese hambre irredenta. Sobre este último pivota toda la historia de forma insistente, casi diría insistentemente insistente... hasta el hartazgo (y valga el juego de palabras).
No tiene Gerona la riqueza de personajes, ni demasiada enjundia argumental pero mantiene el tipo. En cuanto a la calidad de la prosa de don Benito no añadiré nada que no haya sido ya mencionado en episodios anteriores. Solo diré... ¡Maravilla de las maravillas! Para terminar y dar paso a
Cadiz, en donde se encuentran Andrés Marijuán y Gabriel- este último a punto de reencontrarse con Inés- dejo
un fragmento del párrafo inicial de
Gerona. Muy actual me parece...
"Sucedía en Sevilla una cosa que no sorprenderá á mis lectores, si, como creo, son españoles, y es que allí todos querían mandar. Esto es achaque antiguo, y no sé qué tiene para la gente de este siglo el tal mando, que trastorna las cabezas más sólidas, da prestigio á los tontos, arrogancia á los débiles, al modesto audacia y al honrado desvergüenza."
Y con
Cádiz continuamos...
Os comentaba en la reseña de Gerona que la amenidad de la narración de Andresillo Marijuán- ese pequeño
animalario de cerdos franceses, gatos (
Pichota y sus crías), ratas y demás- me había hecho olvidar a Gabriel de Araceli pero
¡caramba! qué gusto, qué placer volver a encontrar al viejo amigo, y con él a su querida Inés, a doña María, Amaranta y demás antiguos conocidos.
"Con las bombas que tiran los fanfarrones se hacen las gaditanas tirabuzones." A decir verdad,
hacía falta un episodio como este para descansar de la dureza del anterior. Y es que aquí, en
Cádiz, no hay muertes ni violencia, más allá de las creadas por la ficción;
el sitio de Cádiz nada tiene que ver con el de Zaragoza o Gerona y supone un sorbo de aire fresco en la dura
Guerra de la Independencia. Nos hallamos en
febrero de 1810, con las Cortes de Cádiz como telón de fondo de la narración de Galdós.
Andarán por allí los ingleses, dispuestos a ayudar. Es curioso de qué modo y en qué poco tiempo han cambiado las tornas.
En el episodio de Trafalgar, el primero, los ingleses eran el enemigo a batir y en apenas cinco años son los aliados frente a un enemigo común, los franceses. Esta es la historia que subyace; en la
intrahistoria volveremos a encontrarnos con
personajes pintorescos, Poenco y la tía Alacrana, y
estrafalarios, don Pedro, con
el sentir popular, con pasiones y sentimiento... y con
Lord Gray- un
Lord Byron de imitación- personificación del espíritu romántico. En él la cordura y la locura jugarán sus cartas a partes iguales y sus escarceos amorosos- en los se verán implicados
doña María de Rumblar y sus hijas e incluso Inés- ocuparán buena parte de las andanzas de Gabriel por Cádiz.
Y acabaremos este episodio con
Gabriel huyendo, en esta ocasión de la justicia, pero muy bien acompañado. Les seguiremos en los dos siguientes episodios, los finales ya de esta primera serie,
Juan Martín, El Empecinado y
La batalla de los Arapiles. Cuando hayamos acabado esta serie nos quedarán tan solo 37 episodios más para poder dar por leídos los Episodios Nacionales en su totalidad. Como dice el refrán...
El que la sigue la consigue. Y, por cierto, he leído estos días este
pequeño fragmento de una carta, fechada el 27 de abril de 1889, de
Emilia Pardo Bazán a su amado Galdós. Obviando las ternuras y melindres, comparto el entusiasmo de doña Emilia por el buen hacer de don Benito...
"Miquiño, mi bien:
me están volviendo tarumba tus cartitas. Creo que jamás escribiste con tanta sencillez, con una gracias más bonita y más tierna. No sé las veces que he leído esta última epístola, ni el bien que me hizo, ni cuánto se me humedecieron los ojos... Un beso del fondo del alma (...)"