Capítulo II
Época romana
A pesar de la que se embarcó rumbo a Oriente, desbordando por las anclas forjadas con tanta avaricia como plata, aún quedó metal en España para pagar tributos a Roma.
Cuando Iberia se hizo provincia romana, enormes tesoros fueron llevados de la andalucía al Tibor, con los que entonces pagaban los vicios del Imperio y ahora se justifica la tradición metalúrgica de los pueblos peninsulares.
Los Pretores y Centuriones rivalizaban en enviar a los emperadores las noticias más fantásticas a propósito de la riqueza de las nuevas provincias. Así, Justino escribía sobre Galicia: "Fertilísima de cobre y de plomo y de bermellón, el cual a su río vecino dió nombre. Riquísima de oro que con el arado rompen los terrones de él. Dentro de la raya de esta Nación hay un monte sagrado, el cual es sacrilegio tocar con hierro; pero si alguna vez con los rayos, que son muy ordinarios en esta tierra, se rompe, y cae, se permite coger el oro como merced de Dios".
Ni el pícaro oro, ni la trajinada plata, ni aún el proletario hierro se consiguen con tanta facilidad hoy día, acaso porque no merezcamos esa merced divina, suponiendo que lo sea.
Pero no fueron sólo el oro y la plata, -los que pudiéramos llamar metales fáciles y hermosos-, los que ocuparon a nuestros metalurgos, aprovecharon a los mercaderes y sirvieron a los poderosos; sino cobre, estaño, mercurio, hierro...etc.
Los laureles de sus laderas dieron el nombre de Cassios a un nombre de la Bética, y éste, a su vez, al metal cassiteros (estaño), que se extrajo del mineral que se explotaba en aquel monte.
La minería y metalurgia del estaño fue tan intensa como antigua, tanto que cuando llegaron los romanos quedaba ya muy poco mineral en el Sur de la península. Los depósitos de estaño en el Sur, que durante muchos siglos fueron casi los únicos del mundo entonces conocido, están hoy prácticamente acabados. Los españoles hemos llegado demasiado tarde a nuestras propias minas de estaño.
Buenas noticias a este respecto, debieron llegar entonces de Galicia, pues Plinio hablaba ya del "plomo blanco" que se criaba por allí "en la haz arenosa de la tierra de calor negro", y no debieron de tardar en iniciar las explotaciones, acaso antes de surtirse de las islas Casitérides.
El cobre y este estaño se emplearon con profusión y los encontramos aún por toneladas, en la infinidad de objetos de bronce de todas clases que aparecen contínuamente: hachas, idolillos, estatuas, jarros, monedas, armas..., etc, o piezas más singulares como las planchas en que se escribieron los fueros municipales como el de Osuna, la delicadamente grabada estatua de Bueña, o las cabezas de Toro del Santuario de Sonarró en Cisties (Mallorca).
En cuanto al mercurio, Plinio situó ya las minas de cinabrio en la provincia Bética del Imperio, y consta que Iberia pagaba en aquellos tiempos, como tributo a Roma, 10.000 pesos de este material.
Por lo que al hierro se refiere muchas de las muestras o han llegado mineralizadas o se han perdido para siempre. Pero en Galicia sitúan los historiadores algunas gentes chalibes, nombre con el que en cierta época se designó, en general, a todos los que fundieron metales; Virgilio, por ejemplo, al hablar de la isla de Elba la dice: "generosa en metales chalibes". Silio Itálico escribió de aquellos gallegos que fueron los artífices de las armas de Anibal: "y es claro, que un poeta docto no pudo fingir el artificio de la Nación que no lo tenía, y más para armas de tan glorioso Capitán que pedían muy excelentes armeros". De los chalibes gallegos decía Justino que "a todos aventajaban en el hierro" y que el agua del río Chalibe era más violenta que el hierro, porque con su temple se hacía más riguroso. Sus espadas compitieron con las Bílbilis y, entrambas de igual reputación, dieron lo que tuvo España sobre la memoria de todas las naciones, "así en el acero como en el modo". Acero y modo tuvieron que tener armas que algún arqueólogo español contemporáneo ha visto aún blandir cortando leña de un pueblo de la provincia de Soria.
Felipe Calvo
Científico, Catedrático de metalurgia
Madrid, 1964