Revista Cine
Estimado, querido y admirado Sr Auster:
Ya le dediqué unas palabras en 2013. Hacía tiempo que no escribía una de estas epístolas (no públicamente), y bueno, no había mejor ocasión para repetir. Siete años bien lo merecen (siete años sin contar su diario y su informe, claro). Por fin llegó "4321", y no solo nos ha deleitado usted con un novelón sobre el que me costará mucho hablar aquí cuando toque, sino que nos ha regalado múltiples apariciones y entrevistas, con numerosas reflexiones a sumar a las que muchos de sus lectores atesoramos desde hace tiempo. Bendito aquel desayuno de una mañana cualquiera que le inspiró.
El tiempo invertido en su última novela le ha llevado a sufrir casi un colapso al terminarla. Tuvo usted que agarrarse a la pared para no caer. Pues imagínese yo al saber que ya estaba en camino, cómo ha sido la espera hasta tenerla en mis manos. Leerla en septiembre (una tradición que usted me ha permitido cumplir de forma muy especial este año), y leerla en el silencio de algunas madrugadas... ¿Sabe? Tengo la costumbre de dejar de leer, al menos, treinta minutos antes de empezar mi jornada laboral. ¿Por qué? Porque hace unos años acabé una de sus novelas diez minutos antes de entrar a trabajar. No pude contener las lágrimas y me fue imposible concentrarme, me costó la misma vida salirme de la historia y volver al mundo real. Desde entonces tomo esa "precaución".
Es uno de los contadísimos escritores (no más de tres) que tiene ese efecto en mí: hacer que, al parar de leer, necesite unos segundos para volver a la vida y recordar dónde estoy. Son solo unos segundos, puede que menos, pero es una sensación indescriptible y mágica.
Vuelvo a caer presa de su forma de concebir la vida, su sensibilidad, el reparar en esos detalles en los que no todo el mundo repara. Se emociona al pensar que comenzó a escribir este último título a la misma edad en la que falleció su padre, y vuelve a plasmar, en cierto modo, sus propias experiencias en sus obras. "Igual no soy un novelista, igual soy un contador de historias", decía usted el martes pasado. Aplaudo su modestia, pero usted no es un novelista. Es EL NOVELISTA. Insiste nuevamente en lo inesperado, en lo mágico o desgarrador que puede ser el destino, según el camino que escojamos. Siempre nos invita a reflexionar al respecto, es lo que denomina "mecánica de la realidad", esa en torno a la cual va escribiendo párrafo a párrafo (su unidad de composición), en sus cuadernos cuadriculados franceses.
Como dijo en alguna ocasión, es consciente de que hay gente que detesta eso que hace, y lo acepta. Muchos le critican por ser más de lo mismo en cada novela, otros justo por lo contrario, por alejarse de lo habitual. Nunca llueve a gusto de todos, y menos cuando se tiene la trayectoria que usted tiene. Me pregunto cuántos besos de Judas habrá recibido en este mundillo a lo largo de los años. No obstante, en eso consiste también la magia de la literatura, para gustos...
Ahora que está de promoción, he llegado a leer hasta observaciones peyorativas sobre su físico, qué artístico criterio, ¿verdad? tan interesante como la evolución de los deuteróstomos; pero bueno, en la viña tiene que haber de todo (aunque, sin acritud, le digo que si a estos grandes pensadores les cae el rayo ese que tanto le impactó a los catorce años, tampoco pasa nada, oiga).
Dijo usted esta semana que "No hay nada más emocionante que estar bajo el hechizo de la habilidad de un escritor para contar una historia". Yo me despido dándole las gracias por su hechizo y por su aportación a la literatura. Aquí estaré siempre que tenga algo que contar. Mientras tanto, me conformaré leyendo a los demás...