Hay veces que somos pesimistas por lo negro que lo vemos todo. Hoy, por ejemplo. Es viernes, fin de semana, casi fin de mes, con el fin del verano a la vuelta de la esquina y faltando menos para que finalice este 2013 tan infame en demasiados aspectos. Todo se dirige hacia un final que los apesadumbrados siempre oteamos en el horizonte, sobre todo cuando creemos recorrer los últimos tramos de un proyecto vital tan particular e insignificante como el propio, el de uno mismo. Y en vez de sopesar toda la fortuna que hayas podido conseguir y disfrutar, te obsesionas con las pequeñeces que te han hecho tropezar, equivocarte o perder oportunidades, para abandonarte en los augurios imaginarios que alimentan cuántas coincidencias quieras fabricar. Como estos finales concatenados de semana, mes, época, año y vida. Futilidades de un pensamiento que se divierte, cuando no tiene otra cosa a que dedicarse, con lo pésimo y fatalista de una existencia consciente de su existir temporal. Pero incluso en estos momentos de flojera puede encontrarse una melodía que, no sólo expresa lo que altera al ánimo, sino que es capaz además de rescatarlo del borde del abismo. Y para un melómano aficionado es fácil hallar tales piezas magistrales que, cómo no, forman parte del registro sonoro de nuestras vidas. Por eso hoy, y para dar compañía al desasosiego que nos vence, nada mejor que las notas de un epitafio, esas que lo instalan en el futuro, donde radica todo epitafio, también el mío, como advierte el Rey Crimson. Claro que con canciones así es un gustazo sentirse pesimista.